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El proyecto totalitario del PNV, inseparable del de la ETA, ha dejado de ser una idea más o menos clara en la mente de los que contemplan el desarrollo del nacionalismo vasco para convertirse ya en un articulado coherente que dibuja con absoluta claridad el futuro del País Vasco y de España. Si nos dejamos, claro. Porque el modelo de sociedad de lo que el PNV llama Comunidad Libre Asociada, no puede ser más tenebroso. Ni Comunidad, porque desde el principio se expulsa de la comunidad política a los vascos que no sean separatistas; ni Libre, porque si ya ahora los no nacionalistas carecen de libertad, en el futuro separado aún tendrían menos libertad que ahora; ni Asociada, porque España dejaría de existir como tal si aceptase el órdago de Ibarreche, de forma que los nacionalistas no tendrían con qué asociarse.

Por supuesto, a ellos les importa muy poco esa situación. En rigor, es lo que buscan, aunque el estropicio causado por el envite separatista pudiera producir tal cantidad de cascotes autoritarios que quedarían automáticamente sepultados. Pero es necesario que en España la ciudadanía entienda que estamos ante algo que no cambia radicalmente la vida cotidiana de los españoles del País vasco sino de los españoles en general. Si se acepta la disolución de la soberanía nacional, desaparece la base del orden constitucional. Y si desaparece el orden constitucional, ninguna legalidad es posible ni ninguna libertad está garantizada por la Ley.

Si el Plan Ibarreche triunfara, no sólo los vascos serían segregados, esclavizados y aislados de España, Francia y el resto de Europa. Tampoco los españoles seríamos libres, ni podríamos asociarnos entre nosotros, porque el vínculo nacional, inseparable de nuestras libertades, habría desaparecido. Conviene tener claro este principio si se quiere evitar el trágico final que nos reserva el plan de los hijos de Sabino Arana y que no es otro que el de la antigua Yugoslavia.

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