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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El año de la Alarma

Hace exactamente un año, España era un país democrático. A 27 de diciembre de 2010, en cambio, nos encontramos en Estado de Alarma: tenemos garantías constitucionales suspendidas, no se pueden disolver las Cortes y no se pueden convocar elecciones, o sea que, mientras esto dure, el presidente seguirá ahí, pese a quien pese.


	Hace exactamente un año, España era un país democrático. A 27 de diciembre de 2010, en cambio, nos encontramos en Estado de Alarma: tenemos garantías constitucionales suspendidas, no se pueden disolver las Cortes y no se pueden convocar elecciones, o sea que, mientras esto dure, el presidente seguirá ahí, pese a quien pese.

Claro que la culpa de esto la tienen los controladores aéreos, toda la culpa. Y al gobierno no le ha quedado otra, para nuestro bien, que militarizarlos y, de paso, ponernos a los demás en cuarentena. Dice mi querido Carlos Rodríguez Braun que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio. Los controladores son el ejemplo perfecto del aserto, que se hace más verdadero cuando el representante de nuestra especie es Freddy, no Krüger, sino el que manda, el valido del Rey Zol.

Lo que más me preocupa del asunto es que la gente está encantada con la nueva situación porque se ha puesto en vereda a los controladores matando moscas a cañonazos. Y es que mis paisanos –los de mis dos patrias, España y Argentina– se pirran por la autoridad, les fascina eso de los dirigentes con un par. Y si eso pasa allá y aquí, y en algunos otros lugares del planeta que conozco, me veo obligado a deducir que es una cosa de casi todos. En tiempos de vacas flacas, la gente no quiere mimos, sino órdenes. Y como cada uno está dispuesto a cumplirlas, mejor que sean dadas en situación militar, porque en el vecino no se puede confiar y para él está hecho el fusilamiento. El uomo qualunque es a veces así de extremo en su vigilancia, pero es por amor a la patria, que no se puede dejar en manos de cualquiera, que requiere grandeza de alma, entrega y horror a la traición.

Y es que no sé por qué aún cargamos con el peso muerto del Derecho Romano, si podríamos sustituirlo de una vez por todas por la sharia, que nos espera a la vuelta de la esquina, y que es bastante eficaz: si hasta un niño puede, con esa bendita ley –y nunca mejor dicho lo de bendita–, poner en su sitio a un maestro deslenguado que habla del jamón a sus discípulos, como ha pasado en La Línea de la Concepción, provincia de Cádiz –sí, allí, donde los liberales hicieron de las suyas hace 200 años, que ya está bien–, es porque es un dispositivo social eficaz e igualitario. Como a mí siempre me ha gustado violar las leyes, romanas o moras, me complazco en el vicio solitario de repetir como una letanía "jamón", "gay", "abajo el burka", "mujeres liberadas" y otras zarandajas de occidental irredento. En voz baja, claro. Cuando me siento muy abatido incluyo en la lista el amor libre, que es de derechas, si no de toda la vida, al menos desde que Lenin se opuso a tamaña cosa.

O sea que estamos tranquilos porque ya tenemos una dictadura deducida de la democracia por la vía de una Constitución suicida, esa de las autonomías, que nadie piensa en reformar. "Nadie" significa en este caso la clase política, que dice a coro que lo que hay que hacer es desarrollarla y no cambiarla, ni para una cosa tan sencillita como poder tener reina en vez de rey, lo cual no estaría mal en Occidente pero sí con la sharia. Lo de la reina mora es cosa del flamenco, no de los moros. Ni de la familia real española, seguramente por aquello de los tradicionales lazos de amistad, suspendidos, creo que por decisión de Franco, entre 711 y 1921. Menos mal que los restablecimos.

Pero la reforma constitucional no forma parte del programa de ninguno de los dos grandes partidos, así que tranquilos. Y hablando de los dos grandes, ¿qué piensa hacer el PP cuando Freddy pida prolongar La Alarma más allá del 15 de enero, por ejemplo, hasta Semana Santa, para garantizar el espacio aéreo? No sé muy bien, tendría que preguntarle a alguien, si se pueden celebrar las autonómicas y las municipales en Estado de Alarma. Barrunto que no. Y, desde luego, estoy seguro de que no se convocarán, o se desconvocarán, si los controladores hacen de las suyas y, dormidos como en imaginaria, empotran un avión en alguna parte, digamos el 11-M, con M de Mayo, como percibió posible, con verdadera mala pata, Cristina Antón. En Estado de Alarma, más vale callar.

Y ya vale de mirarnos el ombligo, que tampoco es para tanto lo de los cuatro o cinco millones de parados (las cifras dependen de quien lleve las cuentas), ni lo del 1.600.000 comidas que sirve Cáritas, ni lo de la islamización de Al Ándalus por nuestros aliados civilizacionales, ni ninguna de esas pequeñeces. También hay que atender al mundo, que es ancho pero no del todo ajeno.

Aunque del mundo sólo se ocupan Aznar y Obama. Aznar, con esta cosa que le ha dado con los judíos, que no sé por qué habrá que defenderlos ni reconocerles derechos que nuestros tradicionales aliados (en 2011 son 90 años de Annual y 1.300 de la llegada de Tarik a la Península) no están por la labor de aceptarles. Los compis son lo primero. Dice un gran amigo mío que el discurso de Aznar en Jerusalem es el mejor discurso que se haya pronunciado en lo que va de siglo, pero mi amigo es un exagerado.

Obama, que sí respeta los lazos de amistad, y familiares, y religiosos, con los musulmanes, es otra cosa. Por eso los americanos, que, como se sabe, son un montón de obesos desagradecidos, no van a hacerlo presidente dos veces. No porque se haya arrodillado ante el saudí y haya dicho burradas sobre la historia de España en El Cairo, sino porque es un fracaso en casi todo. No, we can not. Nada de nada. Y encima, wikileaks y eso. Y la secretaria de Estado, en cuya persona se cumple lo que ya se sabe: no hay nada peor que una mujer despechada. De modo que ni seguridad social a la española, ni amistad con Israel, ni paz con los ayatolás, que, lentos pero seguros, raca, raca, enriquecen uranio, cuelgan homosexuales, lapidan señoras y mandan matar cristianos por ahí, mientras los administradores de la historia de Occidente duermen plácidamente la siesta, como la heroica ciudad de Vetusta, y El Corte Inglés vende caviar iraní, que, como no es un producto catalán, está libre de boicot.

Entre tanto, los sabios y ponderados gobiernos latinoamericanos, uno a uno y siempre con la guía del inefable compañero Chávez, van reconociendo la existencia del inexistente Estado palestino, que quiere constituirse con las fronteras de 586 a. C., justo en la segunda oleada de deportaciones a Babilonia, cuando ni los palestinos ni los árabes existían en la historia pero los judíos ya estaban molestando por ahí. Y eso que ellos, los latinoamericanos, nunca fueron descubiertos por el también judío Colón, siervo de los intereses del imperialismo nuestro, beato como era. Porque no hubo nada parecido a un descubrimiento: fue un desencuentro de culturas (juro que la definición no es mía), la de la sabia y antropófaga azteca, la maya, ocasionalmente comida por la azteca, y la inca, en imparable decadencia a la llegada de Pizarro, por un lado, y la hispánica, torpona como era, subdesarrollada, productora de materias primas como cualquier entidad periférica, y agotadoramente evangelizadora. Que, no se sabe cómo, se llevó por delante más indígenas de los que había.

La verdad es que, si tengo que juzgar por lo que de la historia me enseñaron en la escuela, me parece que nunca hemos estado peor. Todos, la humanidad. Pero me consuela saber que aquélla era una mala historia, que no merecía ser enseñada (como no lo merecía esta inmunda y complicada ortografía que me acaba de obligar a poner acento, que no tilde, en el pronombre aquélla). Menos mal que vino Marchesi y dijo que lo importante no era enseñar algo concreto, sino enseñar a aprender, lo que sea.

Pero todo parece secundario cuando uno piensa en el amargo destino de los grandes hombres. Menos mal que la Navidad, colorida y generosa como es, me trajo un hondo sentimiento de alivio por lo que toca a la dura existencia de Felipe González, que me tenía sobre ascuas desde que dijo en El País que estaba sin casa: los hados le han sido favorables y ha conseguido un empleo, modesto, de sólo 126.000 euros al año, en Gas Natural, y con eso va a poder pagarse un alquiler. Algo pequeño, en un barrio obrero, que es donde él se siente más a gusto. Porque no tiene otros ingresos.

Aun así, temo que el año que viene vaya a ser más arduo que éste (con acento), porque el gabacho (en este caso Trichet), como viene siendo desde el malhadado año 1808, quiere estrangularnos negándonos el parné imprescindible para nuestro amado Estado de Bienestar. Y porque me parece que el Tea Party (en cursiva: es expresión ajena) ha llegado con muy mala leche y escasa disposición a soltar un duro a nadie. Y los chinos están trayendo el comunismo o lo que sea que ellos sufran hasta la esquina de mi casa, aunque comprendo perfectamente que la suya es otra cultura y, por lo tanto, merecen ser respetados y, si alcanza, hasta amados. Y los marroquíes les tienen un hambre incontenible a Ceuta y a Melilla. Y los de Hamás, y los del BRIC –que crecen más que el primo de zumosol, aunque no de manera armónica y proporcionada, y que llevan en el alma el huevo de la serpiente china–, y los griegos que se van a caer del euro, y los turcos que seguirán aporreando las puertas de la UE... Uf, es que son muchas cosas para que las piense uno solo.

 

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