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PANORÁMICAS

Cars. Lo importante es participar

Pedía el apócrifo axioma pedagógico jesuita tener el control sobre la educación de los niños: "Dádmelos hasta los doce años y serán míos de por vida". Serían esos los momentos cruciales de la formación tanto del intelecto como del carácter de un individuo. Nadie como Walt Disney ha seguido dicho lema pedagógico con tanto fervor. Tras Dumbo, Blancanieves, Pinocho y demás producciones de dibujos animados había una subtrama moral, antropológica y política que se difundía de manera subliminal tras las geniales dotes artísticas y las emocionantes aventuras.

Pedía el apócrifo axioma pedagógico jesuita tener el control sobre la educación de los niños: "Dádmelos hasta los doce años y serán míos de por vida". Serían esos los momentos cruciales de la formación tanto del intelecto como del carácter de un individuo. Nadie como Walt Disney ha seguido dicho lema pedagógico con tanto fervor. Tras Dumbo, Blancanieves, Pinocho y demás producciones de dibujos animados había una subtrama moral, antropológica y política que se difundía de manera subliminal tras las geniales dotes artísticas y las emocionantes aventuras.
Que dicho influjo haya sido positivo o negativo es objeto de discusión. No recuerdo si era Juan Benet o Rafael Sánchez Ferlosio, quizás ambos, el que sostenía que Disney había sido la mayor corruptora filosófica de la Humanidad. Sin entrar en mayores disquisiciones, no es ocioso echar un vistazo a esa obra maestra del cine de animación que es Bambi para calibrar la misantropía de alto nivel que destila.
 
En Cars John Lasseter ha querido conjugar su pasión profesional por las películas de dibujos generadas por ordenador con la pasión aficionada que siente por las carreras de coches –no de Fórmula 1, sino de la muy americana Nascar–. En los Estados Unidos de Car-mérica los habitantes son máquinas con ruedas: motos, camiones y, por supuesto, coches. Rayo McQueen (¿un homenaje al Steve McQueen de Bullitt?) es un arrogante rookie de las pruebas automovilísticas, un novato que se atreve a competir por la Copa Pistón con dos clásicos: el imbatible y a punto de jubilarse Rey Strip Weathers y el eterno y resentido segundón Chick Hicks.
 
En la última carrera de la temporada los tres llegan a la meta al mismo tiempo, con lo que ha de dirimirse un desempate en California. Sin embargo, cuando es transportado en camión por una flamante y rectilínea Autopista 40 hacia la Costa Oeste, Rayo McQueen se perderá y acabará en Radiator Springs, un pueblo decadente de la anteriormente muy transitada Ruta 66, obligada por la autopista a ser una línea olvidada y polvorienta de asfalto en medio de un bello pero inhóspito desierto.
 
Obligado por los habitantes-coches a permanecer en el pueblo, deberá asfaltar un tramo de carretera que ha destrozado. Allí encontrará, no hay mal que por bien no venga, el amigo que nunca tuvo (una oxidada y supuestamente graciosa grúa), el maestro al que siempre desdeñó (un viejo Hudson Horner del 51), el ayudante al que menospreció (un reponerruedas italiano) y, por supuesto, el amor: una preciosa y redondeada Porsche Carrera azul con la que descubrirá el placer... de ir despacio y disfrutar durante el viaje de hermosas vistas, escondidos rincones llenos de encanto y otras virtudes que la despiadada y velocísima vida en la gran ciudad no nos permite, supuestamente, apreciar.
 
Lejos del humor a veces ácido y políticamente incorrecto de sus mejores films, Toy Story 1 y 2, la factoría Pixar ha realizado su cinta más Disney: sentimentalona, excesivamente dialogada, con grandes dosis de moralina en vena y muy previsible. El iconoclasta espíritu de Pixar está siendo domesticado a pasos agigantados por el nostálgico conservadurismo de Disney.
 
Así, el tópico mensaje de que "lo importante es participar", y la derivada de que los ganadores son de por sí sospechosos de ser una pandilla de egoístas insolidarios, se complementa con el lema más sutil pero no menos insidioso de que "cualquier tiempo pasado fue mejor", combinado con un paradójico espíritu comunitarista según el cual la tecnología es buena siempre y cuando se produzca en pequeñas comunidades, lejos del mundanal ruido de las grandes urbes, pintadas como unas sodomas y gomorras aptas para los ojos infantiles.
 
Y digo paradójico porque ésta es una diatriba antitecnológica y anticonsumista realizada con los últimos avances informáticos en animación que busca un éxito masivo de público a escala planetaria gracias a la espectacularidad de vibrantes y violentas carreras de coches. El resto –panorámicas grandiosas del desierto, cascadas de agua escondidas entre los riscos, sentimientos a flor de piel– es adorno.
 
En la misma estela que las sobrevaloradas Monstruos, Buscando a Nemo y Los increíbles, Pixar crea un mundo plano que consigue hipnotizar a los más pequeños, con una superficie pulida e hiperbrillante, y a los adultos, con coartadas filosóficas de baratillo; a años luz del valor pictórico de los Disney de los años 30 y 40, las actuales complejidades del dibujo animado japonés, con Miyazaki a la cabeza (El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke), o la mejor serie de dibujos de la historia: Los Simpson.
 
Tanto en la versión americana como en la española, se adereza la función, y esto es sintomático, con el entretenimiento banal de reconocer las voces de famosos, contratados para doblar a las máquinas rodantes. En el caso español, desde Fernado Alonso (¿en una carrera Nascar?) a Hilario Pino. De las 556 copias de la película distribuidas por toda España hay cuatro subtituladas, en las que podrá seguir jugando a las adivinanzas fónicas; esta vez con el mismísimo Paul Newman o con Michael Schumacher, que le pone la voz, claro, a un Ferrari.
 
 
Cars (EEUU, 2006; 114 minutos). Dirección: John Lasseter. Guión: Lasseter, Dan Fogelman, Joe Ranft, Kiel Murray, Phil Lorin and Jorgen Klubien. Música: Randy Newman. Calificación: Pasable (6/10).
 
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