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Francisco José Contreras

El papa Francisco y Planned Parenthood

El pontificado de Francisco representa la revancha de la Iglesia 'progresista' de los 60-70

"'Este es un feto muy bueno y podemos sacar mucho de él: ¡vamos a extraer el cerebro!'. La supervisora me pasó las tijeras para que continuara, y me indicó cómo avanzar, 'a través de la cara'". "Cuando se trata de tejido cerebral, preferimos enviar la cabeza entera. El tejido cerebral es increíblemente frágil". "Hemos estado trabajando con gente que quiere tejidos específicos: tejido cardíaco, u ojos, o tejido nervioso. La gente quiere médulas espinales (…). ¡También proveemos gónadas [risas]! Todo lo que proveemos es fresco".

Estas frases no proceden de una película gore: la primera es de Holly O’Donnell, extrabajadora de la empresa de biotecnología StemExpress; las otras dos, de Carolyn Westhoff, directiva de Planned Parenthood, la multinacional del aborto que lleva a cabo un tercio de las IVE en EE.UU. Las confesiones de ejecutivos de Planned Parenthood fueron conseguidas con cámara oculta por activistas de la organización provida Center for Medical Progress, que supieron ganarse su confianza. Demuestran que Planned Parenthood vende órganos de fetos abortados a empresas y a particulares.

El escándalo Planned Parenthood ha servido para relanzar la nunca cerrada polémica nacional sobre el aborto en EEUU (el único país, junto a Polonia, en que aumenta el porcentaje de gente provida, que superan ya a los proelección). Los vídeos destapan varios delitos: tráfico de órganos con fines de lucro; modificación del procedimiento de aborto (a veces los órganos eran extraídos de fetos todavía vivos) para conseguir órganos intactos… Pero, más allá de la posible ilegalidad, las grabaciones resultan estremecedoras: los aborteros quedan retratados como los carniceros que son. La principal premisa de la posición proaborto ("se trata sólo de células") queda, además, impugnada. El nasciturus no es "un amasijo de células": es un ser humano con órganos médicamente aprovechables.

Los provida americanos pasaron, pues, a la ofensiva: en verano tuvieron lugar manifestaciones en 320 ciudades. Consiguieron una votación en el Congreso sobre la retirada de subvenciones a Planned Parenthood. Y entonces el cielo pareció venir en su ayuda: ¡el debate sobre la desfinanciación tendría lugar el mismo día en que el Papa se dirigiría a las dos Cámaras! ¡Francisco aterrizaba en Washington en un momento crítico para la causa provida! No se trataba sólo de la cuestión de las subvenciones: la semana anterior, la Cámara de Representantes había aprobado una ley que tipificaba como asesinato la acción de (re)matar a un bebé que haya sobrevivido a un aborto. El escritor Damian Thompson sintetizó en un tuit la esperanza de millones: "Espero oír dos palabras del Papa: Planned Parenthood".

Su gozo en un pozo. Sí, hubo un momento en que pareció que el Papa entraría en materia: se refirió a "nuestra responsabilidad de proteger la vida humana en cada etapa de su desarrollo". Ahora bien, los proelección consideran que la vida humana comienza con el parto. Y el propio Francisco dio a entender que en realidad se estaba refiriendo a la pena capital: "Esta convicción me ha conducido, desde el principio de mi ministerio, a defender la abolición global de la pena de muerte, (…) pues toda vida humana es sagrada, y la sociedad no puede sino beneficiarse de la rehabilitación de los delincuentes". Y siguió varios minutos con su arenga abolicionista. La palabra aborto no aparecería en todo el discurso; tampoco en su intervención del día siguiente en Naciones Unidas. Y ninguna mención de Planned Parenthood.

O sea: Francisco ha desdeñado la oportunidad de decantar con su autoridad moral un debate bioético-político trascendental, que se encontraba en un momento clave (de hecho, el éxito inicial de la propuesta Defund Planned Parenthood en la Cámara ha quedado frustrado después por su rechazo en el Senado, todavía con Francisco en EEUU).

¿Se inhibió Francisco por respeto a los asuntos internos del país? No. La práctica totalidad de su discurso en el Congreso tuvo un sello político muy claro: representó un entusiasta espaldarazo a la (extrema) izquierda americana. Exhortó a una generosidad ilimitada hacia la inmigración, en un momento en que la restricción de la misma es parte fundamental de las propuestas de los candidatos republicanos. Exhibió su consabida pasión ecologista (se ha hablado de él como "líder verde mundial"), suscribiendo las más alarmistas –y discutidas– teorías del calentamiento global. Sermoneó repetidamente sobre "la exclusión y la pobreza" a los legisladores del país más rico del mundo. Celebró la política exterior de Obama (acuerdos con Cuba e Irán).

Nadie debería sorprenderse: la entrevista de La Civiltà Cattolica, en los primeros meses de pontificado, dejó clara la línea de Francisco. "No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. (…) Conocemos la opinión de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar". La afirmación implicaba que los papas anteriores habían errado al insistir demasiado en las doctrinas bioéticas y de moral sexual-familiar que mantenían a la Iglesia en trayectoria de colisión con una sociedad permisiva. Francisco no reforma oficialmente esas doctrinas, pero sí las relega a un lugar secundario en su discurso. El énfasis pasa a las cuestiones "de justicia social" (pobreza, inmigración, crítica de la "codicia") y a las ecológicas. En Evangelii Gaudium, en Laudato Si’ y en discursos como el de la asamblea de movimientos populares en Bolivia, el Papa ha desarrollado una argumentación marxistoide que suscitó comprensiblemente el entusiasmo de Pablo Iglesias. Francisco acusa al capitalismo de "la miseria en el mundo" (aunque la pobreza absoluta retrocede a gran velocidad a nivel planetario, gracias al libre mercado): "Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados" (Evangelii Gaudium, 56). "Hay que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata" (EG, 53).

Francisco piensa que el capitalismo mata. El comunismo, en cambio, garantiza al parecer una vida longeva. No es sólo que aceptara el crucifijo-hoz-y-martillo de Evo Morales, que ofrendó después a los pies de la Virgen de Copacabana. Es también que en Cuba (y en significativo contraste con las lamentaciones sobre la "exclusión" en EEUU) omitió cualquier alusión incómoda para la dictadura marxista. Ignoró a los disidentes. Rindió jubilosa visita a Fidel Castro, perseguidor de los cristianos durante décadas (la visita era diplomáticamente innecesaria, pues Castro ya no ostenta cargos públicos). Granma pudo titular: "Francisco expresó su agradecimiento a Cuba por su contribución a la paz en un mundo saturado de odio". Juan Pablo II y Benedicto XVI no incurrieron en gestos equiparables: el primero atendió al tirano sólo en el aeropuerto, y el segundo en la nunciatura apostólica (o sea, en su terreno). Y ambos incluyeron en sus discursos referencias a los derechos humanos.

El pontificado de Francisco representa la revancha de la Iglesia progresista de los 60-70: la época de la teología de la liberación, del desmadre litúrgico, del "diálogo de cristianos y marxistas"… Ese sector eclesial se consideró derrotado durante los pontificados restauradores de Juan Pablo II y Benedicto XVI (a quienes, por cierto, nunca dejaron de execrar públicamente). El cardenal belga Daneels ha revelado que desde los años 90 se conjuraron cardenales progresistas como Martini, Kasper, Lehmann y Hume para conseguir la elección de uno de los suyos tras la muerte de Juan Pablo II. Fracasaron en 2005. Pero, al parecer, triunfaron en 2013.

Ahora bien, los 70 fueron el momento de la desertización de los seminarios, de la caída en picado de la práctica religiosa… ¿Es ese el horizonte que desean para la Iglesia? Y el experimento de una Iglesia progresista que claudica frente al mundo en las cuestiones de dormitorio (aborto, divorcio, homosexualidad, etc.) y adopta posiciones sociopolíticas muy a la izquierda ha sido ya llevado a cabo con millones de fieles: por ejemplo, la Iglesia anglicana. Con resultados desoladores. La anglicana es una Iglesia en liquidación por derribo.

¿Somos malos católicos los que denunciamos esto? No lo creo. La Iglesia no es una secta cuyos adeptos tengan que reprogramar periódicamente todo su pensamiento al socaire de las inspiraciones de un líder carismático. La figura del Papa fue muy potenciada desde la Contrarreforma, como antídoto frente a la dispersión doctrinal que se observaba en el campo protestante. Ahora bien, el Papa no es más que un servidor del depósito doctrinal de la Iglesia. Su misión es confirmar en la fe, custodiar la tradición. El siglo XX asistió, en cambio, a una hipertrofia del magisterio pontificio; cada vez más, los papas se consideraban llamados a pontificar sobre cualquier cosa: la política, la economía, la climatología… Con papas sabios como Juan Pablo II o Benedicto XVI, no pareció un gran problema. Pero ahora hemos desembocado en la aberración de que uno puede ser acusado de "mal católico" si no comparte los desatinos filochavistas de Francisco. La Iglesia debería pensar cómo superar la papolatría y redimensionar la figura del sucesor de Pedro.


Francisco José Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla.

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