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CRÓNICA NEGRA

Papá, a ti nadie te entiende

José Bretón, el padre de los niños Ruth y José, desaparecidos en Córdoba, es una persona singular. El domingo pasado un diario publicaba que se le había reducido la vigilancia del protocolo para evitar suicidios y horas más tarde era sorprendido con autolesiones en el antebrazo y el hombro. Lleva unos tres meses en prisión provisional y no ha soltado prenda de lo que dicen que sabe.


	José Bretón, el padre de los niños Ruth y José, desaparecidos en Córdoba, es una persona singular. El domingo pasado un diario publicaba que se le había reducido la vigilancia del protocolo para evitar suicidios y horas más tarde era sorprendido con autolesiones en el antebrazo y el hombro. Lleva unos tres meses en prisión provisional y no ha soltado prenda de lo que dicen que sabe.

José se llevó a sus hijos de casa de su mujer para un fin de semana y luego dice que los perdió en el parque. Esto de la pérdida es difícil de creer, pero puesto que lo mantiene habría que insistir en la comprobación.

Desde el punto de vista de la Criminología, cabe decir que José es un detenido al que hemos dejado de entender; porque mientras el informe psicológico dice que no presenta trastorno alguno de la personalidad o de la psique, las fotos nos muestran una persona con la mirada perdida de un enajenado.

Para mí que estamos ante un posible síndrome Rambo, ese soldado que vuelve de una guerra no deseada y que sufre estrés postraumático como consecuencia de lo vivido en el frente y del rechazo social.

En la película, el soldado no encuentra trabajo ni respeto en la sociedad, y poco a poco se vuelve intolerante y violento. En el caso de Bretón, el hombre estuvo en una guerra de las que el anterior Gobierno aseguraba no existían. O dicho de otro modo: enviaron a un hombre en misión de paz a la zona de más virulenta de la guerra. Bretón no tuvo paciencia para asimilar aquel horrible conflicto encubierto y sufrió lo indecible. Regresó a casa y lo mandaron al paro. Encima nadie le demostró lealtad o consideración social.

Se llevó a los niños y no se sabe qué pasó; la justicia y las fuerzas del orden, como en el caso Marta del Castillo, están en un callejón sin salida. A lo mejor a Bretón debería haberle visto un médico ya por el tiempo en el que la policía lo paseaba de acá para allá, como si él formara parte de los investigadores; es decir, igual sufre un trastorno, así que no deberían haberle permitido ir a peor.

También podía haberle interrogado un criminólogo, es decir, un experto en crímenes, que hubiera emitido el preceptivo informe. Y luego está el secreto de sumario: si no sabemos dónde están los niños, ¿qué secreto guarda el sumario?

Los políticos inútiles han sometido la sociedad española a un estrés tremendo en materia de seguridad. Ahora las tornas han cambiado, pero no sabemos si para mejor. Los niños de Córdoba no aparecen. No hay explicación alguna y nadie da esperanzas a medio plazo.

Bretón es un ser al que no entendemos, al que el juez mete en la cárcel, en mi humilde opinión, porque es incapaz de comprender su actitud, siendo un posible imputado de dos delitos de detención ilegal y simulación de delito. La dificultad para entender se transmite a los encargados de custodiarle: le quitan la extrema vigilancia del protocolo antisuicidio y acto seguido se autolesiona.

Bretón es un marciano para el sistema penitenciario, como lo es para el juez instructor y para los agentes que le investigan. ¿Quién es? ¿Qué pretende? ¿Por qué la psicóloga le toma por un ser normal y sin embargo nos ofrece esa mirada perdida?

El problema, tal y como yo lo veo, desde mi posición de estudioso del crimen, es que no somos conscientes de que tenemos un problema. Los crímenes son cada vez más complicados y la respuesta política es cada vez más simple e incompleta. No hay voluntad política de entender lo que pasa, o no la había antes y ahora todavía no se ha puesto en marcha la renovación. Pero el caso es que en España los desaparecidos lo son para siempre, y los padres que pierden a sus hijos, como la araña del cuento, se convierten en sordos y mudos.

Si Ruth y José estuvieran en disposición de hablarle a su padre o de escribirle un mensaje, quizá le dirían: "Es que a ti, papá, nadie te entiende".

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