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El totalitarismo político sólo tiene una ventaja y es que el que no lo reconoce es porque no quiere. O porque no se atreve a mirar de frente al monstruo, que suele ser el reflejo más común. Pero la voluntad totalitaria no suele ocultarse; al revés: se exhibe y funda en esa exhibición de omnipotencia presente, y en el anuncio del atropello futuro, su mensaje fundamental: únete a mí o estás perdido. El PNV-EA ofrece de nuevo, como simple añagaza electorera, otra tregua-trampa de ETA. Otra, porque nadie mejor que Arzallus sabía perfectamente hasta qué punto lo de hace un par de años, como bien dijo Mayor Oreja, era trampa y no tregua.

Pero el respiro de alivio que necesita la aterrorizada sociedad vasca no lo ofrece el PNV como enemigo de ETA, sino como el aliado incondicional en que se ha convertido, el relevo estratégico que proseguiría con los planes separatistas y racistas que son también los suyos, pero temporalmente sin el acompañamiento de entierros, siempre desagradables, más que nada por tener que dar el pésame. El PNV no plantea ni pide el final de ETA, sino que defiende su fin, su finalidad. Ibarretxe no se ofrece como alternativa democrática al terrorismo etarra. Ni puede ni quiere. Ha llegado con el terrorismo a la división del trabajo explicada por Arzallus mediante la metáfora del árboi y las nueces. El árbol son las vidas ajenas, las del medio país vasco no nacionalista. Las nueces son las migajas de Poder que ETA le permita picotear.

También para el PNV, en el fondo, toda tregua etarra es una trampa, una vuelta más en la soga que le rodea el cuello. Pero ni puede ni quiere aspirar a más. Los vascos que no han caído en la identificación con las pistolas sí pueden aspìrar a otra cosa. Sin duda lo harán. Porque nunca el rostro del totalitarismo vasco, es decir, la jeta, ha aparecido tan descaradamente a los ojos de todos: propios y extraños. Sobre todo, extraños.

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