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Al final, ha decidido Florida. En la noche electoral más dramática de las últimas décadas, cincuenta mil votos separaban a Gore de Bush en uno de los estados clave de la elección presidencial. Pero antes de hacer, como se hará, el análisis elemental de que los cubanos de Miami se han vengado del miserable comportamiento de la Administración Clinton en el caso Elián, conviene aclarar dos cosas: la primera, que en el condado Dade, que es el de Miami, han vencido con relativa holgura los demócratas, luego no ha sido la ciudad cubana por excelencia de los Estados Unidos sino el conjunto del Estado, donde los cubanos sólo representan una décima parte de la población, el que finalmente le ha dado la victoria y los 25 votos electorales decisivos al candidato republicano.

Hay que añadir otro dato acerca de la posición con respecto al castrismo de los candidatos derrotados: Lieberman ha sido siempre un anticastrista muy significado y en cuanto a Gore, pese al eclipse que la sombra de Clinton ha impuesto sobre su perfil ideológico tradicional, era sin duda el personaje más anticastrista de toda la Casa Blanca. Es cierto que Jef, el hermano de George W. Bush, suponía un tanto a favor de los republicanos, pero como tampoco éstos se han empleado realmente a fondo contra los demócratas en el Caso Elián, no hay especiales motivos de agradecimiento hacia los candidatos del GOP -el Viejo Gran Partido, es decir, el Republicano- en la muy politizada colonia cubana.

Es más: la Fundación Nacional Cubano Americana, creada por Jorge Mas Canosa y sin duda la más fuerte del exilio anticastrista, ha apoyado la reelección sin contrincante de los republicanos Ileana Ros-Lethinen y Licoln Díaz Balart, pero de forma discreta ha apoyado también a Gore y Lieberman, porque, escarmentados por el caso del niño balsero, no han querido poner todos los huevos en el mismo cesto. O sea, que los derrotados no han sido vistos como enemigos por los cubanos.

Otra cosa es que hayan sido vistos como parte de un Gobierno cuyo comportamiento con respecto al exilio en el caso Elián ha sido abiertamente hostil, violento y humillante. Y que al menos cincuenta mil cubanos han votado a Bush por castigar a Clinton en la papeleta de Gore, también es cierto. Pero no ha habido nada parecido a una campaña de acoso contra Gore. Casi diríamos al contrario.

Sin embargo, ese símbolo del dolor de un pueblo, esa víctima de la tiranía castrista que también lo ha sido de la crueldad de la administración norteamericana, el niño balsero, aparecerá ahora ante mucha gente como un angelito que de salvado por los delfines se ha convertido en el Ángel Exterminador. Por lo menos, un puntazo habrá sentido la floridiana Janet Reno, cuya fobia anticubana tanto ha ayudado a su partido a perder en Florida. Por un niño, se perdió un pueblo. Por un pueblo, se perdió una ciudad. Por una ciudad se perdió un Estado. Y por un Estado se perdió un imperio. Elián no es, insistimos, la causa esencial de la derrota del vicepresidente demócrata. Pero merecía serlo. Y así lo sentirán unos y lo celebrarán otros. Justicia poética, se llama esa figura.

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