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Federico Jiménez Losantos

¿Quién gestiona el "no a la guerra"?

Además de un patético espectáculo intelectual, con alardes de inmoralidad personal e institucional sencillamente repugnantes, la algarada internacional contra los Estados Unidos y sus aliados y en defensa de Sadam Hussein supone un interrogante de orden práctico: ¿quién se hace responsable de gestionar ese "no a la guerra" si no está en un Gobierno que, como los de Chirac y Schroeder, lo han convertido en línea básica de política exterior y proyección internacional? De momento, y no sabemos por cuánto tiempo, los USA y sus aliados están a la defensiva, sin atreverse a romper con una ONU que no sabe qué legalidad internacional le conviene a su onerosa y repelente burocracia y con una OTAN a la que Francia y Alemania han puesto en la disyuntiva de expulsarlas o disolver la organización y crear otra. ¿Tiene la Administración Bush arrestos y recursos suficientes para afrontar en solitario la creación de una auténtica alianza internacional contra el terrorismo, sus aliados y sus cómplices? No es seguro.

Pero tampoco es seguro que esta izquierda irresponsable (desde Schmidt, no hemos conocido otra) que en el Gobierno o en la Oposición de los países europeos ha diseñado este jaque mate a la hegemonía militar y política norteamericana tenga los medios intelectuales y políticos (a cambio, le sobran los mediáticos) para gestionar ese "no a la guerra" sin romper totalmente su alianza con los USA y sin pulverizar cualquier tipo de consenso europeo en materia de defensa y política exterior, que pasa necesariamente por clarificar la relación con el aliado principal del último medio siglo, con ese país al que todos zahieren, sin reconocer o tal vez porque lo reconocen, que sin él Europa sería hoy una granja nazi o una cárcel soviética. El conservadurismo del Departamento de Estado, la cobardía de todas las burocracias, incluida la norteamericana, tratará de buscar paños calientes para que la ruptura que ya existe entre los países occidentales no se haga patente en las instituciones políticas y militares que supuestamente los albergan. Pero incluso ese designio pasa inevitablemente por poner a estos desertores de lujo de la guerra de Irak al frente del ejército de objetores de conciencia que ellos mismos han reclutado.

Por limitarnos al caso español, aunque afortunadamente no sea ya separable del europeo en su conjunto, es preciso que Aznar ponga a Zapatero ante la disyuntiva de explicar con qué criterios va a gestionar el discurso pro-totalitario, antisemita y antiamericano de los Almodóvar y demás cuadrilla de saltimbanquis sin escrúpulos. ¿Trocar el supuesto "seguidismo" con respecto a USA en auténtico "seguidismo" con respecto a Francia? ¿Y cuándo veremos en la ONU la denuncia de las permanentes atrocidades militaristas francesas en África, por supuesto sin mandato de la ONU, como la de Costa de Marfil? Si los aliados no pasan a la ofensiva, si no les ponen difícil a los demagogos de izquierdas y de derechas, a los zapateritos y chiraquines, sus movilizaciones callejeras y su paralización de las instituciones, el coste de la ruptura euroamericana (dentro de Europa y de la OTAN) será mucho mayor. Y, probablemente, se habrá perdido la última ocasión de evitarla.

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