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Francisco Pérez Abellán

El crimen de la toalla

Ha comenzado el juicio por el doble asesinato de Almonte, Huelva, el 27 de abril de 2013, que se cometió con 151 puñaladas.

Ha comenzado el juicio por el doble asesinato de Almonte, Huelva, el 27 de abril de 2013, que se cometió con 151 puñaladas. La muerte de un hombre y de su hija de ocho años. Tal vez la resolución del misterio dependa del ADN encontrado en unas toallas aparentemente limpias colgadas en el cuarto de baño.

El único acusado, encarcelado desde 2014, es Fran Medina, entonces pareja de la exesposa y madre de las víctimas. El fiscal y las acusaciones afirman que lo hizo por celos, mientras hay un fuerte movimiento que pretende demostrar su inocencia.

El hombre fue sorprendido en la ducha y recibió 47 puñaladas, la niña fue perseguida hasta su habitación, donde pretendía refugiarse, y fue asaeteada con 104 cuchilladas. Esta saña del asesino corresponde perfectamente con un crimen pasional.

Se afirma que el doble crimen tuvo lugar entre las 21:50 y las 22:10, y yo lo pongo en duda, porque debe de imaginarse lo que se tarda en dar 151 puñaladas. En veinte minutos apenas hay tiempo para tanta sangre, y además se modificó la escena del crimen, por ejemplo tapando el cuerpo de la pequeña con una manta, como si al asesino le fuera insoportable contemplarlo. Esta característica de amor-odio define claramente el tipo de crimen. Un asesino frío solo habría utilizado el esfuerzo bastante para quitar la vida, nunca para hacer sufrir, como me parece que ocurrió. La defensa lo compara con el crimen de Rocío Wanninkhof, que aunque también se cometió con odio no se puede ni comparar en cuanto a descarga emocional. Rocío fue asesinada por alguien que la odiaba y no por un borrachín merodeador.

El padre y la niña fueron sorprendidos por un agresor capaz de colarse en la casa que llevaba dentro la furia suficiente para hacer un gran estropicio. Al hombre le atravesó con al menos dieciséis heridas mortales, y a la pequeña, que trató de escapar, la acuchilló en su cama y en el suelo, más del doble de veces que al padre, lo que en mi opinión indica que todavía odiaba más a la pequeña. De modo que la forma de matarlos nos cuenta las razones del crimen como en el caso Wanninkhof. En este último parece que se leyeron mal todos los signos, como puede verse en mi libro ¿Mató Tony King a Rocío Wanninkhof? En aquel asunto, la prueba de ADN sobre una colilla a la que en un primer momento no se le dio ninguna importancia lo acabó confundiendo todo. Con ese motivo le dije a Teresa Campos en TV, cuando trabajaba en su programa: "Yo creo más en Dios que en el ADN", y eso produjo mucho revuelo. Sin embargo, me ratifico, a pesar de los indocumentados que dicen fiarse ciegamente de cualquier prueba para la resolución de un caso, cuando puede ser manipulable, lo que obliga a insertarla en el conjunto probatorio y nunca fuera de él. Suele ser gente incapaz de llamar al ADN por su nombre, ácido desoxirribonucleico, mucho menos decirlo de un tirón.

En el caso Wanninkhof fue culpado un depredador sexual que jamás habría matado con el odio con el que eliminaron a Rocío, y por tanto este caso es diferente. Dicen algunos periodistas que las toallas estaban limpias, pero si estaban limpias, ¿por qué tienen ADN? Si tienen ADN es que estaban sucias; y eso lo cambia todo. Dice la defensa que pudo ser transferido por la exesposa, que era la encargada de limpiar, pero hacía ya mucho tiempo que no convivía en la casa, y si llevaba ropa blanca no debería estar contaminada.

De todas formas, sería una barbaridad apoyar un veredicto en una sola prueba, por muy científica que sea, aunque desde luego en mi opinión siempre sirve para descartar, que no es el caso. Lo lógico es que las pruebas de la acusación encajen en bloque tan sólido y contundente como la pena de cincuenta años de cárcel que se pide.

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