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CIENCIA

El año de la no ciencia

El repaso oficial a los títulos de las noticias científicas del año no es que sea para tirar cohetes. Sí, podríamos hacer el esfuerzo de entusiasmarnos con avances más o menos sorprendentes en disciplinas como la biomedicina y la astronomía, pero lo cierto es que los tradicionales resúmenes anuales de las revistas de ciencia en esta ocasión no pasarán, precisamente, a la historia.

El repaso oficial a los títulos de las noticias científicas del año no es que sea para tirar cohetes. Sí, podríamos hacer el esfuerzo de entusiasmarnos con avances más o menos sorprendentes en disciplinas como la biomedicina y la astronomía, pero lo cierto es que los tradicionales resúmenes anuales de las revistas de ciencia en esta ocasión no pasarán, precisamente, a la historia.
Sin embargo, 2006 ha sido un año apasionante para la divulgación, merced al incesante goteo de decisiones políticas, económicas y sociales que, si se sabe mirar bien, tuvieron un interesante sustrato científico. Y es que, aunque parezca absurdo, este año las noticias de ciencia más importantes aparecieron en las páginas de política de los periódicos.
 
No deja de ser sorprendente que el hallazgo estelar del año no sea un hallazgo, sino una revisión administrativa. La Unión Astronómica Internacional decidió expulsar a Plutón de la corte de planetas que circundan al Sol. Este pequeño, extraño y helado cuerpo descubierto en 1918 ha dejado de ser considerado un planeta; ahora se lo considera un cuerpo menor del Sistema Solar. La noticia sirvió para que durante un par de semanas se hablara en los periódicos de esa bella y compleja ciencia que es la astronomía, pero realmente no puede decirse que se trate de un hito en la investigación. Más bien es un sencillo acto de politiqueo entre científicos reunidos en asamblea. El telescopio brilló menos en este caso que los lobbies, los grupos de presión, la negociación entre pasillos y el voto a mano alzada.
 
A lomos de otros asuntos de calado político, los amantes de la divulgación hemos ido colando nuestras modestas reflexiones científicas cuando hemos podido. La aprobación de la nueva Ley de Investigación Biomédica, los anuncios del Gobierno socialista sobre su errática política energética (con los consabidos envites a lo nuclear), las arremetidas del Ministerio de Sanidad contra el tabaco, las grasas y el vino, las prohibiciones de pasarela masa muscular en ristre…, docenas de decretos, proyectos de ley y sesiones parlamentarias han rezumado ciencia por los cuatro costados. O deberían haberlo hecho.
 
En realidad, la ciencia suele brillar por su ausencia en estos debates, así como cuando se trata de reflexionar sobre nuestras cumbres tan poco visitadas por la nieve, nuestras primaveras cálidas, nuestros ríos yermos o nuestras olas de calor… Es entonces cuando surge el siempre socorrido recurso al coco del Cambio Climático, que termina por convertirse en el personaje (fantasma) del año.
 
El balance científico, así traído, resulta la mar de pobre. Las autoridades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de la Fundación para la Ciencia y la Tecnología, el secretario de Estado para las Universidades, los museos de ciencia, las revistas de divulgación deberían plantearse por qué, al cabo de 365 días, los nombres de los científicos siguen sin aparecer donde deben, es decir, al lado de la ministra que propone renunciar a la energía nuclear... cantándole un par de verdades sobre la dependencia energética española; cerca del diputado que emite su voto sobre las bondades de la selección de embriones... asesorándole técnicamente con todos los pros y contras; detrás del joven ecologista que alerta sobre los horrores del clima... tirándole de las orejas…
 
Por el contrario, las páginas de ciencia de los periódicos nos regalan, de ven en cuando, impagables momentos de la otra cara de la investigación (la clásica, la bella, la de siempre) allende nuestras fronteras. Este fue el año del hallazgo, en la Patagonia, de los restos fósiles del ave carnívora fororrácida más grande jamás encontrada. Un animalito terrorífico que, hace 15 millones de años, se paseaba por el mundo con sus tres metros de altura y sus 350 kilos de peso. Fue el año, también, del descubrimiento de nuevos nichos ecológicos, en los que habitan especies animales hasta ahora desconocidas, como el canguro dorado indonesio, un sorprendente crustáceo peludo de la isla de Pascua y los individuos de uno de los mayores tesoros de biodiversidad del planeta: las ranas, las mariposas, los mamíferos, las palmeras y los hongos, inéditos hasta ahora, de las montañas Foja de Papúa. Ha sido el año del descubrimiento, en las universidades de Emory y Columbia, de que los elefantes son seres autoconscientes que pueden reconocerse en un espejo… Pequeñas y espectaculares gotas de ciencia de la buena en un mar de noticias de política, economía y deportes.
 
¿Ciencia de la mala? También la hubo. Ni los fósiles de la isla de Flores pertenecían a una nueva especie de seres humanos desconocida, como se dijo en un principio, ni los fetos de animales fotografiados para National Geographic habían escapado al arte del modelado digital, ni el descubrimiento de la familia de supuestos cuadrúpedos turcos supuso avance alguno para la comprensión de la evolución genética humana.
 
Así pues, en parte por su ausencia, en parte por la modestia de su presencia, en parte por lo errado de sus postulados, a uno le ha salido del alma el título de este balance.
 
Eso sí, con la esperanza puesta en un 2007 en el que se celebra el Año de la Ciencia en España. Somos muchos los que estamos ya preparando el camino para un lustroso balance, si ustedes tienen a bien esperarlo...
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