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No le ha valido de nada a Javier Arenas ser de nuevo ministro, aunque no Portavoz sino de Administraciones Públicas, que no es lo mismo. Cascos sigue tras él, dispuesto a no soltar la presa democristiana o, por decirlo en términos quevedianos, a “roerle los zancajos”. Y apenas reintegrado al seno del Gabinete le ha recordado que lo de conservar la Secretaría General del Partido mientras se asume una cartera del Gobierno es propio de la confusión de funciones de la dictadura franquista, no de una democracia.

Por desgracia para Arenas, lo que dice Cascos no sólo resulta razonable sino que está avalado por el comportamiento del político asturiano. En 1996 fue nombrado vicepresidente político y Cascos renunció de hecho a la Secretaría General y creó el cargo de coordinador político del partido, asumido por Angel Acebes, con todas las funciones y atribuciones del Secretario General.

Tratando de criticar a Cascos, algunos dirigentes del PP han deslizado en los medios de comunicación que la renuncia del Vicepresidente en el 96 no fue voluntaria sino forzada por Aznar. Pero eso añade aún más virulencia a la intervención de Cascos, puesto que la censura iría directamente contra Arenas pero indirectamente contra Aznar. No sería la primera vez ni, por lo que vamos viendo, tampoco será la última. El PP no será un partido muy democrático, dado el presidencialismo faraónico que lo impregna, pero hay que reconocer que en los últimos tiempos lo parece. Al menos, cuando habla Cascos.