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A ORILLAS DEL SENA...

Homenaje a Carlos Semprún

El día 9 de junio nos reunimos en París, en la Maison de l'Amérique Latine, un grupo de amigos y admiradores de Carlos Semprún, fallecido, ¡ay!, hace unos meses. Nuestro propósito era doble: rememorar públicamente su vida y su obra, manifestando así nuestro propósito de consolidar su memoria (para eso son los homenajes), pero también acompañar a Nina, su mujer, con quien compartió la mayor parte de su vida. 

El día 9 de junio nos reunimos en París, en la Maison de l'Amérique Latine, un grupo de amigos y admiradores de Carlos Semprún, fallecido, ¡ay!, hace unos meses. Nuestro propósito era doble: rememorar públicamente su vida y su obra, manifestando así nuestro propósito de consolidar su memoria (para eso son los homenajes), pero también acompañar a Nina, su mujer, con quien compartió la mayor parte de su vida. 
El amor, la gratitud y la admiración que sentía por ella no es una suposición, sino que se tradujo en palabras habladas y escritas. Como muestra, un botón: el párrafo final de A orillas del Sena, un español...:
(...) como los refranes de una vieja canción, los ritmos del mismo bolero que ya oías de niño en el gramófono de manivela, amores, compromisos, aventuras, libros, tampoco hay tantas cosas en una vida, tan rápido pasa una vida. Y todo esto a trancas y barrancas ha durado hasta hoy. Sobre mi mesa está el folletito Evolución, con sus pésimos poemas, en las paredes los dos cuadros naïfs de Miguel Hernández, y en mi vida, Nina.
Nos reunimos, pues, en torno a Nina, en torno a Carlos, ausente pero vivísimo para todos nosotros. Jacobo Machover, que, aunque incorporado a la vida de Carlos tardíamente, estuvo a su lado casi a diario durante estos dos últimos años, fue el maestro de ceremonias del acto y uno de sus promotores más activos. Trabajó junto a Nina y otros amigos franceses de Carlos para organizarlo, y muchos, para empezar el propio Carlos, se habrían sorprendido al encontrar ahí reunidos a tantos nombres que han cruzado sus libros, que han sido pronunciados, evocados, transliterados por él en tantas ocasiones, muchos de ellos como fantasmas del pasado, otros como verdaderas presencias reales a lo largo de toda su vida.

Al homenaje, que empezó con la proyección de unos diez minutos de la entrevista que Federico Jiménez Losantos hizo a Carlos en la televisión de Libertad Digital, acudió un público muy numeroso. Un público mayoritariamente francés y algunos latinoamericanos, en particular cubanos que o conocían o admiraban a Carlos, precisamente por su labor en Libertad Digital. Después empezaron los testimonios, que se escalonaron a lo largo de casi tres horas, pues éramos muchos los que nos habíamos adherido activamente. Su hermano Jorge entre otros. Su hermano Jorge, sobre todo, a pesar de todo, con todo y por todo.

Con él compartí mesa redonda. Con él y con Zoe Valdés, pues los tres habíamos sido elegidos para dar el testimonio hispano. Jorge evocó a la familia, a la memoria viva de esos seis hermanos Semprún que levantaban el puño en una vieja fotografía –la que aparece en la cubierta de El exilio fue una fiesta–, anécdota que Carlos en ese libro explicó en su contexto e interpretó a su manera. También Jorge la interpretó como la prueba de una hermandad insoslayable –él habló de fratría fraternal (valga la redundancia, pero así fue)– a prueba de bomba. Jorge evocó además al Carlos revolucionario, militante comunista y luego feroz anticomunista, al hombre político. Zoe Valdés, que no le conoció personalmente, habló en nombre de sus lectores. Se declaró una seguidora absoluta, una lectora fiel de las crónicas de Carlos en Libertad Digital, y se asombró de que no escribiera en los grandes periódicos de tirada nacional. ¡Ay!, se lo dije: claro que escribió en ellos, pero tuvo que dejar de hacerlo y refugiarse en esa libertad digital a lo que nos hemos acogido tantos otros. Y ahí empezó mi intervención, precisamente como representante o portavoz de los amigos españoles de Libertad Digital, donde Carlos encontró un hogar (en el sentido de foyer, a la vez abrigo y calor), que él se encargaba de encender –¡y de qué manera!– con su palabra incombustible.

Los amigos ausentes de Madrid se expresaron a través de mí mandándole su recuerdo, saludando a esos amigos franceses que prácticamente nada sabían de esa etapa de su vida. Pude comprobarlo por las preguntas que me hicieron después al respecto. Me impresionó especialmente que el hijo de su hermana Maribel, su sobrino el historiador Soutou (discípulo de Raymond Aron), cuyos libros ha citado Carlos miles de veces, no supiera nada de esa etapa española, sin embargo tan prolífica. Soutou manifestó su agradecimiento por haberla conocido y su deseo de leer todos esos libros. También dio testimonio público del prurito de exactitud de su tío, el cual siempre le pedía detalles históricos y se documentaba con rigor.

Pero el homenaje fue más largo. Vinieron después los amigos de juventud, los testimonios de importantes momentos de su larga vida: su etapa de la radio, su etapa como autor de teatro, su breve pero intensa aventura con la editorial Moraïma, alguno de cuyos libros traduje sin consecuencia (es decir, que no se publicaron luego en español). Federica Matta, la hija del pintor y pintora ella misma, leyó unos poemas de Valéry que también le gustaban a Carlos. Y esa sorpresa de la existencia de un Carlos poeta vergonzante, poeta a sus horas, poeta inédito, pero poeta al fin y al cabo, no sólo la tuve a través de Federica, que evocó algunos de los veranos paradisíacos a los que también alude Carlos en sus memorias, sino de Laurent Terzieff, el gran actor de teatro con quien Carlos compartió tantas cosas, aún activo a pesar de su edad, transido de amistad pura hacia la memoria de Carlos, quien leyó el famoso poema de Pavese "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", poema que yo siempre relacioné con Carlos sin saber que le gustara tanto. 

Algunos acudieron a ese homenaje para rememorar al dramaturgo, al artista y descubrieron a un animal político. Otros fuimos a hablar de un animal político y descubrimos a un poeta. Pero todos le teníamos por un amante de la libertad, y de Nina.


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