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Fernando Díaz Villanueva

Paisajes de invierno

Los alumnos de estas guarderías cursis tendrán mucho "paisaje de invierno" pero ni hablar de portal, ni de la virgen, ni de San José, ni del niño Jesús en el pesebre

Me había prometido a mí mismo no volver a escribir sobre este tema, pero los políticos, los de progreso por más señas, se han empeñado en que no cumpla mi promesa. Leo, atónito, en la edición catalana de ABC que algunas guarderías municipales de Barcelona han vetado los villancicos y los belenes esta navidad. Por lo visto, algunos de estos centros –públicos naturalmente– han decidido reinventarse la navidad y toda su tradición belenística y dar a luz un engendro, muy multicultural eso sí, que han bautizado con el almidonado nombre de "Paisaje de invierno". Barcelona, definitivamente, se ha quedado herniada desde lo de Fórum.
 
Como no vivo en la Ciudad Condal, hace tiempo que abandoné la guardería y no tengo la inmensa fortuna de disfrutar de la programación de TV3, no he podido ver con mis propios ojos en que consiste el invento, sin embargo, no me ha costado demasiado imaginármelo. El neobelén laico consta de lo mismo, en esencia, que cualquier nacimiento pero con una notable diferencia, el nacimiento propiamente dicho desaparece de la representación. Esto es, los infantes barceloneses podrán quedarse pasmados ante los pastorcillos, las palmeritas, los riachuelos de papel Albal, el musgo y toda esa harina a punta pala que ponen a los belenes para dar a la escena ese aspecto nevado harto improbable en Israel, donde santidad hay mucha pero nieve poca. Lo que los inocentes angelitos de las guarderías no podrán ver es lo que da sentido a todo el bucólico escenario, es decir, el nacimiento en cuestión. Los alumnos de estas guarderías cursis tendrán mucho "paisaje de invierno" pero ni hablar de portal, ni de la virgen, ni de San José, ni del niño Jesús en el pesebre ni –y esto es imperdonable– de los Reyes Magos con su oro, su incienso y su mirra bajándose del camello.
 
Los que han perpetrado tamaña estupidez arguyen en su defensa que de lo que se trata es de no ofender a otras culturas y tradiciones. Quizá no hayan pensado en ello pero, con gansadas de este pelaje, a quien están ofendiendo es a la cultura y tradición mayoritaria de nuestro país que, aunque a los laicistas no les guste, sigue siendo la cristiana. Además, no veo yo el motivo por el que un niño marroquí se sienta ofendido al ver un Belén o al cantar un villancico. Si son los padres del niño los que se sienten ultrajados lo tienen sencillo, el día que decidieron venir a nuestro país deberían haber notado que, en España, aparte de una cocina excelente y libertades civiles, se practica desde hace siglos la religión cristiana, subsector católico, con sus símbolos, tradiciones y liturgia. Esta religión no es obligatoria y cada uno practica la que le viene en gana o ninguna, como es el caso del que suscribe, sin embargo, las tradiciones son comunes a todos porque forman parte de la cultura popular.
 
Cierto es que los belenes no se han estilado siempre, los primeros llegaron de la mano de Carlos III y de su esposa Maria Amalia de Sajonia, una alemana muy sensible que tenía debilidad por este tipo de representaciones. Esto significa que la tradición no pervivirá eternamente. Pero si algún día desaparece, que sea porque la gente la va abandonando de un modo espontáneo y no porque un politicastro de medio pelo quiera dárselas de moderno y multicultural.
 
Visto lo visto, el próximo es el ratoncito Pérez, lo digo a modo de aviso para que a todos los que guardamos un grato recuerdo del desprendido roedor que vivía en una caja de zapatos, nos pille preparados para defender tan monocultural como entrañable tradición. A fin de cuentas era el único que se acordaba de nosotros cuando se nos caía un diente.

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