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Francisco Cabrillo

El extraño asesinato de Richard Cantillon

El 15 de mayo de 1734 el Daily Journal publicaba en Londres la noticia de un incendio que había destruido la noche anterior tres lujosas casas de la ciudad. Una de ellas, aquella en la que se había declarado el fuego, pertenecía a un conocido banquero, al que hoy consideramos, además, como uno de los más grandes economistas de todos los tiempos, Richard Cantillon. Los primeros exámenes indicaban que el incendio había empezado en la habitación del propio banquero, seguramente cuando, en el curso de la noche, el dueño de la casa se quedó dormido mientras leía un libro y una vela puso en llamas algunos de sus papeles o los cortinajes de la cama. Entre los restos de la mansión se encontró un cuerpo totalmente calcinado e irreconocible. Nadie dudó así, en un primer momento, que Richard Cantillon había muerto como consecuencia de un infortunado accidente. Pronto se vería, sin embargo, que las cosas no estaban tan claras como parecía.
 
Nuestro personaje había nacido en Irlanda el año 1697. Durante años se dedicó con gran éxito a la banca, residiendo en París, y manteniendo casas abiertas en distintas ciudades europeas. Hizo una gran fortuna anticipando la caída del complejo sistema  financiero diseñado por John Law, de quien hablaremos en otra de estas Historias. Sus operaciones financieras, de las que no tenemos datos precisos, fueron algún tiempo después el motivo de diversos pleitos promovidos por personas arruinadas en aquella crisis. La gran aportación de Cantillon a la historia de las doctrinas económicas fue su libro Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, que no vio la luz hasta 1755, muchos años después de su muerte. La obra se publicó, además, en una traducción francesa, que parece que no estaba destinada a la imprenta; y sólo apareció en inglés, idioma en el que se supone que se escribió el original, en 1931. Para algunos especialistas, el Ensayo es la mejor obra de economía escrita en el siglo XVIII, superior incluso al libro de Adam Smith, por lo que cabría atribuir a su autor el título de “padre de la economía política”. Y muchas de las ideas desarrolladas en décadas posteriores tiene, en efecto, precedentes interesantes en este libro.
 
Cantillon tenía enemigos, ciertamente. Pero, ¿pudo su muerte tener algo que ver con ellos? Aunque los incendios en las ciudades de la época eran bastante habituales, los investigadores del caso sospecharon pronto que en éste podría haber algo más que un simple accidente y la idea de que el fuego podría haber sido provocado fue tomando fuerza. Por fin, la policía detuvo a tres de los criados, a los que el fiscal llevó a juicio con el cargo de asesinato. En su opinión había indicios de que estos criados habían entrado en la habitación de Cantillon con el objeto de robarle una importante cantidad de dinero -10.000 libras esterlinas de la época, nada menos- que el economista había retirado del banco el día anterior. Para ello, le habrían cortado la garganta mientras dormía y, tras apoderarse del dinero, habrían prendido fuego a la casa con el propósito de ocultar su crimen. El jurado, sin embargo, consideró que los argumentos del fiscal no tenían fundamento suficiente y no tuvo dudas a la hora de absolver a los tres acusados, tras un juicio relativamente breve. Faltaba, además, el principal sospechoso del caso, un tal Joseph Denier, antiguo cocinero de Cantillon, que había sido despedido de la casa diez días antes, a quien resultó imposible localizar, a pesar de las fuertes recompensas que la familia del fallecido ofreció a quienes ayudaran a solucionar el caso.
 
Pero el misterio no termina aquí. Unos meses después, en enero de 1735, llegó a la colonia holandesa de Surinam, en América del Sur, un curioso personaje que se hacía llamar el Caballero de Louvigny. Hombre adinerado al parecer, había tenido un extraño comportamiento, ya que había escapado del barco en el que había realizado el viaje antes de que la policía holandesa pudiera inspeccionar sus documentos. El gobernador de la colonia había dado de inmediato órdenes para su captura; pero el caballero nunca fue encontrado y quedó para siempre la duda de si habría muerto en la selva o si habría conseguido escapar. Lo más sorprendente fue, sin embargo, que, en el lugar en el que había estado oculto, antes de su huída, aparecieron numerosos documentos de Richard Cantillon.
 
¿Qué había sucedido? ¿Era el supuesto Caballero de Louvigny, el antiguo cocinero quien, tras asesinar a Cantillon había escapado con una identidad falsa? O, puestos a especular ante la falta de datos reales, ¿pudo haber sido el propio Cantillon quien, tras fingir su muerte incendiando él mismo su casa y colocando en su cama un cuerpo para que se calcinara y fuera así irreconocible, había escapado a América con el dinero desaparecido, huyendo de sus enemigos y de los pleitos que habían provocado sus actuaciones relacionadas con la quiebra de Law? Pese a todas las dudas, la hipótesis del asesinato a manos de Joseph Denier sigue siendo la más sólida. Pero no cabe duda de que es difícil abandonar esta vida en unas circunstancias tan complejas y misteriosas como las que envolvieron la muerte de Richard Cantillon.        

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