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Fernando Herrera

Un futuro para los videojuegos... que no será

Este futuro halagüeño que habíamos trazado con nuestra ilusión queda cercenado por la intervención de los políticos, y no será.

Resulta difícil imaginar un peor comienzo para este año 2012, que supuestamente empezaba España ilusionada tras el cambio de gobierno. Tras el golpe barriobajero a nuestra renta, la supresión del canon digital ahonda la herida, al encomendar su pago a los presupuestos, esto es, esos impuestos que nos acaban de subir basando su necesidad en el exceso de gasto.

Afortunadamente, me siento liberado de escribir sobre esa medida, pues ya lo han hecho de forma excelente mis compañeros de columna Daniel y Chinchetru. Por ello, dedicaré mi quincenal contribución a hablar sobre videojuegos, tema apropiado donde los halla en esta víspera de Reyes. Ahora bien, no se me anime demasiado el lector, que el final no es feliz, al menos de momento.

Hablemos de internet, de videojuegos, de la nube. Hoy en día, el disfrute de videojuegos implica disponer de un hardware especializado en el hogar. Vamos, una consola. Sí, es cierto que también se puede jugar con un PC, pero la experiencia que estos dispositivos de uso general proporcionan no suele ser comparable a la que se puede obtener de un cacharrito especializado, diseñado y dedicado únicamente para los videojuegos.

Por este hardware las familias vienen pagando desde 150 euros en adelante, mientras que sus complementos naturales, los juegos, rondan en su lanzamiento los 60 euros. Son precios elevados que excluyen a amplias capas de la población de la posibilidad de disfrutar esta forma de entretenimiento. A ello hay que unir, para perfeccionar la experiencia, un dispositivo tipo Kinect, que, para un servidor, constituye sin duda el futuro cada vez más cercano para el videojuego; con la Kinect vienen otros 90-120 euros de gasto que añadir a los de la consola, lo que hace aún más difícil su acceso.

Frente a esta situación, no es difícil imaginar, tomando como referencia las iniciativas de Windows Live (para la Xbox de Microsoft), y en el contexto de esa tendencia creciente a tener aplicaciones y datos en la nube de internet, un escenario en que se concentre el esfuerzo de computación específico para videojuegos de las consolas en algún punto de la red. Y en que, a través de este punto, todos los individuos tengan acceso a capacidad para videojuegos simplemente con disponer de un mando (la Kinect) y una pantalla en casa.

Imaginémoslo: un mundo donde el hardware de la consola siempre esté a la última sin tener que renovar el cacharro en cada casa (y volver a gastar dinero); un mundo donde todos los videojuegos estén a un click, y todos sus jugadores también; un mundo donde las economías de escala permitan acceder a hardware (virtual) y juegos a precios mínimos y, por tanto, a toda la gente. Un mundo, en suma, donde se genere una gran riqueza, donde los fabricantes de consolas y videojuegos ganen mucho dinero, sí, pero gracias a la gran satisfacción que consigan en millones de nuevos jugones.

Y ahora despertemos: nada de esto va a ocurrir. Lo siento. Para que ello ocurra hace falta unir al jugador con ese centro de consolas de la nube, hace falta que grandes volúmenes de información circulen desde la consola remota hasta el hogar (las imágenes y sonidos de los juegos) y también en el otro sentido (las imágenes y sonidos que recoge la Kinect, por ejemplo). Y para eso nos hace falta algo más que las redes de cobre que llegan a nuestro hogar.

Por desgracia, la regulación de telecomunicaciones deja a los operadores fuera de la fiesta. Si todo va bien, se pueden forrar los diseñadores, los fabricantes y mucha más gente, pero no los operadores, pues ellos tienen sus precios fijados por el gobierno. Como los operadores, los expertos en redes, no están invitados, tampoco traerán tarta. Y sin tarta no hay cumpleaños. Así que este futuro halagüeño que habíamos trazado con nuestra ilusión queda cercenado por la intervención de los políticos, y no será.

Pero mantengan dicha ilusión para esta noche: que les traigan muchas cosas Melchor, Gaspar y Baltasar.

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