Menú
Francisco Pérez Abellán

Ella sola se murió

Esta es una historia en la que, entre los presuntos, a mi modo de ver, hay algunos menos culpables, pero ninguno inocente.

Me consta que Sabiñánigo (Huesca, Aragón) es un pueblo de gente decente. Allí entre la buena gente falleció Naiara, la niña de ocho años chileno-argentino-española, cumpliéndose su destino, que era morir torturada y abandonada, ante el fracaso de las autoridades y de cuantos hubieran tenido que velar por ella en la España del siglo XXI, donde se dice que se protege a la infancia. Incluso se afirma que se dispone de una Fiscalía de Menores dedicada a este fin.

Y así tenemos a una niña que se murió sola, torturada al modo nazi entre los demócratas, privada de los derechos del niño entre los campeones de los derechos humanos, hambrienta entre la buena gente, maltratada entre los combatientes contra el maltrato… y no se nos cae la cara de vergüenza.

El presunto autor de los hechos horribles es un supuesto xenófobo, violento, desconsiderado, torturador, tío postizo de la pequeña, hija de una argentina que la confió a la familia tras venirse de Chile, dejando al otro lado del Charco a otros dos hijos y que, por tener trabajo a más cien kilómetros, hubo de dejarla en manos del nuevo compañero sentimental, la abuela postiza y el monstruo del tito, te lo creas o no.

La niña iba al colegio sucia, subalimentada, sin llevar nada para la comida, miedosa y a veces herida, como señala entre otras cosas una fractura de tibia soldada a la buena de dios sin ayuda médica, que le habría hecho arrastrar la pierna durante una larga temporada. Iba la niña entre el párroco, el albéitar, los agentes, los probos funcionarios y el alcalde, sin que ninguno reparara en lo irregular y espantoso de su situación, porque las niñas torturadas se vuelven transparentes ante la mácula de la decencia.

Agonizaba día a día en manos de una familia en la que al menos uno de sus miembros, sin que los otros lo corrigieran, la apabullaba diciéndole que no era de la familia, acosándola y machacándola a golpes. O sea como si fuera una esclava de los tiempos de Colón en medio de sus primitas y de los miembros canónigos de la respetada, aunque ya se verá si respetable, célula social. El papá biológico de la niña pasó años sin noticias fidedignas y alguna vez recibió alertas de que no estaba lo bien que debía, aunque confiaba, nadie sabe por qué, en que si la cosa pasaba a mayores su pareja, de la que denuncia constantes mentiras y ocultaciones, le avisara a tiempo. Con esa actitud, una vez muerta, se presenta a reclamar el cadáver y exigir justicia, lo que hace gracias a un gesto humanitario del abogado Marcos García Montes, que se honra en su gran dimensión humana y jurídica haciéndose cargo gratis et amore tanto del proceso judicial como de los costes adicionales. El padre estaba muy lejos y sin recursos económicos, pero pese a ello cuando lo ha necesitado ha aparecido la ayuda providencial que no supo exigir de modo preventivo. Esta es una historia en la que, entre los presuntos, a mi modo de ver, hay algunos menos culpables, pero ninguno inocente. Seguro que la justicia no los alcanza a todos.

El padrastro no sabía nada de que su hermano era un fanático; la abuelastra, sacada de un cuento, ignora que la niña sufría acoso y toda clase de necesidades; la madre, en cuanto supo que el cuñado postizo la había matado, trataba de entenderlo porque "seguro que perdió los nervios y que su hija estaba donde no debía", y al papá no le silbaban los oídos en la Conchimbamba. Solo falta decir que en el colegio nadie se daba cuenta de que la niña estaba aterrorizada y sufría. Ante la falta clamorosa de reacción oficial, ya estamos preparados para un nuevo episodio.

En España

    0
    comentarios