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PANORÁMICAS

George Clooney en las primarias del PSOE

Que se estén celebrando a un tiempo las primarias del Partido Republicano y las del PSOE supone una oportunidad para realizar un análisis comparativo de los sistemas políticos de EEUU y España.


	Que se estén celebrando a un tiempo las primarias del Partido Republicano y las del PSOE supone una oportunidad para realizar un análisis comparativo de los sistemas políticos de EEUU y España.

Mientras que en el Partido Republicano han sido varios los candidatos, de sensibilidades, temperamentos y, sobre todo, ideas muy diferentes, los que han entrado en liza –en distintos momentos, además–, en el PSOE sólo se han presentado dos, de los que nadie tiene ni idea de si tienen alguna idea. Y mientras que los norteamericanos han realizado varios debates en los que se han cuestionado con una virulencia no exenta de cortesía, el socialista y la socialista no han cruzado propuestas una sola vez, no vayamos a descubrir que no tienen ninguna que ofrecer.

Ahora bien, ambos procesos tienen algo en común: el conflicto entre ideales e intereses. En el caso español, de tan obvio es indecente; en el americano, de tan explícito es fascinante. Obama ha vendido a Hollywood y asesinado a Ben Laden, mientras proclama la Pax Americana y se convierte en el simbólico heredero de Martin Luther King. Los republicanos son vistos como marionetas de Wall Street al tiempo que tratan de resucitar el American Dream.

Los políticos profesionales, esos equilibristas entre el cinismo a lo Fouché y la ingenuidad roussouniana, entre los ideales utópicos y los intereses creados, entre el cielo de los derechos y el infierno del cohecho impropio, han encontrado en la última obra del George Clooney director su reflejo más fiel en un espejo cóncavo. Los idus de marzo es una parábola de clarísima intencionalidad crítica contra el establisment partidista, que Clooney utiliza como un símbolo del pacto con el diablo (medias verdades, traiciones, cambio de chaqueta, donde ayer dije Diego...) que cualquiera que quiera entrar en política habrá de hacer más temprano que tarde.

El protagonista, interpretado por el propio Clooney con su habitual aplomo de feo al que le duele la cara de lo que gusta a las mujeres, es el gobernador Morris, que se presenta para ser candidato del Partido Demócrata; si lo consigue, seguro que acaba igualmente instalándose en la Casa Blanca. Algo parecido a lo que ocurrió en el duelo Obama-Hillary Clinton. El tipo es una especie de Guardiola de la política, una mezcla entre Gandhi, Kennedy y un anuncio de Nespresso. Ateo que sólo reconoce como libro sagrado la Constitución de los Estados Unidos, detractor de la pena de muerte que no vacilaría en asesinar a quien violase y matase a su mujer, capitalista de rostro humano, Morris es un demócrata tan jodidamente perfecto que incluso los republicanos se van a molestar en votar a su oponente en las primarias para que no gane (ya conocen el viejo adagio político: el enemigo de mi enemigo se lleva mi voto).

Sólo hay un inconveniente: para conseguir unos cuantos, aunque decisivos, votos en la convención de su partido debe ofrecer, sí o sí, un puesto de gran importancia en su próximo gobierno al típico trepa oportunista, un tipo como (escriba aquí, estimado lector, el nombre del político al que más desprecie).

Pero Morris es tan íntegro, tan honrado, tan idealista, que se niega de plano al cambalache.

Y cuando estamos a punto de vomitar ante tanta perfección santurrona, el guión da un giro tan inesperado y arbitrario como posible (gracias Bill Clinton y Mónica Lewinski por ampliar nuestra imaginación erótico-política) y nos sumergimos, junto a uno de los asesores de Morris (Ryan Gosling), en el pestilente pero al parecer embriagador aroma de las flores del mal del poder.

A ratos farragosa, en ocasiones tontuna, llena de subrayados innecesarios (pero es que Clooney es un subrayado en sí mismo) para destacar la santidad del candidato frente al pragmático realismo de sus directores de campaña (junto a Gosling, Philip Seymur Hoffman), Los idus de marzo se disfruta cuando se hace abstracción de la moraleja que Gosling trata de transmitirnos en su rostro final, entre la sabiduría y el desencanto, y que ya se percibe en la pretenciosidad de ese título de resonancias shakespereanas e imperiales, para pasearnos entre las bambalinas de la actividad política partidista y ese momento, tan sublime como terrorífico, en la que el político con luciferina ambición se da cuenta de que tiene las manos manchadas de sangre y de mierda pero en lugar de lavárselas inmediatamente las introduce hasta el fondo en el pozo ciego de los intereses, en nombre, y aquí el resto nos reímos por no llorar, de los más altos ideales.

En su haber, la película también cuenta, como otros dramas políticos más interesantes, con la característica de ser capaz de iluminar la cara oculta de los partidos políticos, que éstos tratan de que parmanezca a salvo de la mirada indiscreta del populacho, al que tradicionalmente se le trata como ganado al que llevar a los colegios electorales cada cuatro años.

Aunque su estreno está anunciado para una fecha indeterminada de 2012, lo ideal sería que llegase a los cines españoles coincidiendo con los idus de marzo de las elecciones andaluzas y las primarias del PSOE, aunque la ignorancia sobre las características del proceso electoral americano creo que repercutirá en su contra, a pesar del tirón de los protagonistas y de las nominaciones a los Globos de Oro y al Óscar al Mejor Guón Adaptado.

 

LOS IDUS DE MARZO (EEUU, 2011). Director: George Clooney. Guión: George Clooney, Grant Heslov. Intérpretes: Ryan Gosling, George Clooney, Paul Giamatti, Marisa Tomei, Philip Seymour Thomas. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Phedon Papamichael.

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