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Federico Jiménez Losantos

Los primeros quince años de Libertad Digital

Gracias a Libertad Digital, que cada día nos mantiene despiertos, no hemos podido acostumbrarnos a nada y a nadie que ataque o merme nuestra libertad.

De todas las aventuras que he emprendido en mi accidentada y asendereada vida, la más disparatada ha sido, sin duda, la fundación de Libertad Digital. El 8 de marzo del año 2000, la burbuja de Internet había pinchado, o mejor dicho, estallado, arruinando cualquier expectativa de inversión. Aznar estaba a punto de lograr su mayoría absoluta y con ella de abandonar casi totalmente sus propuestas para regenerar la democracia española, empezando, naturalmente, por la independencia judicial. La tecnología de Internet era tan desconocida para el común de los mortales como el estofado para los neandertales. Y, por supuesto, no tenía dinero.

Tampoco tenía tiempo, porque, tras la muerte de Antonio Herrero en 1998, me había tocado dirigir, por primera vez en mi vida, un programa de radio de tres horas, La Linterna, en la Cadena Cope, que por esa falta de tiempo alargué a cuatro. Y tal vez por eso mismo, en 1999, había fundado La Ilustración Liberal, madre legítima de Libertad Digital, concebida en Albarracín y venida al mundo etéreo e impalpable de la Red en Madrid, capital de España. Diréis que una madre de un año es algo técnicamente imposible o, como mínimo, milagroso. Pero es que, en realidad, La ilustración Liberal era la continuación de otra revista de pensamiento que fundé en Barcelona casi veinte años antes, con Javier Rubio y mi llorado amigo Alberto Cardín, y que se llamaba Diwan. O sea, que Libertad Digital nació de un pensamiento ya mayor de edad y con los papeles en regla.

Aventura aún más difícil fue la de su alumbramiento. Empujado por esa falta de tiempo y poseído por la pasión de fundar, que, como el sexo, es arrebato de difícil explicación e ineluctables consecuencias, había que buscar sitio, techo para la criatura. Y, como en otro caso célebre, no había sitio para un periódico de Internet. Hubimos de levantar, con pocos fondos, un portal, cuyos financiadores fuimos, al 50%, el grupo de La Ilustración Liberal -José María Marco, Javier Rubio, Alberto Recarte y yo-, y el grupo de Intereconomía, con Javier Tallada, Mesonero Romanos y Julio Ariza, que aportaba lo más difícil de encontrar entonces y que ahora sobra: alguien capaz de diseñar una página de internet.

Con la empresa constituida y el portal accesible, puse, orgullosa y temerariamente, fecha al nacimiento de la criatura: el 8 de marzo vendría al mundo el bebé Internetillo que debía hacernos internautas a todos. En plena campaña de las elecciones generales, anunciaría con potente llanto liberal: "Aquí estoy yo y cuidadito conmigo". Pero entonces, mientras Ariza nos explicaba en largos consejos, ante la mirada paciente de San José Raga, la diferencia entre el hosting y el housing, el técnico desapareció. Resulta que aquel hombre tenía una pasión superior a la de la red, una mujer, cuya falta le incapacitaba para cumplir con sus obligaciones tecnológicas. Y no tenía la pasión en Pinto ni en Valdemoro sino en algún remoto lugar del Suroeste español, entre Murcia y Almería, en una época en la que no había ni AVE ni teléfonos móviles. Y cuando le daba el ataque erótico, allá que se iba, dejándolo todo, es decir, a todos nosotros, sin saber si volvería o no.

Ariza decía que sí, que tenía que volver, pero, claro, él cree en los milagros; los de la Ilustración, más racionalistas, pensamos en otra opción más drástica: secuestrarlo y encerrarlo en una habitación hasta terminar el diseño de la página web. Pero eso, aparte del Código Penal, tropezaba con un escollo: si caía en un estado de rebeldía melancólica no diseñaría nada. Pensamos entonces en una solución alternativa: secuestrar a la señora, pero vimos que la logística de un zulo de matrimonio es complicada y a mí no se me iban de la cabeza los Amantes de Teruel, que murieron por torcer su voluntad y dejaron al marido, que era de Albarracín, volviéndose al monte en el estado que pueden imaginar. Así que, ante la experiencia negativa de entorpecer los amores volcánicos y con el consejo dividido o indeciso entre delitos, nos resignamos a que el amante diseñador o amador diseñante terminara su trabajo entre huída y huída. Y como la de Belén, acabó bien.

Entonces terminó nuestra historia con Libertad Digital y empezó la más importante, la de Libertad Digital con nosotros. Porque si algo debo agradecer a los que habéis hecho Libertad Digital en estos quince años es el bien que nos habéis hecho a los que la pensamos. Recuerdo el día en que un jovencito rubio, entre Covadonga y Helsenkirschen, llamado Dieter Brandau, me dijo alborozado que habíamos alcanzado las cinco mil páginas vistas. Lo que me maravilla no es que ahora tengamos millones de páginas vistas y usuarios únicos, que no sé cuántos son ni cómo los cuentan, sino que cada día, en cualquier momento, yo pueda leer lo que nunca pude: un periódico liberal, un diario de lo que pasa tratando de explicar por qué pasa, desde el punto de vista de la libertad. El medio que nunca tuvimos los que nos hicimos liberales por nuestra cuenta, pese a que lo condenaban todos. Por cierto, contra la condena papal "el liberalismo es pecado", escribí en una de mis primeras columnas, "sí, el liberalismo es pecado; y me gusta".

Las razones de fondo de Libertad Digital

Pero Libertad Digital no es sólo importante porque en él -¿o es ella?- escribimos los liberales lo que nos da la gana y leemos lo que nos interesa, sino porque no nos deja dormirnos, amodorrarnos en la autocomplacencia. Cuando Javier Somalo, que con Luis Rodríguez es una de las dos columnas fundamentales de la empresa, me dijo que tenía que hacer un discurso para este acto, viendo mi limitado entusiasmo, porque en estos quince años debo de haber escrito ya una docena de artículos o discursos sobre lo bueno que es nuestro periódico, me dijo: "a lo mejor podías releer tu artículo del primer número de la Ilustración Liberal", donde está el programa del grupo. Y yo, que procuro no acordarme de todo lo que digo y menos aún de lo que escribo, volvería hoy a firmar, como en 1999, "La libertad intelectual".

Arrancaba con esta frase de Antillón en la Disertación sobre el origen de la esclavitud de los negros: "Oprimir por una parte, sufrir habitualmente por otra, tal es el horroroso y desconsolador retrato de toda la historia". Y añadía yo: "No hay reflexión posible sobre la libertad individual que no arranque de una constatación semejante. Y eso, verdad siempre, acaso sea más verdad que nunca hoy, cuando muchos parecen pensar que la libertad es algo dado, herencia del tiempo y acorde con la naturaleza política del ser humano. Tal vez por creer semejante dislate se halla hoy el pensamiento liberal más adormilado y atocinado que en tiempos de Antillón. Sin el horror y la compasión que provocan los efectos de la dictadura es difícil anhelar la libertad (…)"

"Una libertad que no crece está condenada a menguar. Porque en la naturaleza del Poder y en la historia de las civilizaciones humanas, acaso de la especie misma, está escrito, para el que quiera y sepa leer, que el apetito de libertad no es moneda corriente. Por el contrario, sólo la tensión moral, la convicción del espíritu acerca del significado profundo de la libertad en la vida del ser humano nos permite avanzar y consolidar su posibilidad política." (…)

Ésta era nuestra presentación: "Si algo distingue al nuevo liberalismo hispano, o al menos a los intelectuales españoles que desde hace varios años venimos reuniéndonos en estas Jornadas Liberales Iberoamericanas, de las escuelas universitarias y de negocios de casi todo el mundo, es precisamente nuestra aversión a un economicismo conciliable y conciliador con las dictaduras y dictablandas de nuestro entorno. Nosotros pensamos el liberalismo como un todo, donde el hecho moral de la libertad individual no puede separarse del hecho político de un Estado mínimo en el que precisamente el mínimo al que no se puede renunciar es la división de poderes y donde la libertad económica es el producto natural de esa arquitectura institucional y de ese espíritu fundacional" (…)

Y ésta, nuestra preocupación: "¿No estaremos siendo los liberales, los enemigos radicales del socialismo en todas sus formas, dictatoriales o democráticas, supervivientes de nosotros mismos? ¿No habremos renunciado al imperativo moral de cambiar las cosas a cambio del confortable oficio de comentarlas?"

Pues bien, hoy puedo contestar a estas preguntas de 1999, en un número en el que Mario Vargas Llosa criticaba el viaje del Papa a Cuba, Montaner alertaba sobre el caudillo Chávez y Javier Rubio censuraba a Aznar por una política cultural digna de cualquier partido socialista. No: gracias a Libertad Digital, que cada día nos mantiene despiertos, no hemos podido acostumbrarnos a nada y a nadie que ataque o merme nuestra libertad.

Hace cinco años, recibiendo el premio de DENAES, dije que sólo por defender a las víctimas del 11M habría valido la pena fundar Libertad Digital y, por supuesto, esRadio, que son una y la misma cosa, y esa es nuestra fuerza y nuestro éxito. Pues bien, anteayer, el único periódico y la única radio que recordaron la inmensa infamia, el horrendo crimen de ignorar a las víctimas del 11M, que fatalmente debía acarrear, la quiebra del Estado y la ruina moral de la nación, fueron Libertad Digital y esRadio. Gracias por no dejarnos olvidar lo inolvidable. Por seguir repitiendo once años más, y los que haga falta, que mientras en España no se haga justicia a las víctimas del 11M, todos los días serán 11M. Todos los santos y tristes días debemos estar en el aire, en la letra, en el alma recordándolo.

Y quiero terminar dando las gracias, entre tanto a tantos, a aquellos que nos han permitido llegar hasta aquí. En primer lugar, a Javier Rubio, sin el que no existiría Libertad Digital, y a Alberto Recarte, sin el que no existiría esta empresa. Hoy no están con nosotros, pero si Correos sigue patrocinando generosamente los Premios Libertad, estarán el año que viene o al siguiente o al siguiente. Hace unos días me decía Javier Rubio: "Ya sabes que soy de digestión lenta". No importa. Aquí estamos abiertos hasta el amanecer; y desde el amanecer, también.

Gracias, más personalmente, a todos los que a lo largo de estos quince años han estado siempre a mi lado, pero como son muchos, dejadme singularizarlo en una sola persona: gracias Isabel González, por la sonrisa de cada mañana, de cada año y de todos los años.

Gracias a nuestros anunciantes, especialmente a Telefónica, y al Santander y al BBVA, y a La Caixa que hoy nos acoge, y a Iberdrola, y a Repsol y a Endesa y a El Corte Inglés y a todos, los grandes y los pequeños. Ya sabéis que me encanta la publicidad, rama esencial de la información, salvo la publicidad política, que es mera intoxicación. Pero gracias a los anunciantes, a la arquitectura empresarial de Recarte y a la aritmética de Luis Rodríguez, nunca, en estos quince años, hemos dejado de pagar una nómina. Tampoco este mes. Cuando hemos necesitado bajar los sueldos, lo hemos hecho todos, y este año hemos podido recuperarlos. Pero siempre hemos sabido que podemos contar con todos si hay que recortar, porque es alargar y asegurar la vida de la empresa. Que, por cierto, va muy bien.

Y por supuesto, gracias a los que siempre están conmigo, a mi familia. A David, que empezó con quince años en Conde de Aranda escribiendo sobre cómics y en nuestra aventura en inglés, el Spain Herald, que volveremos a intentar con él un año de éstos. A ti, Jorge, por el impulso que estás dando a nuestro proyecto audiovisual, y perdona que me haya pasado de los diez minutos, no lo volveré a hacer. Y a ti, a ti, a ti, María. Teniendo en cuenta los precedentes longevos de nuestras familias, me perdonarás lo que voy a pedir hoy: quince años más, antes de que tú puedas dedicarte a leer novelistas austrohúngaros y a cuidar las plantas de nuestra terraza mientras yo hago haikus al sol de la tarde sobre los pinos del Monte del Tremedal.

Porque me gustaría, espero, deseo seguir con vosotros quince años más. Como presidente, accionista, escritor, locutor o lo que sea. Quince años más. No es mucho pedir: los difíciles eran los quince primeros; y están cumplidos. Gracias por ellos.

*Discurso pronunciado por Federico Jiménez Losantos en la Gala del 15 Aniversario de Libertad Digital.

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