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Lo que Aznar está preparando con la refundición de todas las fundaciones asociadas o dependientes del PP es algo más que una fundación, es una requetefundación. Si se le quiere quitar el aire tradicionalista o carlista, una Refundación. Y en realidad se trata precisamente de refundar, pero no la FAES, sino la figura ideológico-político-histórica de José María Aznar López cuando deje la Presidencia del Gobierno. Si es que la deja o le dejan que la deje.

Nada hay que objetar al propósito del presidente del PP, ya que esta vertiente o variante de su personalidad es indisociable de la de presidente del Gobierno. Es una forma de tener algún sitio cómodo, con secretaria y conserje, desde el que llamar por teléfono y en el que recibir llamadas, aunque ya decía Pío Cabanillas Gallas que lo más tremendo de dejar el poder es que los teléfonos dejan de sonar.

Este proyecto de reunir las fundaciones y juntar las subvenciones es, en realidad, tan antiguo como la derecha posfranquista. FAES nació ya con vocación de sumar vocaciones y donaciones. Lo que no parece muy acorde con su propósito de alumbrar ideas y sembrar inquietudes intelectuales es que la dirija un político que, dígase lo que se diga, seguirá en activo. Eso de que tras la Presidencia lo que hay es capacidad de consejo y reflexión en el ex-presidente a lo mejor se da en el caso de Aznar, pero será el primero. Lo habitual es que sirva para intrigar y para utilizar la teoría como forma de fastidiar a los sucesores en la práctica.

Si es que hay sucesor, claro. Porque uno de los rincones que ilumina la Refundación de Aznar es que la sucesión del presidente está en marcha, pero que de tan importante asunto sólo se sabe lo que él se cuenta a sí mismo en las tardes de mucha confianza. ¿Sería demasiado pedir, afectaría de algún modo al incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar demandar alguna modesta información sobre ese plan de pensión política cuyo Yuste empieza a edificarse con dinero público? ¿También sobre lo referente a esta Refundación sólo sabe Aznar cuándo, cómo y dónde debemos enterarnos de en qué se gasta nuestro dinero? Porque como en lo otro, se supone que Aznar es un empleado nuestro. Digo se supone y yerro: se suponía, pero eso era antes de la Epifanía Absoluta. Ahora resulta temerario hasta imaginarlo.

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