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Federico Jiménez Losantos

Tanta indignidad nos costará la guerra

No hacía falta que Churchill lo dijera, pero lo dijo: “Por buscar la paz habéis caído en la indignidad; ahora tenéis la indignidad y, además, tendréis la guerra”. Neville Chamberlain y una parte sustancial de la opinión pública británica pensaron o, mejor, quisieron creer que era posible apaciguar a Hitler concediéndole todos los caprichos territoriales, políticos y militares. Por supuesto, una vez conseguida esa cómoda ventaja, Hitler consideró que la situación en Europa estaba madura para el ataque. Y atacó. Hoy sabemos, y no era difícil adivinarlo, que Hitler estaba dispuesto a retirar sus tropas de todos los territorios ilegalmente ocupados si Francia y Gran Bretaña le hubieran amenazado en serio. No lo hicieron y una guerra terrible se abatió sobre el mundo.

Esa es, por otra parte, la experiencia de toda la humanidad. Un poder agresivo se torna prudente si teme las consecuencias de su agresión. Si advierte debilidad, atacará rápido y con la máxima violencia. Marruecos es un poder entre mafioso y teocrático, una tiranía medieval, corrompida y desacreditada, que compensa su fragilidad interior con el aventurerismo exterior. Con la fugaz excepción del episodio de Perejil, España no ha sido capaz de responder a las afrentas del sultancito Mohamed con la mínima contundencia que exige, nacional e internacionalmente, la propia estimación. PP y PSOE compiten en pusilanimidad ante la escalada de provocaciones de Rabat. El pánico de Aznar a tener que afrontar otra situación de fuerza se une al pavor de los lidercitos del PSOE en contrariar a Felipe González, verdadero embajador de los intereses de Marruecos en España. El Gobierno se arrodilla y la oposición le pide que se arrastre. ¿Cómo extrañarnos si Mohamed VI decide ponernos el pie encima? Si no avisamos con severidad para defender Ceuta y Melilla, ¿qué puede perder Marruecos atacándolas?

Chapoteamos en la indignidad. Nos hundiremos en la guerra.

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