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Federico Jiménez Losantos

Los liberales iberoamericanos después del Once de Septiembre

En los nueve años que llevan ya celebrándose las Jornadas Liberales Iberoamericanas, nada menos que desde la caída del Muro y el colapso mortal de la URSS, no recuerdo ninguno en que se palpase tan claramente la incertidumbre, la conciencia de adentrarnos en una época brumosa, dura, abonada a la perplejidad y, al mismo tiempo, en que la idea de libertad que nos anima apareciera como la única certeza indiscutible, la base desde la que todo lo demás debe pensarse, antes de actuar. A nuestro alrededor, el mundo era amable, soleado, transparente en el cristal del tiempo. Albarracín estaba tan hermoso como siempre, los chopos del cauce del Guadalaviar dejaban caer las primeras hojas doradas como todos los otoños, y los turistas del puente del Pilar eran, cómo no, cada vez más. Viejos y jóvenes amigos, liberales de ambos lados del charco, nos hemos entregado, como cada Octubre, al placer del debate intelectual. Y hemos podido hacerlo, como de costumbre desde que la Fundación Santa María de Albarracín e Ibercaja nos brindaron albergue, a puerta cerrada, sin teatro oratorio ni circo intelectual, aunque las ponencias y debates se publicarán muy pronto en La Ilustración Liberal, revista nacida en esas Jornadas y de la que a su vez ha nacido Libertad Digital. Este año, en fin, todo parecía igual y, sin embargo, todos teníamos la convicción de que el mundo ha cambiado, de que nada a nuestro alrededor será igual después del Once de Septiembre.

Al margen de lo dicho por los ponentes y de lo discutido en los debates, han habido dos hechos que me han llamado particularmente la atención: la conciencia, genuinamente liberal, de que no tenemos ni tendremos datos suficientes para conocer la realidad en toda su complejidad y la convicción de que lo único irrenunciable después del Once de Septiembre, como antes, es la libertad individual. Que a los viejos enemigos de la libertad, dentro y fuera de las sociedades que se pretenden libres, se ha añadido uno nuevo que a su vez fortalece todos los peligros viejos, pero que no hace sino convencernos de que sólo hay algo sobre lo que estamos seguros: no vamos a renunciar a la libertad; y ni debemos, ni podemos, ni queremos renunciar a defender la libertad.

Las frases más repetidas en estas Jornadas han sido: “no lo sé”, “no tengo una respuesta a esta pregunta”, desconozco cómo va a desarrollarse esta situación”, “no sé en qué va a desembocar este proceso”, “sólo sé que no sé lo que va a pasar”. Pero hay una tradición desde la que confesar lo que no sabemos, que es precisamente la del liberalismo, esa doctrina que niega y ha negado siempre que un hombre, una institución o un Estado sepan todo lo que va a pasar y lo que nos conviene a todos que pase. Y hay una certeza de la que esa doctrina se alimenta: cada persona, cada ser “solitario y débil, que apetece la libertad” tiene el derecho a equivocarse y a rectificar. Y nadie, en nombre de un Dios hecho a imagen y semejanza del humano déspota, tiene derecho a imponerle lo que considera bueno, santo y, por ende, obligatorio.

Contra el despotismo islámico y el terrorismo que lo sirve, los liberales estamos en guerra. Mejor dicho: entendemos que han declarado la guerra a la libertad, a todas las libertades que a lo largo de los siglos lo mejor de la Humanidad ha ido logrando y, con mucho sacrificio, manteniendo. Y nosotros no somos neutrales en esa guerra, ni renunciamos a ganarla, aunque no tengamos –y no tenemos– ninguna seguridad de hacerlo. Tampoco sabíamos que iba a caer el Muro, como cayó, ni a hundirse la URSS, más bien temimos lo contrario, pero no por eso dejamos de combatir el totalitarismo. Tampoco ahora. Aunque en España y en Iberoamérica el rencor, la estupidez y la demagogia antiamericana muestren su rostro más torvo, los liberales entendemos que lo que se hizo el Once de Septiembre contra nosotros se hizo. Que los muertos de ese día son nuestros muertos. Y que si en nuestros países somos pocos los que pensamos así, estos pocos no vamos a cambiar. Al contrario. Los que pensamos que la libertad no es sólo un derecho sino un ejercicio de responsabilidad y, si llega el caso, de sacrificio, sabemos que el Once de Septiembre nos obliga más que nunca a defender nuestra libertad, pero también que no podemos ser libres en un mundo de esclavos, se arrodillen mirando a La Habana o se arrodillen mirando a La Meca. Mucho cambian sus enemigos; ¡tanto puede la Libertad!

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