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Federico Jiménez Losantos

La ruina de Cataluña y la ruina de España

La ruina de Cataluña no ha hecho más que empezar. La de España, y el juicio al PSOE en Andalucía es una prueba, podría, digo podría, ir terminando ya.

La ruina de Cataluña no ha hecho más que empezar. La de España, y el juicio al PSOE en Andalucía es una prueba, podría, digo podría, ir terminando ya.
Mariano Rajoy y Carles Puigdemont | EFE

Hace unos días, entrevistando a Cristina Cifuentes, ella dijo algo que yo he dicho a menudo: "La ruina de Cataluña es la ruina de España". Sin embargo, esta vez, me apresuré a llevarle la contraria: "De eso nada, la ruina de Cataluña es la ruina de Cataluña, y nada más que de Cataluña; no de España". Luego añadí algo así: "si España quiere dejar de arruinarse, le vendría bien esa ruina, por lo menos si los partidos unionistas no ganan las próximas elecciones, que no parece, forman Gobierno, que tampoco parece y empiezan a derruir todo el tinglado separatista, que aún parece menos".

La crisis de la Nación y el Estado no es el fin de ambos

Trataré de aclarar esta frase que puede parecer contradictoria en los defensores de la Nación y la Constitución pero sólo lo es si seguimos creyendo que hay una cierta continuidad o una continuidad cierta en todo lo que ha sucedido en Cataluña y en el resto de España antes y después del 1 de octubre.

A mi juicio, lo más importante de la rebelión de la Generalidad contra el Estado de que forma parte, pese a los cobardes y prevaricadoras avisos del Gobierno de Rajoy, ha sido la reacción que han suscitado la rebelión y la dejación de funciones, esa inesperada, masiva y emotiva rebelión de la Nación contra el Golpe separatista en la calle, con el Rey simbólica y realmente a la cabeza, así como la actuación de los jueces contra los golpistas. En ese cumplimiento forzoso de la Ley se enmarca la aplicación e inmediata suspensión electoral del artículo 155 de la Constitución, imitación simiesca de la proclamación de la independencia-y-suspendencia catalana por el prófugo 'Belgamocho'.

La novedad: el 'Prusés' era el fin del Proceso

En Cataluña ha seguido pasando lo que venía pasando desde 1980, cuando Pujol empezó a crear la estructura de un estado independiente y enemigo de España con la anuencia y colaboración de todos los gobiernos de Madrid, con la única excepción de los meses de la LOAPA con UCD. Al alcanzar el objetivo proyectado por el pujolismo y el maragallismo, que era la proclamación de independencia, terminaban los 37 años de golpe disimulado y avituallamiento descarado. En realidad, la proclamación del 'Prusés' como camino sin retorno suponía el fin del proceso separatista diseñado por Pujol y aceptado en Madrid mientras fuera, en apariencia, interminable.

Pero al terminar la historia y la estafa interminables, al proclamar el golpismo catalán el fin de la Constitución y del Estatuto de Cataluña, la apariencia de continuidad se acabó. Y pasó lo que no había pasado nunca: que el Gobierno de Turno -PP-PSOE- tuviese que darse por enterado de la conversión del proceso en desafío, ante el que sólo cabía -y sólo cabe- aceptar la independencia o combatirla, y, sobre todo, lo que aún no quieren entender el Gobierno ni la Oposición, e incluyo aquí a todos los partidos: que millones de españoles dejaron de mirar a otro sitio, aunque fuera Cataluña, y empezaron a pensar en sí mismos, a mirar por su interés, que es el de la conservación de la Nación y la reforma del Estado para defenderla. Ante la 'desconstitución', golpista o icetista, se impone la 'reconstitución'.

El delito de 'lesa patria' de Rajoy

Pase lo que pase este jueves, no habrá pasado nada más -pero nada menos- que eso. Unos han dicho: hasta aquí hemos llegado, pues bueno, pues adiós, y otros han dicho, pues bueno, pues ni adiós, ni nada, vais a ver. El problema es que estas elecciones alargan hasta el agotamiento lo que debería ser el comienzo de la implacable destrucción de todo el entramado golpista -mediático, escolar y económico- y la lenta construcción del orden constitucional en Cataluña. El jueves se vota para hacer como que se hace algo, pero lo que puede salir es lo peor: casi nada, nada, o menos que nada.

Por eso, en siete vidas que tuviera, y ya debe de haber agotado tres o cuatro, no pagaría Rajoy el delito de lesa patria de diluir la intervención del Estado, a cargo del Ejecutivo, en una convocatoria electoral que renuncia a alterar la desventaja de los partidos unionistas. Ahora es inevitable que el triunfo del separatismo o la prórroga de la ingobernabilidad, que es algo más que la formación de Gobierno, se vea en el conjunto de España como un apoyo de Cataluña al separatismo y una bofetada a los españoles. Con lo cual se traslada el peor mensaje posible a la ciudadanía: de nada ha valido la formidable movilización del Rey y la Nación, porque 'los catalanes', no tienen remedio.

El primer remedio será la ruina

Por supuesto que ha valido para mucho la movilización nacional y la actuación de los jueces. Ha demostrado a los españoles que somos muchos más y que tenemos la fuerza suficiente para aplastar a nuestros enemigos, que son los separatistas y terroristas antiespañoles pero también los que han preferido pactar con ellos antes que hacerles frente. Lo que sucede es que una traición a la libertad y la igualdad de los españoles ante la Ley, que ha pervertido la jurisprudencia del Tribunal Constitucional e institucionalizado en Barcelona y Madrid la tolerancia ante todos los atropellos nacionalistas durante cuatro décadas, no puede cortarse de golpe, y mucho menos con los mismos actores que lo vienen representando desde tiempo casi inmemorial.

Hoy por hoy, el único escarmiento generalizado en una Cataluña que ha engañado a España y se ha engañado a sí misma al crear, gracias al despotismo de unos y a la medrosidad de otros, en una tiranía incompatible con la libertad y la prosperidad es y será la ruina, la deserción empresarial. El día 22, salvo que el Gordo se adelantase un día, pero la Lotería es, con los toros, lo único puntual en España, las empresas seguirán huyendo de ese paraíso racista que los 'tevetreros' y los 'ferreras de las mil colinas' siguen presentándonos como paradigma de civilización. Los catalanes votarán con las manos, nadie ha votado más que ellos en Europa en los últimos años, y han empezado también a votar con los pies, como, los que desde hace un siglo huyen de los países comunistas. Y ese voto, a la larga, es o debería ser el voto de confianza para que España se baste a sí misma y actúe en favor de los suyos, no de sus enemigos, ni del género ladronicio ni del criminal.

El milagro de los jueves era una estafa

Por eso, voten lo que voten, no deberíamos pedirles a esos catalanes que por fin han entendido que no pueden callar ni para preservar la familia, porque los otros catalanes los humillan, marginan y piensan liquidar igual, lo que el gran Berlanga inmortalizó en Los jueves milagro: una 'estafa a lo divino' de los gestores de un balneario que para evitar la ruina del pueblo fingen una aparición de la Virgen, hasta que el diablo de los detalles, como suele, descabala en invento. No hay milagros que valgan, y tampoco en las urnas, aunque es natural que se sueñe con ellos en la víspera del Gordo. La ruina de Cataluña no ha hecho más que empezar. La de España, y el juicio al PSOE en Andalucía es una prueba, podría, digo podría, ir terminando ya.

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