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Federico Jiménez Losantos

La Sinarquía Internacional contra el pobre gaucho

Que el Plan de Duhalde es cualquier cosa menos un plan, lo sabe todo el mundo. Que haya banqueros con la pistola del cambio en la espalda o empresarios con la navaja fiscal al cuello emitiendo sonidos tranquilizadores y aventurando buenas intenciones en el Gobierno argentino pertenece a las manifestaciones elementales del ser humano sometido a la violencia. Pero Duhalde tiene tantas trazas de hacer un plan liberal como nosotros de volvernos comunistas. Lo suyo es la demagogia y la violencia, a veces sólo verbal pero a veces no sólo. Y como la incapacidad administrativa suele compensarse con dosis enormes de charlatanería, a nadie sorprenderá que un peronista saque a pasear el fantasma de una conspiración nacional e internacional de “especuladores” que se divierten saqueando los magros recursos de la nación argentina.

La conjura judía internacional para dominar el mundo –la de los falsos “Protocolos de los sabios de Sión”, creados por el zarismo y jaleados por los nazis–, o la “conjura judeomasónico-liberal” que obsesionaba a Franco, fueron modernizadas por Perón con un nuevo concepto paranoico en la línea del Libro Verde de Gaddaffi o los disparates de la CEPAL. Durante su exilio madrileño, entre veladas con el más allá a cargo del “brujo” López Rega y concesiones gastronómicas al más acá, Juan Domingo Perón tuvo tiempo de descubrir esa nueva amenaza internacional, que en lo esencial era la de siempre –judía, liberal, capitalista, sin patria– a la que llamó Sinarquía. Los plutócratas de la Sinarquía, a los que hoy llaman “globalizadores”, dedicaban casi todo su tiempo a perseguir y arruinar al pobre gaucho, símbolo de la nación rica por naturaleza pero objeto de continuo saqueo e inextinguible envidia. Uno de estos días sacará Duhalde de paseo a ese fantasma. Si su señora ha heredado a Evita, es normal que él herede la Sinarquía.

Pero la única conspiración contra Argentina es la de una Justicia que no existe, una Administración que existe demasiado y una clase política que roba como respira. La gran especulación es la que provoca continuamente un Gobierno incapaz de establecer un cambio fijo para la moneda, incapaz de liberalizar los mercados, incapaz de hacer una cosa sin deshacerla. Lo que puede ser una jornada de caos –ojalá que no de sangre– en Argentina, no será fruto de ninguna conspiración, salvo la que los dirigentes argentinos dirigen contra su pueblo desde hace muchas décadas; desde mucho antes de que la Sinarquía tratara de hacer olvidar al Hombre del Saco. Tarea ésta imposible, porque en ese saco del miedo Argentina va dentro, como perpetuo y escuálido botín.


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