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UN AÑO DESPUÉS

11-M: Llamada para el muerto

La suerte del debutante. Ése debió de ser el principal halo protector de la supuesta célula supuestamente islamista que colocó las bombas en los trenes del 11-M. Es cierto que el país estaba desprevenido, pero aun así resulta imposible mover de un lado a otro una enorme cantidad de explosivos, fabricar trece mochilas-bomba, distribuirlas en los vagones y hacer que estallen sin que ningún vigilante, ningún policía antiterrorista, ningún agente de la autoridad y ningún espía se percate de nada.

La suerte del debutante. Ése debió de ser el principal halo protector de la supuesta célula supuestamente islamista que colocó las bombas en los trenes del 11-M. Es cierto que el país estaba desprevenido, pero aun así resulta imposible mover de un lado a otro una enorme cantidad de explosivos, fabricar trece mochilas-bomba, distribuirlas en los vagones y hacer que estallen sin que ningún vigilante, ningún policía antiterrorista, ningún agente de la autoridad y ningún espía se percate de nada.
La operación era muy compleja: requería de una acción simultánea, de una férrea coordinación, de una línea de mando con una cabeza en la cumbre. Fue el mayor atentado de todos los tiempos, el tipo de acción que el terrorismo etarra no ha sido  capaz de abordar en solitario, puesto que todavía algunos dudan si colaboró o participó de alguna manera en el crimen de los trenes.
 
No ha podido establecerse con seguridad cómo se llevó a cabo el atentado, quién o quiénes fabricaron las bombas –tan complejas en su simplicidad–, ni quién eligió el lugar, el día y la hora. Los trenes explotaron en Atocha, Santa Eugenia y  El Pozo: los muertos regaron las vías, los bocatas envueltos en papel de aluminio quedaron esparcidos por el suelo y se ignora todavía quién ordenó asesinar a esos "currantes" mientras se dirigían al trabajo.
 
Recuerdo bien la explosión, y luego, hombres como castillos con lágrimas en los ojos, abrazándose en la calle. Recuerdo la solidaridad, el llanto, el valor de los servicios de asistencia, la reacción gloriosa del pueblo de Madrid.
 
El 11-M: explosiones, 192 muertos, 1.500 heridos, temor y estrés postraumático, que dejó en la ciudad miedo al aullido de las ambulancias. Ahora, cada vez que pasan con los destellantes encendidos hay un estremecimiento del 11-M en la piel.
 
Nadie fue capaz de prevenir ni de impedir la monstruosidad, y está por ver si seremos capaces de saber toda la verdad. Los islamistas no habían actuado antes, al menos no en acciones con relieve, ¿cómo fueron capaces de organizar una tan gorda, para desaparecer luego para siempre? Recordemos que eran tan poco temidos que ni siquiera se disponía de los suficientes traductores de árabe para saber lo que decían si hubiera que pincharles los teléfonos.
 
La posibilidad de una trama española –es decir, de delincuentes españoles– en la criminalidad islamista no es nada despreciable. Gente que supiera de sobra dónde encontrar el explosivo en abundancia, cómo sortear los controles de la Guardia Civil, en un país castigado desde hace décadas por el terrorismo; alguien que tomara la decisión de matar trabajadores en las estaciones de El Pozo y Atocha, por ejemplo, profundo conocedor de lo que eso podría desencadenar y consciente del momento político, de la proximidad de las elecciones, del daño de una herida abierta en el corazón de Madrid por sorpresa, sin "cerebro", sin propósito definido. A ver, ¿qué ganaron los de Al Qaeda con el crimen? ¿Qué ganó la yihad islámica con un puñado enorme de españoles muertos, heridos y mutilados?
 
La reconstrucción  precisa del atentado ha sido hasta ahora imposible, pese a los denodados esfuerzos de las policías que participan en la investigación. No se sabe quién fue el transportista, ni los ejecutores, ni el coordinador, ni el jefe indiscutible. La hipótesis de que se trata de una sofisticada franquicia de Bin Laden que recibe instrucciones por Internet está bien para escribir un best-seller o para distracción de conspiranoicos, pero carece de base real. No hay manera de conciliar el terrorismo de diseño con delincuentes vecinos de "Guarrerías Preciados", el mercadillo de lo recuperado de la basura. Unos terroristas de tan pobre factura jamás habrían burlado las más elementales rutinas de los servicios de seguridad. Lo conocido presenta un conglomerado más cercano a una operación militar que a la iniciativa de una banda de analfabetos.
 
Las cicatrices de la memoria popular no podrán nunca borrar el sonido estéril de los teléfonos móviles sonando en el andén, sin que nadie pudiera atenderlos, junto a los bocadillos envueltos en papel de plata. Los teléfonos de los muertos sonando, con llamadas como la de este escrito, que es para el muerto, para los muertos que nunca debieron caer, mientras corrían los minutos de la tragedia y  llamaban con angustia los familiares, jefes y amigos que sabían que iban en ese tren. Como yo escribo ahora. El 11-M, ya para siempre, es el día de los bocadillos por el suelo y los móviles estridentes sonando sin parar.
 
Y falta la guinda, el valiente geo Torronteras muerto en la explosión de Leganés, donde quedaron cercados los sospechosos. Su tumba fue profanada el 18 de abril de 2004, semanas después del atentado, en la supuesta acción más tardía de la supuesta célula terrorista. Sacaron el ataúd del nicho, se tomaron la molestia de colocar de nuevo la tapa en su sitio –quizá con la pretensión de que no se supiera nunca de qué tumba había salido–, trasladaron el cuerpo en una carretilla y lo incendiaron hasta destruirlo por completo.
 
La conjetura es que se trata de una venganza; pero extraña venganza, porque los islamistas sienten menos respeto por los vivos que por los muertos. El sonido de los móviles sigue atronando en el andén. No quieren que la investigación se cierre con ninguna mentira.
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