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LA ESTRICTA GOBERNANTA

La esposa musulmana

Ser musulmán es muy sacrificado. Tienes que hacer las abluciones y tirarte al suelo con el culo en pompa para la oración. Pobre de ti si al tío que se postra delante le cantan los pies o tiene flatulencia. Luego está lo del Ramadán, que para el hipotenso es una gaita, y lo de la peregrinación a La Meca, que resulta muy estresante.


	Ser musulmán es muy sacrificado. Tienes que hacer las abluciones y tirarte al suelo con el culo en pompa para la oración. Pobre de ti si al tío que se postra delante le cantan los pies o tiene flatulencia. Luego está lo del Ramadán, que para el hipotenso es una gaita, y lo de la peregrinación a La Meca, que resulta muy estresante.

Por otra parte, los esparcimientos mahometanos son un poco sosos porque el islam no ve con buenos ojos la música, ni el baile, ni las representaciones teatrales ni el arte con figuras humanas. Tampoco permite el vino; ni el jamón, porque el cerdo es un animal impuro. Yo aquí debo hacer un inciso para defender al cerdo y decir que no hay un solo animal que sea puro. Sin ir más lejos, un humano limpio carga con más de dos kilos de microbios por dentro y por fuera, y además tenemos que estarles agradecidos porque nos hacen diversos trabajos por el cuerpo.

Pero, señores míos, si duro es ser musulmán, peor es ser musulmana, porque el islam es una religión de hombres y para hombres. A la sensibilidad occidental le escandalizan los casos como el de la morita que se suicidó porque el violador con el que la casaron la maltrataba. Quizá lo que más molesta es que los culpables se vayan de rositas, como este viudo que ahora dice que él sólo le teme a Alá. Pues por ese lado yo creo que no tiene nada que temer.

A veces, la gente piensa que la discriminación y la violencia contra las mujeres entre los musulmanes no están relacionadas con su religión. Pero a mí me parece que sí. El Corán dice, por ejemplo: "Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Dios los ha hecho superiores a ellas" (4:34). Eso ya es mala cosa.

Pero, claro, al fin y al cabo, Mahoma veía a las mujeres sólo como campos de cultivo. "Vuestras mujeres son vuestro campo de cultivo; id pues a vuestro campo de cultivo como queráis" (Corán 2:223). Desde luego, no es nada sexy montártelo con tu señora convencido de que es un campo de cultivo, pero es que los musulmanes, bajo nuestro punto de vista, son un estuche de rarezas; no les importa pensar en su mujer como un terrenito, aunque, eso sí, que no les quiten las huríes del Paraíso, unas "voluptuosas mujeres afines en todo", "de hermosísimos ojos", "como rubíes y corales", "a las que ningún hombre o ser visible ha tocado". Son ganas de marear la perdiz. Las verdaderas huríes están ahí, debajo de esos velos negros.

El Corán describe el Paraíso como un lugar destinado a suministrar todos los placeres materiales que puede apetecer un varón desértico: muchos arroyuelos, muchas bebidas y muchas comidas, aunque el vino no emborracha y la carne es de ave. Todo servido en oro y plata por huríes. El Paraíso no está pensado para las mujeres porque Mahoma diseñó una religión al gusto masculino, para que sus guerreros dieran caña al infiel. Y, ojo, lo consiguió, porque la caña que nos dieron no es ninguna coña

El Paraíso está garantizado sólo a aquellos que "matan y son muertos" por la causa de Alá. Da escalofríos pensar que el más famoso de los secuestradores del 11 de Septiembre, Mohamed Atta, que además de asesino fanático debía de ser cerril, llevaba en su maleta un traje de boda para desposarse en el Paraíso. Pues se lució, porque, con sus partes pulverizadas, le habrá sido complicado consumar los desposorios.

Con el Corán en la mano es imposible pensar en la igualdad de los sexos, porque menosprecia y desacredita a las mujeres. Por ejemplo, ordena que la herencia de un hijo sea el doble que la de una hija. "Al varón le corresponde la porción de dos hembras". (4:11). Y declara que el testimonio de una mujer vale la mitad que el de un hombre. "Llamad a dos hombres para que sirvan de testigos, y si no encontráis dos hombres, entonces, un hombre y dos mujeres que os parezcan aceptables como testigos, de modo que si una yerra, la otra subsane su error" (2:82).

Y anima a los maridos a que peguen a sus esposas desobedientes (4:34):

Las mujeres virtuosas son las verdaderamente devotas que guardan la intimidad que Alá les ha ordenado que guarden. Pero a aquellas cuya animadversión temáis, amonestadlas y luego dejadlas solas en el lecho: luego pegadles.

Así que no es nada extraño que el imán de Tarrasa se pusiera a malmeter animando a los fieles a "corregir con actos de violencia física y psíquica las conductas desviadas de sus mujeres" y a dar consejos concretos de cómo golpearlas y aislarlas en el domicilio conyugal y, lo más cachondo, "negarles las relaciones sexuales".

Aunque ninguna mujer debería tener hijos antes de los veinte años, el islam fomenta el matrimonio infantil y eso hace más vulnerables a las esposas. El famoso ayatolá Jomeini, que era un tío muy inspirado, decía que casarse con una niña, antes de que empiece a menstruar, es una bendición divina (no dice si para la niña es también una bendición), y aconsejaba a los padres que hicieran todo lo posible para que sus hijas no vieran su primer sangrado en la casa paterna. Así pasa lo que pasa.

Más de la mitad de las adolescentes de Afganistán y Bangladesh están casadas. En Egipto, el 29% de las adolescentes casadas han sido golpeadas por sus maridos, y de ellas el 41% recibieron palizas mientras estaban embarazadas. En Jordania, el 26% de los casos de violencia doméstica se cometieron contra esposas menores de 18 años.

Según un informe hecho público por el ex primer ministro británico Gordon Brown, 25.000 menores son obligadas a contraer matrimonio cada día en un conjunto de 16 países de África y Asia; unos nueve millones al año.

El mismo Mahoma, que tuvo, al menos, nueve esposas y multitud de concubinas, se casó con Aisha cuando ésta tenía seis años, y consumó el matrimonio cuando ella tenía nueve. Y a pesar de que fue su esposa más amada, por si no lo sabíais, la maltrataba. Por ejemplo, una noche, creyendo que Aisha estaba dormida, Mahoma se largó. Ella se atrevió a espiarlo y él, muy cabreado, le pegó una paliza, causándole mucho dolor en el pecho. Luego fue y le dijo: "¿Acaso pensaste que Alá y su Apóstol iban a actuar de modo injusto contigo?".

Yo no quiero meterme con los musulmanes porque todavía están muy picados con aquello de las Cruzadas y son tan suspicaces que te pones un cruzado mágico y les dan ganas de tomar Jerusalén. Pero si estuviera casada con un maltratador, me defendería. Se me dan bien las latas de conserva caducadas, las setas venenosas y los huevos estrellados. En mis manos, la minipimer es un arma homicida, y también soy buena con el mal de ojo. Pues mira, ahora mismo, aunque los ulemas me hagan una fatua, le voy a lanzar un conjuro, como la copa de un pino, al viudo de la pobre morita muerta. Prepárate para la orquitis, violador, tus pelotas tienen los días contados.

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