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Francisco Cabrillo

Lassalle: ¿Socialista revolucionario o novio romántico?

Sería difícil decir que su muerte fue una gran pérdida para la ciencia. Pero muchos economistas guardamos su recuerdo con afecto en nuestros corazones. Entre otras cosas, porque Ferdinand de Lassalle demostró que también los economistas se enamoran.

Ferdinand de Lassalle ha pasado a la historia por sus actividades en el movimiento socialista de la segunda mitad del siglo XIX; y, en especial, por haber formulado la llamada ley de bronce –también conocida como ley de hierro– de los salarios. Lo que esta mal llamada ley establece que, en un sistema económico capitalista en el que los trabajadores son remunerados con salarios, es imposible que, en el medio o largo plazo, puedan mejorar sus condiciones de vida. Esta idea, no era, desde luego original. Ya los clásicos ingleses la habían planteado como un corolario de la teoría de la población de Malthus. En su modelo, un crecimiento de los salarios tendría efectos positivos sobre el nivel de vida de los trabajadores sólo en el corto plazo, ya que una de sus consecuencias sería que los obreros tendrían un mayor número de hijos; esto implicaría una mayor población y, por tanto, un aumento de la oferta de trabajo, lo que, a su vez, daría origen a una caída de los salarios a niveles de subsistencia. La predicción no era optimista, desde luego.

Lassalle no aceptaba la teoría de la población de Malthus. Pero había llegado a una conclusión similar a la de los clásicos ingleses a partir de su teoría de la demanda de trabajo, de acuerdo con la cual cualquier aumento de los salarios reales llevaría a una caída de la demanda de trabajo, lo que tendría como resultado una mayor tasa de paro y una reducción de los salarios a niveles de subsistencia. El argumento es muy defectuoso, desde luego. Marx lo criticó por ser, en su opinión, sólo una nueva versión de la teoría maltusiana de la población. Pero lo peor es que no hay en él ni una teoría coherente de la oferta de trabajo ni un análisis de la relación entre los salarios y la productividad.

Nuestro personaje no era, seguramente, un buen economista. Pero su vida –y en especial su relación con las mujeres– tienen muchos aspectos que merecen ser hoy recordados. Había nacido nuestro personaje en Prusia el año 1825. Como buena parte de los socialistas del siglo XIX, no era hombre de orígenes modestos. Provenía por el contrario de una familia acomodada, dedicada al comercio, actividad  de la que nada quiso saber el joven Ferdinand. Interesado, en cambio, por la filosofía y la filología, pasó varios años en la universidad y terminó sus estudios en Berlín en 1845; y ese mismo año empezó su primera aventura seria con una mujer, cuando conoció a la condesa Sofía von Hatzfeldt. Sofía se había separado bastantes años antes de su marido; pero no había conseguido arreglar una serie de complejos problemas legales que afectaban tanto a las propiedades de la familia como a la custodia de sus hijos. Lassalle se convirtió en su defensor. Y no dudó en estudiar derecho para ocuparse más a fondo del caso, que duró muchos años y terminó –gracias, sin duda, al ardoroso abogado– en un acuerdo favorable a los intereses de la condesa. Pero durante este largo período, hubo incidencias de todo tipo, alguna tan novelesca como el robo por parte de amigos de la condesa de unas joyas de la baronesa Meyerdoff, a quien el conde había traspasado fondos de forma irregular. El asunto era muy poco claro. Pero, tuviera razón quien la tuviera, lo cierto es que Lassalle fue procesado por este robo y se libró por muy poco de acabar en la cárcel.

Entre tanto, Ferdinand había emprendido diversas actividades políticas y revolucionarias que le llevaron a participar en la revolución de 1848 y a fundar en 1863 la Asociación Alemana de Trabajadores, que sería el origen del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Pero poco sospechaba nuestro personaje que sus días estaban contados y que otra mujer sería pronto la causa involuntaria de su muerte. Se llamaba Hélène von Dönniges, y era hija de un diplomático bávaro que residía en Ginebra. Ferdinand y Hélène se conocieron en Berlín y, en el verano de 1864, decidieron casarse. Enterado el padre de la chica, se opuso en forma radical a este matrimonio. Y, como en una novela por entregas, encerró a su hija en su habitación en su casa de Ginebra prohibiéndole ver a su enamorado. Y además, le arregló rápidamente una boda con otro de sus admiradores, el conde von Racowitza. Aquí la historia tiene un punto oscuro. Parece que Hélène aceptó al nuevo pretendiente; pero no sabemos si lo hizo obligada o si pensó realmente que era un partido mejor que Lassalle. Nuestro héroe, sin embargo, no se dio por vencido y retó a duelo al padre y al prometido de su amada. El conde aceptó el desafío; y en la mañana del 28 de agosto de 1864 los rivales se encontraron en Carouge, a las afueras de Ginebra. El duelo fue rápido y el amante revolucionario cayó gravemente herido a los pies de von Racowitza. Sólo sobrevivió tres días.

Sería difícil decir que su muerte fue una gran pérdida para la ciencia. Pero muchos economistas guardamos su recuerdo con afecto en nuestros corazones. Entre otras cosas, porque Ferdinand de Lassalle supo demostrar que también los economistas se enamoran.

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