Menú

Otra vez son las masas, la gente en la calle, lo que supone el fin del comunismo. Otra vez es el pueblo, en cuyo nombre se impuso la peor dictadura del siglo XX, quien pone fin a otro régimen comunista. Otra vez el dictador -tras achacar la rebelión de sus subditos a la conjura internacional, capitalista y de la CIA- desaparece súbitamente de la circulación, mientras a todo el mundo llegan las imágenes de ese espectáculo tantas veces visto y sin embargo siempre nuevo, siempre magnífico, de la gente pidiendo libertad. En el friso infame de los dictadores comunistas que en el mundo han sido y son, Milosevic tiene ya reservado un lugar especial, porque uniendo el nacionalismo racista con el modelo soviético, ha conseguido un régimen capaz de batir todas las marcas del horror. Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot mataron antes y mataron más de lo que ha podido hacerlo el Carnicero de los Balcanes, pero éste tiene en su siniestro haber cuatro guerras de exterminio, la destrucción de su país, la rapiña del tesoro público y esa desesperación que tras unas elecciones amañadas ha desembocado en una movilización que hoy parece incontenible.

Sólo parece. El juicio moral es anterior y al margen del final político de Milosevic. Pero ese final, como persona y como cabeza de un régimen, puede tener muy diversas formas. Y según la que él elija o elijan por él, las víctimas serán pocas o habrá miles de cadáveres en todos los rincones de Serbia durante no sabemos cuánto tiempo. Las alternativas que el dictador de Belgrado tiene ante sí son básicamente dos: continuar vivo o continuar en el poder. En el primer caso, debería tomar el primer avión a Bielorrusia, Rusia, China o Corea del Norte. En el segundo, su futuro ya no puede ser el de Jaruzelski, otra forma de ganar tiempo y de retrasar la caída de un régimen comunista, sino más bien el de Mussolini, llevando a cuestas su propio Estado con la protección de una potencia extranjera -Rusia en el de Serbia hoy, los nazis en el de Italia ayer. El problema que tiene optar por la fórmula mussoliniana, declarando la guerra civil a su propio pueblo, es que no siempre la policía política y mucho menos el ejército se han suicidado junto al dictador. En un caso muy próximo, el de Rumanía, encontraron en su juicio y fusilamiento casi secretos la forma de finiquitar el régimen y de buscar la amnistía general, la cuenta nueva tras el inmenso borrón. Milosevic tiene todas las características de un Mussolini cruzado con Fidel Castro, dispuesto para mantenerse en el Poder a cualquier sacrificio... de los demás, naturalmente. Es de esperar que en el Ejercito y la policía política haya más gente por la via rumana, la de sobrevivir, que por la via cubana, la vía muerta. Esperemos que triunfe el criterio de proximidad.

En Opinión