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CÓMO ESTÁ EL PATIO

¡Los nuevos Pactos de La Moncloa, oiga!

La historia se repite con tintes de comedia, que decía aquél; pero si el protagonista de esta reescritura forzada es el inquilino de La Moncloa, el resultado no llega ni a sainete de tercera, que es, poco más o menos, el fruto final de esta operación urdida por los liliputienses del juancarlismo para continuar legitimándose a costa de los sufridos contribuyentes, y que los medios afines, con involuntario sentido del humor, han equiparado con los Pactos de La Moncloa, firmados en la GTE (Gloriosa Transición Española) para que el país no se fuera por el desagüe.


	La historia se repite con tintes de comedia, que decía aquél; pero si el protagonista de esta reescritura forzada es el inquilino de La Moncloa, el resultado no llega ni a sainete de tercera, que es, poco más o menos, el fruto final de esta operación urdida por los liliputienses del juancarlismo para continuar legitimándose a costa de los sufridos contribuyentes, y que los medios afines, con involuntario sentido del humor, han equiparado con los Pactos de La Moncloa, firmados en la GTE (Gloriosa Transición Española) para que el país no se fuera por el desagüe.

El hecho de que a Zapatero le haya felicitado por su hazaña un personaje tan prescindible como Van Rompuy, presidente estable de la UE a pesar de que nadie le ha votado para el cargo –entre otras cosas, porque difícilmente se puede votar a alguien del que se desconoce hasta su mera existencia–, acota perfectamente las dimensiones bufas del entremés monclovita. Un espectáculo de muy poca altura, éste que Zapatero ha exhibido como su primera gran conquista desde que estalló la crisis ante cierta fracasada teutona que ha girado visita por estos predios para comprobar la capacidad de nuestro consejo de ministros y, de paso, la solvencia de unos sindicatos modernísimos como la UGT y las CCOO, dirigidos por los simpáticos Méndez y Toxo.

Da la impresión de que el show de La Moncloa no tuvo otra razón de ser que el presentar a la canciller alemana cierta imagen de unidad por parte de unas fuerzas vivas que estarían actuando desinteresadamente en apoyo de un gobierno que por fin habría sido capaz de agavillar las energías de las mejores instituciones sociales en un esfuerzo conjunto por evitar seguir siendo la vergüenza mundial, con esa tasa de paro que lucimos, sin parangón en ningún país que no haya padecido una guerra civil en los últimos tiempos.

La idea es interesante pero fallida, por varias razones. Principalmente porque los sindicatos UGT y CCOO, así como el sindicato de productores CEOE, con menos representación aún que los anteriores, no son precisamente unas instituciones independientes capaces de aglutinar el esfuerzo de millones de individuos, sino parte integrante de la casta política. Lejos de simbolizar la esperanza de regeneración de un sistema político en las últimas, la foto de los Pactos de la Moncloa 2.0 es la plasmación gráfica del principal problema que aqueja a la economía española: la existencia de una estirpe de funcionarios sindicales de izquierdas que tiene en sus manos el poder de influir decisivamente en la política económica y la legislación laboral con sus prejuicios marxistas decimonónicos.

Por otra parte, es más que dudoso que Merkel y sus ministros hayan quedado realmente encandilados con el contenido de estos pactos monclovitas, que consideran la reducción de la edad de jubilación y la ampliación de los años cotizados una suerte de cañón Berta en la guerra contra la crisis y el desempleo.

Más allá de los gestos amables –pura cortesía– que nos ha dejado la supervisora alemana, no es probable que Zapatero haya ganado márgenes de confianza en las instituciones internacionales de referencia. Como ya ha quedado nítido de lo que es capaz el personaje, y cómo se comportan las instituciones sociales de este país nuestro, tan en ruina –instituciones que, lejos de exigirle la dimisión y que se marche con viento fresco a un atolón del Pacífico, le bailan el agua–, lo siguiente que nos puede pasar es que nos expulsen del euro por contumaces en el error.

¿Acaso somos masoquistas los españoles? Por supuesto que sí; y hasta es posible que volvamos a fascinar al mundo entregando a Zapatero el poder por otros cuatro añitos, para que siga adelante con su obra. ¡Pues anda que no se nos da bien lo del fascinaje planetario!

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