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Federico Jiménez Losantos

¿También muertos de tráfico en los automóviles?

Hay una forma de violencia simbólica que cada vez tiene más adeptos en las sociedades occidentales: cualquier imagen por terrorífica que sea está justificada y conviene difundirla si es por una buena causa. El modelo es la abyecta publicidad de Benetton, que utilizaba para vender camisetas desde supuestas monjas y falsos curas besándose hasta auténticos enfermos terminales de sida muriendo entre sus familias. Y en la lucha contra los accidentes de tráfico es donde más lejos se ha llevado en España esta forma de "shock" publicístico, a veces impactante y eficaz y a veces impactante y repugnante.

Pero cuando los progres y los gobiernos juntos se lanzan a reprimir, parece que no hay límites en esa forma de violencia publicitaria que nos resistimos a llamar terrorismo, porque no hace volar autobuses ni asesina a personas, pero que busca más la conmoción que la persuasión o entiende que la persuasión sólo se produce mediante la conmoción. El tabaco se ha convertido en el cobaya del "vale todo" en materia de publicidad terrorífica y ahora ya ha autorizado la UE que los Gobiernos permitan (u ordenen) que las cajetillas de tabaco lleven enfermos terminales por tabaquismo y órganos necrosados por lo mismo.

Al margen del dudoso gusto y de la indudable agresión que supone para las empresas de cigarrillos y puros, la desproporción con que se persigue el tabaquismo y no el alcoholismo, adicción mucho más grave en España para la salud, las familias, los jóvenes y el orden público, está alcanzando niveles que, si se aceptan, nos llevarán a situaciones entre mafiosas y kafkianas. Si los paquetes de tabaco llevan moribundos por tabaquismo, las botellas de vino deberían llevar cirróticos terminales e hígados necrosados y, en buena lógica comercial, o sea, anticomercial, los automóviles nuevos deberían incluir en sus ventanillas fotos de cadáveres en las carreteras, tetrapléjicos y todo tipo de órganos destrozados en accidente. Si de momento no sucede es porque las empresas automovilísticas tienen más fuerza que las tabaqueras, pero todo llegará. Y todo está llegando demasiado lejos.

Yo aceptaría la cara del moribundo en el tabaco si en las cinco campañas electorales que afrontamos este año los partidos políticos incluyeran en su propaganda imágenes sobre la corrupción en que incurren o pueden incurrir los elegidos y que debería alertar a los votantes, incluso haciéndoles quedarse en casa. ¿Qué tal si los carteles del PSOE llevasen fotos de Roldán y de las checas de Madrid y los del PCE de las víctimas de Paracuellos? La publicidad negativa debe tener un límite. Es hora de ponérselo ya.

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