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Fernando Saiz

Gloria y miseria para Rato

Es, seguramente, la semana más amarga de Rodrigo Rato. Tras apurar con gesto doliente el cáliz de la designación de Mariano Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno y nuevo líder del Partido Popular, Rato tiene que soportar ahora el agravio de ser compensado por Aznar en la elaboración del nuevo Gobierno. Efectivamente, en la remodelación Rato “asciende” a vicepresidente primero, y uno de sus leales, Juan Costa, es promovido al rango de ministro de Ciencia y Tecnología. Aznar lo habrá hecho con buena intención, pero tales deferencias no hacen más que subrayar la preterición de Rato en su disputa con Rajoy, y quién sabe si pueden llegar a convertirse en el canto del cisne de la larga y fructífera carrera política del vicepresidente. Algo así va a ocurrir con Javier Arenas, que tras ser descabalgado de la Secretaría General del partido para dejar hueco a Rajoy, ha sido nombrado vicepresidente segundo del Gobierno, en lo que con toda probabilidad será su último desempeño en la primera fila de la política nacional. Se trata, en ambos casos, de laureles con fecha de caducidad –la de los comicios de marzo de 2004– y es muy dudoso que Rajoy, en el supuesto probable de que gane las elecciones generales, quiera reciclar para su nuevo equipo material próximo a la obsolescencia.

La gran paradoja es que el difícil trance por el que atraviesa Rodrigo Rato coincide con la publicación de algunos de los mejores datos macroeconómicos de los últimos años. El vicepresidente no tiene nada que demostrar, porque su política económica ha dado sistemáticamente excelentes resultados en términos de crecimiento y empleo, pero no deja de ser curioso que aflore ahora el mayor PIB trimestral desde finales de 2001 y que la combinación de los componentes de la demanda sea una de las más equilibradas y robustas de la historia reciente. El consumo privado sigue pujante, la inversión está ya en tasas de franca recuperación y las exportaciones empiezan a mostrar signos de dinamismo. La publicación de los datos de desempleo de agosto corrobora, por otra parte, que la economía española disfruta de una situación de bonanza excepcional si se compara con las penurias del resto de Europa. ¿Es razonable que Rato, artífice de todo ello, desaparezca de la escena política, bien por su propia mano, bien por voluntad ajena, bien por una mezcla de ambas circunstancias? La respuesta es no, pero la política no siempre cohabita armoniosamente con el sentido común.


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