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Francisco Cabrillo

Los arbitristas del cine español

En la España del siglo XVII surgieron unos personajes pintorescos que proponían todo tipo de políticas o arbitrios, las más de las veces disparatados, para solucionar los problemas de la economía española y, en especial, las crisis financieras que, con tanta frecuencia aquejaban a la Corona. Tan conocidos fueron estos arbitristas que Quevedo no dudó en dedicarles algunas páginas de sus Sueños, en las que llegó a afirmar que el Anticristo habría de ser uno de ellos.

Pasó el tiempo. Pero tan sólida tradición hispánica no desapareció; y, cada vez que el país se enfrentaba a una dificultad, salían a la luz nuevos arbitristas con su receta para curar todas las desgracias nacionales. Y, por lo que se ve, todavía no se han extinguido. Estos curiosos tipos vinieron a mi memoria hace unos días al escuchar a algunos destacados personajes del cine español que, en un programa de radio, daban su opinión sobre la forma de solucionar la tan comentada crisis de nuestro cine, que parece haberse convertido en una cuestión crucial para nuestra supervivencia como nación, dada la fuerza de los debates que suscita. Todos los invitados al programa daban por sentado que los contribuyentes tendríamos que subvencionarlos de una forma más generosa, por lo que esta cuestión ni siquiera fue objeto de discusión. Pero como las ayudas públicas no parecían ser un instrumento con fuerza suficiente como para aumentar de forma adecuada la cuota de mercado de las películas españolas, cada persona que daba su opinión formulaba alguna sugerencia más. Y uno de los temas más citados fue, sin duda, el del doblaje. La mayoría consideraba una auténtica desgracia que las películas extranjeras se doblaran al español; pero uno de los invitados llegó mucho más lejos. A la pregunta :”¿Qué haría usted por el cine español si le nombraran, por un día, presidente del Gobierno?”, contestó con seguridad: “yo prohibiría el doblaje”.

Las gentes del cine alardean, por lo general, de espíritu democrático y de conectar con las ideas del hombre de la calle. Pero, se ve que, si sus intereses lo exigen, no dudan en convertirse en furibundos autoritarios, dispuestos a prohibir lo que haga falta, aunque sea algo que a la gran mayoría de los espectadores les guste. El arbitrista de nuestros días creía, seguramente, haber descubierto la fórmula infalible para que la gente prestara menos atención al aborrecido cine norteamericano. La estrategia es sencilla: si se crea todo tipo de incomodidades para ver películas de otros países, la gente acabará viendo las nuestras, aunque no sea más que por el aburrimiento de tener que leer los subtítulos en las demás.

Otras personas que manifestaron también su oposición a los doblajes fueron, ciertamente, menos radicales. Pero quiero recordar la opinión, llena de sentido común y coherencia, de una señora que llamó al programa. Tras afirmar ser espectadora habitual de cine español dijo la siguiente frase, que no precisa de mayores comentarios: Miren ustedes, el problema no es que se doblen las películas extranjeras, sino que en España se nota un gran contraste entre los actores de doblaje, excelentes, por lo general, y los nuevos actores protagonistas de las películas españolas, que vocalizan tan mal que apenas se les entiende. ¿No sería mejor que se doblaran también las películas españolas?

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