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Champions League

Federico Jiménez Losantos

La requetevictoria

Que el Real Madrid merecía ganar la décima Copa de Europa lo prueban sus números, que han roto todas las marcas goleadoras, y que en los últimos cuatro años ha llegado a cuatro semifinales.

En la del Barça le robaron la final; en la del Borussia, la perdió porque fue peor; y en la del Bayern perdió en la lotería de los penaltis. La cuarta, arrasadora, fue la que en Munich certificó el entierro del enterrador fugaz del Bernabéu y titular del Nou Camp. Del 7-0 que le endosó el Bayern al Barça al 5-0 que le ha clavado el Real al Bayern este año hay una auténtica resurrección europea del Madrid, que en su caso siempre es una etapa más de consolidación.

Con el almíbar del éxito en Baviera y el acíbar de un final de Liga vergonzoso, el Madrid se enfrentaba en Lisboa ante el equipo más en forma de Europa para jugar noventa minutos. El problema del Atlético de Madrid, justísimo vencedor de la Liga de este año, es que tuvo enfrente al único que siempre juega más de los noventa reglamentados. Y suele ganar. Si alguien mereció la victoria en Lisboa fue el Madrid, pese al mal partido que hizo. Si alguien no merecía salir derrotado esta temporada es el Atlético, pero hubiera sido injusto que una de las clamorosas cantadas de Casillas, ídolo de la canallesca y el peor enemigo del Madrid en su área, le diera el triunfo.

Sergio Ramos compensó en el tiempo añadido, con un golazo que resume su sentido del liderazgo, su fe en el triunfo y su indudable calidad el desastre total de la delantera, en la que ni Cristiano, ni Bale ni Benzema estaban para jugar; y el del entrenador Ancelotti, al que cabe aplicar lo que decía Fraga del PSOE: sólo acierta cuando rectifica... y tarda en rectificar.

Tuvo suerte –la flor de Miguel Muñoz y el cantante de Móstoles- de que dos de sus rectificaciones, Isco y Marcelo (Morata fue otra calamidad), conectaron con los náufragos Modric y Di María y supieron darle al equipo lo que le faltaba, que, menos los centrales, era absolutamente todo. Porque hasta entonces el Madrid no tenía portero, ni laterales, ni centro del campo, ni delantera: nada. Pero si algo le sobra al Madrid, incluso cuando no tiene nada, es carácter, afán de victoria, voluntad de triunfar. Por eso ha ganado ya diez veces la Copa de Europa, el torneo de clubes más importante del mundo. Por eso, en cuanto Ancelotti le dejó jugar a ganar, no dejó de intentarlo. Y acabó por conseguirlo. Sobre todo, gracias al gol y el ejemplo de Ramos. Y, al final, por el gol y la flor de Bale, que había fallado tres claras ocasiones, la tercera por un egoísmo patológico, pero que está claro que ha venido a triunfar al Madrid y se redimió con un gol de orfebre tras un jugadón de Di María. El gol de Marcelo hizo honor a su mérito y el de Cristiano hizo honor a un hecho indiscutible: nadie como él simboliza este Madrid, nadie le ha dado tanto como él, y merece triunfar hasta cuando no lo merece, porque para eso es el mejor jugador del mundo. Sin discusión. O con discusión, pero, en el Madrid, vaya si lo es.

También lo merece Florentino, pararrayos de todas las envidias de esa canallesca deportiva, infame con el Madrid, pero que ha sabido apostar por un tipo de jugadores y un modelo de club que hoy puede tener semejante, no rival, en todo el mundo. Y, por supuesto, esa afición blanca que sólo entiende la victoria y que al final acaba arrastrando a su equipo.

Distinto es el caso del Atlético de Cerezo, Gil y Simeone, dignísimo derrotado, que no perdedor, en Lisboa. Su triunfo de esta temporada, vigoroso en la victoria liguera y elegantísimo en la derrota europea, es el de una afición enorme para un club y un equipo definitivamente grandes. Nos lo van a poner dificilísimo en la Supercopa, que no sé si es mañana o pasado mañana; en todo caso, pronto, aunque ya se nos hace tarde. Está claro que para ver el mejor fútbol del mundo hay que venir a Madrid, capital de España.

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