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Fernando R. Genovés

Hasta aquí hemos llegado

Decía el filósofo emperador romano Marco Aurelio que si no quieres ser como ellos no hagas lo que hacen ellos. Por ejemplo, si no quieres ser ruin y malvado, no actúes ni pienses como los que, en efecto, lo son. Ciertamente, deben tener algunos una mente muy miserable para cometer los atentados terroristas del 11 de mayo en Madrid, casi tanto como los que a las pocas horas del suceso urdieron un plan diabólico consistente en cargar sobre el Gobierno también esta masacre. Confieso que en los primeros momentos del suceso ni se me ocurrió semejante extremo. Aunque estemos siempre alerta, es difícil que el horror y la maldad no acaben cogiéndonos por sorpresa.
 
El 11-M ha superado todo lo conocido en España en muerte, destrucción y desolación terroristas. Pues bien, en la opinión pública y publicada el centro de las preocupaciones gira sobre las dudas existenciarias acerca del “ser o no ser” de la autoría criminal. Cuando no salen a relucir las causas del terrorismo, aparece la polémica sobre la identidad de los agentes de la vesania: que si ETA, que si Al Qaida. Como si este dato tuviese realmente importancia y excusara algo o a alguien. El caso es diluir o distraer el verdadero cariz del rabioso problema que, estallándonos en las manos, constituye el tema de nuestro tiempo. Se dice: “ETA nunca ha actuado así”; o sea: ¡ETA no es capaz de hace una cosa así! Y quien tal cosa afirma no deja de pensar que de ninguna manera puede serlo, porque en tal caso se le complicaría la jornada electoral del próximo domingo al quedar en evidencia. Si la sombra de la sospecha pasa al campo de Al Qaida, mejor: así es más fácil volver al tema de la “mentira de las armas de destrucción masiva” (¡después del asesinato de masas en Madrid!) para reconducir la discusión hacia las evoluciones atlantistas y diplomáticas del Gobierno y no a la política interior de España.
 
Todo esto es muy coherente, al fin. La propaganda de los partidos nacionalistas y de izquierda llevada a cabo durante la campaña electoral insistía sin descanso en la necesidad (para ellos) de sacar fuera del debate el tema del terrorismo: dialogar con los terroristas sí se puede, pero hablar sobre la cuestión, no, porque ello implica instrumentalización y crispación. Ahora, por lo visto y oído, tras el 11-M, tampoco debe hablarse de ETA, del soberanismo rupturista ni del terrorismo separatista. Están consiguiendo el objetivo. A la cortina de humo de la presunta pista islámica, se suman otras consignas de buen corazón: es la hora de las víctimas y las lágrimas, de la unidad de “todos” frente al horror, la hora de las manifestaciones callejeras, de las declaraciones de condena y las expresiones de indignación. Incluso el Gobierno ha dado instrucciones de no sacar en estos momentos el “caso Carod”.
 
Creo que todo esto es un error. Nunca como ahora es más necesario hablar de política. Porque el terrorismo etarra es un fenómeno político, fruto de una ideología política: el nacionalismo que desde el interior de España pretende reventarla. Y porque el día 14 de marzo se elige en España un Gobierno para la Nación. Del resultado de la votación deviene en gran medida que ETA sea derrotada o que ingrese, directa o indirectamente, en las instituciones de la Nación (en algunas autonómicas ya lo está). El PP vuelve a caer en sus vicios habituales: exceso de prudencia, reserva y vacilación, siguiendo de hecho las directrices de la propaganda opositora. A la vista de esta situación, más de uno echa ahora en falta la determinación demostrada por Aznar tras el atentado de Santa Pola, hace dos veranos, y que le llevó a proclamar con énfasis que hasta ahí hemos llegado. A la declaración, y esto es lo importante, le siguió una acción resolutiva que condujo a resultados trascendentales para la victoria democrática: la ilegalización de Batasuna, el agotamiento de la kale borroka, el declive acelerado de ETA y el emplazamiento definitivo al PNV para que respete el juego democrático y de la legalidad sin reservas ni pretextos. Pero entonces vinieron Carod, Maragall y todo lo demás.
 
El mayor consuelo que se puede dar a las víctimas –en realidad, a todos los españoles– es el hacerles llegar, además de mantas, ayuda psicológica y expresiones de pésame, el mensaje nítido de que este crimen –esta serie de crímenes– no va a quedar impune, porque van a ponerse en marcha nuevas medidas políticas, prácticas y efectivas, que pongan fin a esta locura que ya dura demasiado. La paciencia ha terminado. La tragedia y la comedia deben de acabar. Esas medidas sólo un partido hoy en España las puede tomar, el único partido democrático español que nos queda. Pero conste que a ese partido le exigiremos con el voto que inexcusablemente las tome. Y no aunque a algunos bribones les pese, sino porque definitivamente les tiene que pesar. ETA, pero no sólo ETA, ha llegado demasiado lejos. Es la hora de la determinación. Hasta aquí hemos llegado.
 

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