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CRÓNICA NEGRA

Venía de ver al juez y... la descuartizó

¿Poder de disuasión de la ley? Ninguno. ¿Eficacia de la política contra el crimen? Cero. ¿Temor del asesino a la justicia? Ninguno. ¿Capacidad de las autoridades para proteger a las víctimas de malos tratos?: Ninguna. ¿Respeto del maltratador al tribunal? Cero.

¿Poder de disuasión de la ley? Ninguno. ¿Eficacia de la política contra el crimen? Cero. ¿Temor del asesino a la justicia? Ninguno. ¿Capacidad de las autoridades para proteger a las víctimas de malos tratos?: Ninguna. ¿Respeto del maltratador al tribunal? Cero.
El descuartizador de Alcover (Tarragona), condenado a seis meses de prisión por malos tratos y amenazas, salió a la calle. Se tomó un pincho de tortilla y una cerveza, porque necesitaba fuerzas para lo que iba a hacer. La condena que se le había impuesto incluía el alejamiento de más de 500 metros de su víctima, la bielorrusa Victoria, con la que además tenía prohibido comunicarse.

Se pasó la sentencia por salva sea la parte y se fue directamente a la casa de Victoria. En absoluto impresionado por la gravedad del juez o lo recogido en la condena. Más fresco que una lechuga.

El tipo, de nacionalidad española, al que la justicia que tenemos llama pudorosamente –hipergarantismo obliga– "Miguel C. P.", se hizo con un cuchillo de grandes dimensiones y, antes de acuchillarla, discurseó a la eslava Victoria de esta manera: "Los seis meses que me ponen de cárcel, cambiados por 180 días de trabajo en beneficio de la comunidad, pasen, pero la prohibición de acercarme a vosotros [a ella y a los niños, de cinco y cuatro años], con eso no puedo". Acto seguido la tiró al suelo y se le echó encima, a picarla.

El presunto asesino de Alcover, al que la floja justicia española llama pudorosamente "Miguel C. P." –no vaya a ser que si alguien se entera de lo que ha hecho le vuelva la espalda o le retire la palabra–, no estaba nada impresionado por los legajos judiciales, las togas negras y el Ministerio de Igualdad. Tampoco parece que le afectara lo más mínimo el Ministerio del Interior, con toda su parafernalia. Desfilaba todo el aparato político judicial por debajo de su arco del triunfo mientras hacía picadillo de la madre de sus hijos. Acabaría llevándose el cadáver para deshacerse de él, arrojando trozos por aquí y por allá como Garbancito arrojaba migas de pan. Un pie lo tiró en El Vendrell, la cabeza y una mano, en Vilafranca, y el pedazo más grande del tronco en Granollers. Un viaje turístico en coche, de camino al trabajo. Por cierto, que fue a trabajar como si nada.

El asesino de Alcover es un hombre templado y austero. Sólo necesita un quinto de cerveza para ponerse en marcha, y si acaso, un pedazo de tortilla. Un cuchillo se puede conseguir en cualquier parte. Todo piso tiene su cocina. Toda cocina tiene varias armas con las que matar. Lo que no es tan frecuente es la decisión y la frialdad mostradas por este sujeto. Los millones que manejan los políticos que han sembrado toda España de observatorios contra la violencia de género no son nada contra un hombre así armado con un cuchillo.

El descuartizador necesita tener unos nervios de acero. Para meter la hoja en la carne que has deseado, cortar tendones, partir huesos, separar la rótula, desmembrar a la que fue tu amada hay que tener una convicción ciega y no conocer el temor. ¿Qué es la ley para este hombre frío que hace su voluntad? Papel mojado. No hay norma ni poder que respete. No hay política ni policía capaz de pararle. No nos engañemos: el derecho penal sabe de penas, pero no de crímenes. Tal vez la solución a todo esto sea la ciencia, la Criminología. El estudio del oficio de criminal. Los criminólogos como respuesta al asesinato.

No pasaría nada si el homicida de Alcover fuera un individuo único, extraordinario, pero en realidad se trata solo de un maltratador más, quizá de un psicópata, en cualquier caso, alguien que no tiene bastante con el lento funcionamiento de la justicia, por más que le dedicaran un juicio rápido. El tribunal no pudo descubrir las intenciones del maltratador. La víctima, tampoco.

Entonces, ¿qué? Que ha llegado el momento de prevenir, de estudiar el terreno, de redistribuir los millones arrojados en destinos inoperantes. El asesino de Alcover no solo se ha puesto por encima de la ley y toda esa ñoñería de convertir la violencia en un fenómeno social. Hay que proceder con contundencia, para que a los asesinos en potencia se les quiten las ganas de serlo.

Hay que privarles de la intención de matar, pero eso es imposible si ni siquiera les llega el mensaje.

Esa cosa floja de los hombres que no aman a las mujeres. Oiga, que estamos hablando de un presunto canalla que se sorbe un quinto, se echa un eructo y convierte a su ex esposa en un colador. Luego va al baño y se echa una meada.

El aparato del estado, con sus normas de colegio de monjas, como si tratara con frágiles adolescentes, se muestra incapaz de paralizar a los psicópatas y a los maltratadores. Habrá que darle una vuelta de tuerca a la política contra el crimen. De momento, contraten criminólogos. ¿No se han enterado de que la criminología es la ciencia del crimen, como la filología es la del lenguaje y la semiótica la de los signos? Pues están de espaldas al progreso: no dejen de llorar sobre la sangre derramada.
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