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Francisco Cabrillo

El miedo escénico de Piero Sraffa

Poca duda cabe de que los profesores universitarios tenemos algo de actores de teatro que nos impulsa  a ofrecer una función a una audiencia formada por estudiantes más o menos interesados en el tema explicado. Pero ese famoso miedo escénico que atenaza, a veces, a quien sale a un escenario o sube a una tribuna ha afectado también a algunos profesores universitarios. Pocos casos más llamativos que el de Piero Sraffa.
           
La vida académica de Sraffa fue bastante peculiar. Nacido en Turín el año 1898, tras cursar la licenciatura en su ciudad natal, se trasladó en 1921 a Inglaterra para ampliar estudios de economía. Allí tomó contacto, por vez primera con quien sería durante muchos años su amigo y protector, John Maynard Keynes. Con el tiempo Cambridge se acabaría convirtiendo en su hogar. Allí pasó la mayor parte de su vida y allí realizó sus trabajos científicos más importantes. Se convirtió de hecho en una auténtica institución de esta universidad británica, hasta el punto de que se decía que quien quisiera buscar un auténtico caballero inglés encontraría en Cambridge dos excelentes ejemplos. Lo malo –se añadía– es que uno era un comunista, Maurice Dobb, y el otro un italiano, Piero Sraffa. Parece, sin embargo, que nuestro personaje dio pocas, muy pocas clases, en esta universidad.
           
Sraffa siempre fue un hombre tranquilo que se tomaba las cosas con mucha calma. Su trabajo teórico más ambicioso, su libro Producción de mercancías por medio de mercancías tiene su origen en un manuscrito fechado en 1928; pero fue publicado en 1960. Y eso que el texto tiene apenas noventa páginas. Y la que muchos consideran su obra más importante, su edición de las Obras Completas de David Ricardo, cuya publicación se anunció en 1933, pero no se terminó hasta 1951. Cierto es que nuestro personaje realizó su trabajo con una paciencia y una dedicación ejemplar, que lo llevó a un empeño en la búsqueda de documentos perdidos digna de su admirado Sherlock Holmes. Pero aun así, cabe pensar que dieciocho años son demasiados para preparar unas obras completas.
           
Poco amigo de las mujeres, con la excepción de su madre, Sraffa llevó en Cambridge una vida tranquila, dedicado a sus estudios y a su gran afición, el coleccionismo de libros antiguos. Pero claro, aunque la vida del profesorado en las viejas universidades inglesas no exigiera una actividad febril, todo el mundo pensaba que Sraffa debería dar, de vez en cuando, algunas clases para justificar el sueldo que cobraba. Y aquí empezaron los problemas, porque ponerse delante de un grupo de estudiantes era algo superior a lo que nuestro economista podía soportar. En 1929 Keynes escribía a su esposa: “Se suponía que Piero iba a dar una clase mañana... Se sentó a mi lado muy animado... y de pronto se levantó de la mesa, vomitó todo lo que había cenado y cayó al suelo sin pulso. Lo reanimamos con brandy... y no habrá finalmente clase mañana. Una vez más tendré que anunciar la suspensión”.        
 
No se trataba, por tanto, de un hecho excepcional. Su aversión a las clases era tal que hubo que buscarle otras actividades. Fue ésta la razón por la que pasó a desempeñar el puesto de bibliotecario de su college y por la que el propio Keynes le consiguió el encargo de la Royal Economic Society de editar las obras de Ricardo, a las que antes se hizo referencia. ¡Grandes son los misterios de la historia de la ciencia! Si Sraffa no hubiera sido un auténtico neurótico y hubiera actuado como un profesor algo menos excéntrico, no dispondríamos hoy, seguramente, de una edición ejemplar de uno de los más grandes economistas de todos los tiempos.
 
 

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