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Hay mitos que se convierten en realidades, generalmente lamentables, y hay realidades que se convierten en mitos, generalmente absurdos. Desde los comienzos de la Transición, el consenso político ha tenido un hermanito gemelo económico, también llamado económico-social. Con las elecciones libres y la Constitución llegaron los Pactos de La Moncloa, para muchos la clave de que la Reforma fuera pacífica. Para los que no se conforman con el mito, la clave de otra cosa: que las rigideces laborales heredadas de la dictadura sobrevivieran en la democracia. Y que las supuestas “conquistas sociales” del sindicalismo vertical, “superador de la lucha de clases”, es decir, comprador de seguridad a cambio de la libertad de trabajadores y empresarios, se mantuvieran a través del sindicalismo llamado democrático, cuya base teórica era y es precisamente la lucha de clases según Marx.

El resultado de tanto consenso fue la tasa de paro más alta de Europa. Y la paz social llegó a su apogeo con la huelga general contra el gobierno del PSOE, cuya capitulación desembocó en un disparate inflacionista. Una década ha costado recuperarse, tras las reformas impuestas por la convergencia hacia la moneda única europea, de tanto sentido social.

Ahora, tras nueve meses de diálogo, ha venido al mundo un acuerdo que tiene satisfechísimos a Comisiones Obreras, a la CEOE y al Gobierno. Desde el verticalismo nacional-sindicalista no asistíamos a semejante milagro. Patronos y sindicalistas, subvencionados todos, se felicitan por el éxito, mientras los observadores serios, o sea, los aguafiestas liberales, lamentan que se haya decidido traspasar a la generación siguiente la crisis de las pensiones y de la Seguridad Social. Lo que hay que preguntarse no es, pues, por qué no ha firmado UGT. Lo que alguien debería explicar es por qué lo ha hecho el Gobierno. Lo sospechamos: el consenso dichoso, la “paz social” tan anhelada por la derecha y tan revendida por los sindicatos como si fuera obra suya ha desembocado en otros Pactos de La Moncloa, en un nuevo Pacto de Toledo. Otra reforma para la continuidad cuando lo que necesitamos no es continuidad, sino reformas. En la realidad española se ha impuesto, otra vez, el mito social. Lo pagará realmente la sociedad.

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