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Fernando Londoño Hoyos

China y su perestroika

A la China le llegó el tiempo de su Perestroika, y Xi Jinping será el hombre que la impulse. ¿Cómo le irá?

A la China le llegó el tiempo de su Perestroika, y Xi Jinping será el hombre que la impulse. ¿Cómo le irá?

Es posible que nos contemos entre los primeros lectores en español de Perestroika, el libro que cambió el destino del mundo. Era el año de 1987, y en una librería de Madrid nos recomendaron el libro que estaban desempacando y cuyo autor era Mijaíl Gorbachov, el hombre fuerte de la Unión Soviética. Terminamos su lectura hacia las tres de la mañana, y tuvimos la certeza de que el mundo había cambiado. Y cambió.

Perestroika es la confesión de un pueblo, arrepentido por 70 años de socialismo, que había costado, entre otras cosas, la muerte violenta de más de 30 millones de seres humanos, sacrificados en la era de Lenin y en las purgas de Stalin. No era corto el esfuerzo que se había hecho por implantar y mantener la centralización de la economía, con los famosos planes quinquenales y sus objetivos desmesurados.

La Unión Soviética parecía victoriosa e incontenible. Brezhnev la había convertido en una potencia mundial, con enclaves en África y Asia y la cabeza de puente en América que fue Cuba, comodín de todas las aventuras y depósito de todas las fallidas ilusiones del Kremlin.

Los sovietólogos occidentales admitían que el proceso de expansión era feroz en su velocidad y en sus métodos, y que solamente podría frustrarse si tanto esfuerzo no fuera sostenible económicamente. Y no lo fue. Perestroika resultó ser el solemne reconocimiento de que esa forma de organización económica no funcionaba, de que el rezago tecnológico frente a Occidente, en todo lo que no fuera armamentismo, era sideral y de que la desaceleración se había convertido en bancarrota.

Era preciso empezar de nuevo, cambiar la dirección centralizada, burocratizada, arrogante e inepta por fórmulas democráticas en la conducción de las empresas; introducir una verdadera contabilidad de costos y producir la cantidad y calidad de cosas que demandaba Su Majestad el Mercado.

Cuando la China resolvió apostar por un extraño híbrido de economía liberal y dictadura de partido, nos preguntamos cómo y hasta cuándo serían sostenibles esos términos contradictorios, esas técnicas irreconciliables, esos mundos opuestos y en nada fraternos. Pues ha llegado la hora de la verdad.

Todos los vicios de la concentración del poder han quedado en evidencia, tanto como la falta absoluta de alternativa de mando, de estilo y de rumbos que un régimen totalitario supone. Los gigantescos crecimientos de los años anteriores, que se debieron a la avalancha de tecnología y capitales que trajo consigo la inversión extranjera, empiezan a marchitarse. Las desigualdades entre la China furiosamente capitalista y la sumida en el abandono y la miseria no pueden sostenerse. La corrupción sin censura ni medida que toda nomenklatura entraña ha quedado a la vista. En suma, esa mezcla de mercado –libertad de elegir– y antimercado –colosal intervención del Estado en la vida social y política– está en ebullición, si es que no ha explotado ya.

El Partido Único, que empieza por ser una contradicción en los términos, ha elegido a un hombre carismático y experimentado para que afronte el desafío. El trabajo esclavo que ha producido una oferta sin competencia no puede mantenerse. Y no se puede mantener cerrada la puerta del bienestar y la prosperidad que ya disfrutan los 300 millones de chinos que ingresaron en el Primer Mundo. Hay otros 1.000 millones que quieren algo de lo mismo.

No alcanzan los fusiles para tantas ejecuciones de rebeldes traidores a la causa. No hay tanta policía para reprimir a los millones de trabajadores esclavizados, ni explicaciones para tanta mentira acumulada. A la China le llegó el tiempo de su Perestroika, y Xi Jinping será el hombre que la impulse. ¿Cómo le irá?

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