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Francisco Pérez Abellán

'El Príncipe de las Alcantarillas'

El joven C. I., de 29 años, es obviamente el príncipe, porque su padre era 'el Rey de las Alcantarillas'.

La geografía de Madrid ya no responde a la red de quioscos de prensa. Incapaces de ver que asistimos a un suicidio colectivo, los madrileños contemplan impasibles la desaparición de quioscos: ya hay uno menos en Curtidores, y otro menos en Juan Bravo. Toda la población debería alarmarse y gritar. Nos quedamos sin periódicos, nos quedamos sin aire, sin pluralismo, sin información ni libertad. Sin periódicos no hay opiniones libres. Pero anestesiados por el aparato digital que hace, por ejemplo, que el comercial de una plataforma pueda pasar de la noche a la mañana a rector de una universidad, sin mayor merecimiento, somos incapaces de reaccionar. La prensa de papel se muere con la democracia; ya no hay ni una ni otra.

En plan nostalgia fatal, uno de los periódicos que regala televisores y cascos de audición, pero no da noticias, publicita su "máster en periodismo" con recuerdos de viejo almacén de Buenos Aires: una inexistente máquina de escribir, un sombrero, que los rojos no llevan… tal vez falta la vieja leica del mito del fotoperiodismo para simbolizar por completo la mentira de un periodismo que ya no tiene nada que ver con el cuarto poder. Podrían completar esta novela del pasado de Stephen King con una acreditación donde se lea "Press", el guante que le costó una bofetada a Rita Haywoorth y un pie de Marilyn con las uñas sucias. Bogart puede salir al fondo, ganándose su cáncer de esófago con el último cigarrillo. Sería la celebración del gran funeral. Por mi madre que no vuelvo al burdel con el tostón del pianista. Ni me da la gana leer el periódico en la tableta.

El periodismo ya no es bohemio, ni atrevido ni impertinente. El periodismo es respetuoso y nunca hace preguntas en las ruedas de prensa, si la casta política lo prohíbe. Nostalgia del periodista indeseable. Fuertemente endeudado, el periodismo ya no es el vigilante del poder, sino su esclavo. Cabeza de turco.

En la superficie de Madrid el oxígeno se nota contaminado y hay un olor a billetes de banco que atonta a la unidad canina de la policía que persigue el lavado de dinero.

Dado que la superficie está dominada por los ladrones de guante blanco, en los subterráneos, en cambio, se refugian los delincuentes de toda la vida. A principios de septiembre fue capturado C. I., el Príncipe de las Alcantarillas, natural de Vallecas, de la UVA, pero no de aquel barrio en lucha, Valle del Kas, sino de esta zona residencial que alberga el Parlamento de Madrid y da gloria verla, donde la UVA choca todavía más. El joven C. I., de 29 años, es obviamente el príncipe, porque su padre era el Rey de las Alcantarillas. La delincuencia creó su propia monarquía antes de que lo hiciera el ayuntamiento, por ejemplo. Un señor que dominaba el arte de atravesar las cloacas, sabiendo dónde se puede respirar y dónde hay vida, ha dejado la sucesión a su infante. En las alcantarillas de Madrid hay una población de varios millones de ratas, probablemente tocamos a dos por habitante, y pese a que muchas han subido a la ciudad, como ya advertía Emilio Romero, todavía son demasiadas ratas allí abajo.

La banda del príncipe del entresuelo prepara los golpes, que consisten en abrir un agujero en un banco, durante un fin de semana. Lo vienen haciendo desde hace más de quince años, sin que nadie haya podido pararlos hasta ahora. El grupo capturado es de diez personas, altamente cualificadas, estilo Albert Spaggiari, aquel mercenario de la OAS, de cuando los pieds noires de Argelia, que logró el gran atraco en el banco nacional de Niza a través de las alcantarillas, abriendo centenares de cajas fuertes bajo el axioma "Sin violencia, sin armas, sin odio". Los spaggiari de Madrid lo hacían en un pispás, con un botín más pequeño, pero que va desde los 25.000 hasta los 275.000 euros. Los delincuentes entraban en el banco por la noche, esperaban a los empleados, les hacían abrir la caja y huían por el butrón. En el reino de las cloacas eran solo sombras sobre una alfombra de roedores.

El butronero C. I. es un delincuente sin antecedentes. Tiene trabajo fijo en una pescadería y carece de historial de detenciones. Se le vincula al robo con butrón desde varios años atrás, quizá hasta quince, pero nunca había sido atrapado. Desde jovencito, como ocurre siempre en los palos del delito, del timo al sirlero, fue convertido en experto profesional por su padre o tutor.

C. I. ascendió a líder de la banda en 2008, según la propia Policía, al morir su padre. O sea que lleva cinco años de impunidad, sin que nadie le eche el guante. Lo hacía muy bien, porque desde los quince años se orientaba en los subterráneos de Madrid, que como saben tienen su propia policía. Durante los últimos cinco años ha sido el honrado pescadero. Presuntamente ha cometido al menos siete robos con violencia. A dos de sus cómplices los detuvieron en el butrón que disimulaban con la furgoneta de la pescadería, el trabajo honrado del jefe. Que por cierto ya no podrá envolver con el periódico de papel el pescado de mañana.

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