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Francisco Cabrillo

John Stuart Mill necesita un psiquiatra

“No recuerdo a qué edad empecé a aprender griego. Creo que fue a los tres años”. Con estas sorprendentes palabras  empieza John Stuart Mill la narración sobre su educación que escribió en las páginas de su Autobiografía. El responsable de esta auténtica barbaridad pedagógica fue su padre James Mill, personaje importante del mundo intelectual británico de los primeros años del siglo XIX tanto por sus trabajos sobre economía política como por su Historia de la India Británica, obra que no sólo le daría un gran prestigio, sino que también sería la base de su seguridad económica, al permitirle conseguir un puesto en la administración de la Compañía de las Indias Orientales, empresa en la que llegaría a ocupar cargos de muy alta responsabilidad.
           
Mill padre pensaba que la educación de una persona tenía mucho menos que ver con sus condiciones o gustos personales que con la formación que le fuera inculcada desde una edad muy temprana. Por ello se ocupó personalmente muy pronto de su hijo  mayor, John Stuart. Y encargó enseguida a éste que contribuyera también a  la enseñanza de sus numerosos hermanos pequeños. Así tenemos a nuestro personaje estudiando latín a los seis años, para luego adentrarse en las matemáticas y las ciencias, y terminar analizando con su padre en largos paseos las ideas fundamentales de los Principios de Economía Política y Tributación de David Ricardo... cuando tenía doce años. Treinta años más tarde, en 1848, Mill escribiría también sus Principios, la obra de economía más importante publicada  en Gran Bretaña desde la aparición del libro de Ricardo.
 
No es sorprendente, con estos antecedentes, que con sólo los dieciséis años el joven John Stuart Mill estuviera ya trabajando en la misma empresa que su padre, cuyo cargo acabaría desempeñando con el tiempo. Nunca fue a un colegio o a una universidad, centros en los que, en opinión de su padre, la principal actividad era la pérdida de tiempo.
           
Nuestro personaje había nacido en Londres en 1806 y muy pronto se convirtió, siguiendo las ideas de su padre y del maestro de éste, Jeremy Bentham, en un utilitarista convencido. Su vida personal no tuvo realmente muchos acontecimientos dignos de mención, como él mismo reconocía. Pero su evolución intelectual fue muy compleja y habría podido constituir, sin duda, un campo de estudio muy interesante para cualquier psiquiatra. Tenía apenas veinte años cuando sus principios utilitaristas entraron en crisis y él mismo cayó en una seria depresión. Su vida fue de hecho una extraña lucha entre los principios que su padre le había inculcado de forma autoritaria y su afán por librarse de ellos.
           
Para acabar de arreglar sus problemas se enamoró de una señora casada. Contaba nuestro economista sólo con veinticuatro años; y no dudó en mantener una relación amorosa puramente  platónica con ella hasta que murió su marido. Lo malo es que este señor vivió todavía veinte años más. Pero, por fin, en 1851 se casaron. Podría pensarse que aquí acabaron sus desgracias. Lamentablemente, sin embargo, las cosas no fueron así. Parece que su madre tenía en muy poca estima a una señora que no había sido especialmente fiel a su esposo, aunque la infidelidad nunca fuera más allá del mundo de las ideas; y tal sentimiento llevó al hijo a separarse de ella. Y tanto lo hizo que su madre no es mencionada ni una sola vez en su ya citada Autobiografía.
           
Su esposa, Harriet Taylor, era una mujer de carácter, con claras simpatías por las ideas feministas y por el socialismo, que ejerció una clara influencia en su segundo esposo. Se ha apuntado alguna vez que lo que hizo John Stuart Mill con esta relación fue sustituir a un padre autoritario por una esposa de las mismas características, ya que su educación lo dejó para siempre con la necesidad de convivir con alguien de carácter fuerte, que contribuyera a modelar su pensamiento. Sea esto cierto o no, la verdad es que, una vez fallecida su mujer, Mill se replanteó muchas de las ideas que había defendido anteriormente bajo su influencia, en especial su defensa de algunos principios socialistas. Pero nuestro personaje claramente no era capaz de lograr su independencia. El resto de su vida estuvo acompañado por Helen Taylor, la hija de su esposa; y pasaba la mitad del año en Aviñón para poder estar cerca de su tumba. En esta ciudad francesa murió nuestro economista el año 1873 sin haber llegado, seguramente, a solucionar sus propios problemas personales.

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