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Florentino Portero

En defensa de Zapatero

Estamos donde estamos –en el plano económico, político y social– porque una mayoría de españoles lo ha querido. Es indecente convertir al presidente en el mono de feria sobre el que dirigir todas las culpas.

Supongo que es la consecuencia directa de la educación puritana que recibí en mis años mozos, pero reconozco que me parece repugnante el espectáculo de compañeros de partido, periodistas de medios afines y votantes de izquierda crucificando al presidente del Gobierno por ser responsable único, o en comandita con las pajines et. al., del desastre en el que nos encontramos. No es verdad y no es justo endilgar a Rodríguez Zapatero tamaña responsabilidad.

La vieja guardia socialista, con el ex presidente González a la cabeza, hace declaraciones despectivas contra el presidente olvidando que también ellos condenaron al paro al 20% de los trabajadores de este país, que entonces más que ahora floreció la corrupción, que estos lodos son el resultado de políticas que apoyaron o que consintieron con su silencio cómplice.

Los más jóvenes filtran informaciones a los medios de comunicación para marcar distancias con un cadáver maloliente. En un ejemplo de cinismo despreciable disculpan su apoyo por mor de su sentido de la responsabilidad. Para garantizar la estabilidad del Gobierno es fundamental que los diputados socialistas se mantengan unidos tras su líder, aunque no compartan sus puntos de vista. Pero este no es el caso. Los diputados socialistas han apoyado con pasión la política que nos ha llevado hasta donde nos encontramos y no me refiero sólo a la situación económica sino, y sobre todo, al daño infligido a la cohesión social y a la unidad del Estado. Se han comportado como lo que son, meros peones al servicio de unas siglas. Es el resultado de una ley electoral que para garantizar la estabilidad parlamentaria sacrifica la representación. Los diputados no son la correa de trasmisión de los ciudadanos que les han votado sino meros testaferros del partido que los ha incorporado a su lista de candidatos.

¡Cuántos periodistas y columnistas de los medios afines al Gobierno nos han acusado de "crispar" por advertir de lo que iba a ocurrir! Y ahora tienen la desfachatez de dar lecciones de sensatez al presidente por haber hecho lo que ellos defendieron durante años, descalificando a quienes apuntaban el peligro que se corría.

Decía Churchill que uno perdía la fe en la democracia después de charlar un par de minutos con un elector. Zapatero no es un dictador, aunque tampoco sea un ejemplo de demócrata. En dos ocasiones once millones de electores le han aupado a la poltrona presidencial. No vale decir aquello de "es que me ha engañado", porque después de cuatro años sólo un cretino, si se prefiere un tonto de solemnidad o de nación, podía ignorar de qué iba la fiesta.

Todos sabíamos lo que estaba ocurriendo y, por lo tanto, lo que iba a ocurrir. Se lo habíamos escuchado a Pizarro en el famoso debate electoral, al gobernador Fernández Ordóñez y al comisario Almunia tras las elecciones, a cientos de economistas en todo tipo de medios de comunicación. Estamos donde estamos –en el plano económico, político y social– porque una mayoría de españoles lo ha querido. Es indecente convertir al presidente en el mono de feria sobre el que dirigir todas las culpas. Es, siempre lo fue, un personaje irresponsable, visionario, voluntarista y peligroso. Pero si lo hemos elegido en dos ocasiones a pesar de dar muestras inequívocas de todo lo anterior, será porque los españoles nos sentíamos bien representados.

En España

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