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Lo raro no es que el PP aumente su ventaja en estimación de voto sobre el PSOE, aunque a siete meses de las elecciones generales el dato no resulta intrascendente, sino que los socialistas insistan en su estrategia de dar coces contra el aguijón o de darse de cabeza contra el muro, que no otra cosa es lanzarse a tumba abierta contra el único líder del PP que no va a ser candidato a la Moncloa y que se llama José María Aznar López. De nada le han servido las vacaciones de verano al jefe de la oposición: ha vuelto tan sectario como se fue, tan obtuso como marchó y tan suicida como cuando hizo las maletas. Uno tiene la impresión de que, avizorando los idus de Marzo, alguno está ya preparando la cartera, el baúl, las maletas y el mundo, sin ánimo de señalar.

Probablemente, la anorexia política de Zapatero está directamente relacionada con la bulimia propagandística de la izquierda. Los dos sucesos en los que la barahúnda desinformativa del Imperio y archipiélagos adyacentes han alcanzado cotas de mentira y manipulación genuinamente soviéticas son el Chapapote y la Guerra. El resultado de esa estrategia kominterniana de movilización callejera y bombardeo propagandístico pudo evaluarse en las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de Mayo, cuando el PP obtuvo un resultado sencillamente formidable, casi milagroso, a tenor de los terribles meses anteriores, cuando padeció una ofensiva típicamente totalitaria para borrarlo del mapa político. Sucedió exactamente al revés: fue Aznar el que casi sacó de la pista a Zapatero.

Era el momento de la reflexión y debería haber sido el de la inflexión. Pero no: empeñado en agarrarse a un clavo ardiendo, Zapatero se puso a vender como preludio de su victoria en las generales su única y raspadísima posibilidad de gobernar con los comunistas en la Comunidad de Madrid. Y entonces pasó lo de Tamayo, que hubiera sido simplemente ridículo si no lo hubieran convertido en dramático los aurigas de Ferraz y los muecines de Polanco. Otra vez quiso inventarse una realidad de fábula para ocultar una triste realidad. La trama político-inmobiliaria del PP quedó en tramoya político periodística, y como no se basaba en nada, salvo en las ganas de quedar bien los que habían quedado en evidencia y en echarle a los demás la culpa de los propios errores, la tramoya se ha venido abajo con estrépito. Si Madrid es, como aseguraba Zapatero hace apenas tres meses, la puerta de la victoria en las generales, es posible que Esperanza Aguirre sea el heraldo del triunfo del sucesor de Aznar, aún sin saber quién es y casi sea quien sea. El líder del PSOE, cada vez más felipizado, recuerda a aquel personaje de Martínez Soria, don Erre que Erre, pero da menos risa que pena.

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