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Francisco Pérez Abellán

El 'test de la verdad', producto milagro

No hay sorpresas milagrosas, ni productos milagro. No hay ningún test que diga la verdad.

La máquina de la verdad sólo era un instrumento para añadir un examen más a una causa. El juez nunca terminaba de creérselo y el reo tampoco. En Instinto básico, con la cruzada de muslos más abismal de la historia, Michael Douglas posaba de madero endurecido que es capaz de burlarse del polígrafo. A cambio echaba una visual al cuerpo sin ropa interior de Sharon Stone, sospechosa de asesinar a tipos de dudosa virilidad con un pincho de picar hielo. La droga de la verdad, pentotal sódico, en teoría obliga a verterse como un vaso roto en la declaración ante el policía, pero si eso existiera, no habría casos sin resolver.

Llegamos al último invento de la actualidad, el test de la verdad, logrado por el doctor norteamericano Lawrence Farwell con una beca del Gobierno USA de un millón de dólares, esto sí que parece una patraña, la colaboración del FBI, la CIA y la US Navy, nada menos. Se llama "la pericial P300", pero en español lo hemos complicado, con lo que adquiere una altura más gigantesca, "Potencial. Evocado. Cognitivo. P300", y lo hace el venerable doctor José Ramón Valdizán, neurólogo y neurofisiólogo clínico en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Hasta ahora se ha ensayado en dos casos: la búsqueda del cuerpo de una mujer, Pilar Cebrián, descuartizada presuntamente por su marido, y la del de Marta del Castillo, por lo que se le ha aplicado a Miguel Carcaño, único culpado de su asesinato. La búsqueda de la desaparecida Pilar se ha cerrado la semana pasada después de ahondar en cuatro puntos diferentes, señalados por la máquina, que se compone de dos partes: lo que parece un gorro de baño de silicona con electrodos y una pantalla en la que el reo examinado observa imágenes y preguntas que deben extraer de su cerebro la información acumulada, aunque él no quiera.

El caso de Pilar, en el que está imputado y encarcelado su marido Antonio Losilla, se ha cerrado con poco éxito, según ha trascendido; y no me alegro de ello. En el caso de Marta del Castillo, Carcaño ha logrado de nuevo que la policía vuelva a los vertederos en busca de una pista, que esta vez de forma sofisticada puede ser también mentira, como las siete veces anteriores; aquí no solo no me alegro, sino que ojalá me equivoque; porque me entristezco con el pesar de mi respetado Antonio del Castillo, padre de Marta, y su familia.

Los medios de comunicación, con tanto ere, con tanto friki, tanto periodista mileurista, con tanta falta de redactores jefes y de calidad en la información, han transmitido la idea de que el test de la verdad es infalible o algo parecido. Que se trata del bálsamo de Fierabrás que llevaba D. Quijote en la mochila, o el crecepelo milagroso que hace crecer todo lo que toca. El test de la verdad lo aplica un venerable neurólogo jubilado, después de una larga carrera dedicada a los niños, y bienvenido sea si añade algo a un trabajo de base bueno, con una investigación que encaje desde los testimonios a la inspección ocular, pasando por las pruebas. La investigación criminal es un continuo. No hay sorpresas milagrosas, ni productos milagro. No hay ningún test que diga la verdad. La prueba "Potencial. Evocado. Cognitivo. P300", que de esta forma da mucho más el pego, es un peritaje más que ayuda, pero no resuelve. Dicen que en USA ha descubierto un cuádruple asesinato que guardaba en un rincón de su microcerebro un asesino descerebrado, y que ha sacado de la cárcel a un inocente falsamente culpado. Pues dígalo usted también.

Habría que ver el detalle de estos casos para saber lo que de verdad pasó y por qué el test de la verdad ha llamado la atención de las familias como la del desaparecido Publio Cordón, con la que me siento tan identificado en la búsqueda del empresario secuestrado por el Grapo. En este caso parece que está dispuesto a someterse al gorro de baño el otro gran embustero compulsivo, Fernando Silva Sande, que ha toreado ya a los agentes en al menos cuatro ocasiones. Aunque el venerable doctor dice que los reos no pueden engañar a la máquina, a quien no pueden engañar es a Sharon Stone. Modestamente, estoy convencido de que tanto Carcaño como Silva Sande saben dónde están enterradas sus respectivas víctimas, ¿por qué razón se lo van a decir al test de la verdad si no se lo han dicho antes a nadie? Y encima, cuando solo se someten a esta prueba si les viene en gana.

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