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Algunos medios de comunicación deberían moderar su entusiasmo y ponerle unos cubitos de hielo a su optimismo sobre las elecciones del 13 de mayo y el futuro del País Vasco. Hace falta voluntad, mucho empeño y un tesón infinito para que los partidos españoles y democraticos lleguen algún día a ganar las elecciones y esa voluntad se alimenta en parte de la confianza en la victoria. Pero sólo en parte.

La victoria electoral sería un paso en el proceso de derrota y liquidación del terror nacionalista, un proceso larguísimo que ocupará a dos generaciones en el mejor de los casos. En el peor, quién sabe a cuántas. Pero limitar la batalla política a un resultado electoral, a uno solo, es vender demasiado barato lo que no tiene precio: la lucha por la dignidad y la ciudadanía que ejemplifican Mayor Oreja y Redondo Terreros. Echar las urnas al vuelo puede ser contraproducente si las urnas vuelan bajo. Y no puede elevarse mucho un electorado que en buena medida está bajo la bota del terror.

Si los partidos españoles y/o democráticos pierden, habrá que ver por cuánto lo han hecho, lo mismo que si ganan. Y puede darse el caso de que ganen moral, aritmética y políticamente y, sin embargo, no puedan formar gobierno. ¿Supondría eso una derrota? En absoluto. El PP y el PSOE se presentan a las elecciones por un imperativo moral y eso no sale a votación. Las razones para luchar contra el nacionalismo serán igual de válidas si Mayor es lendakari que si no lo es. Pero se corre el peligro de convertir una heroicidad moral en una derrota política sólo por la perversa costumbre periodística de confundir el deseo con la realidad y el análisis con la propaganda.

De los datos de las encuestas, por mucho que suban PP y PSOE, se deduce aún un gobierno nacionalista, bien es cierto que apoyado en los votos de ETA y, ojo, en esa Izquierda Unida para la que se ha cambiado fraudulentamente la ley electoral y cuyos dos o tres escaños pueden ser decisivos. Sería muy malo para la lucha por la libertad en el País Vasco, que es la cuestión de fondo, la única que debería preocuparnos y que, por supuesto, no depende en última instancia de las urnas, que estas elecciones acabaran como el cuento de la lechera.

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