Menú
Francisco Pérez Abellán

La ventana

En nuestro país no se practica la prevención ni se lucha contra la violencia con el conocimiento.

La violencia de género no cesa. Hay un largo pasado de gastos sin cuento en observatorios que fueron cerrando o desapareciendo, el olvido de un delegado del Gobierno específico y un montón de tonterías sobre un fenómeno muy antiguo de delincuencia al que se le ha querido dar aires de descubrimiento sociológico. La frustración está presente en la ventana de Vitoria por la que el último machista ha arrojado a una niña de 18 meses.

Hay polis que creen que no se puede hacer nada para prevenir estas conductas porque surgen de repente, sorprendentes y espontáneas. Sin embargo, alguien como el susodicho hitchcockiano suele tener un pasado de maltrato, de actos violentos y golpes a las mujeres, o en su caso a las niñas. El presunto criminal de Vitoria estaba tan harto de sí mismo que se apresuró a delatarse como pederasta de reiterados abusos a la pequeña desde hacía mucho tiempo, en las primeras preguntas de los ertzainas. Sin embargo, ya sabemos que en nuestro país no se practica la prevención ni se lucha contra la violencia con el conocimiento. Se puso en pie un castillo de naipes político, donde había quienes creyeron descubrir un mal nuevo, con el que podían acabar demostrando al mundo que cualquiera sin formación puede suprimir un delito. Pero resulta que no: por la ventana de Hitchcock puede verse todos los días un nuevo crimen, ante la pasividad de quienes debieran impedirlo.

El comportamiento criminal es hasta cierto punto previsible. Especialmente el de la violencia de género, que puede verse en mi libro Mi marido, mi asesino, donde se reflejan los modos más frecuentes en los que se da a conocer un criminal de estas características, para que quienes lo estudien puedan evitar casarse con su asesino. No importa: porque las fuerzas vivas siguen la tendencia general y los políticos han puesto la evaluación de las mujeres de riesgo en manos de un software de comisaría. El agente de guardia introduce los datos en la máquina que te dice si la señora merece protección y Orwell se queda tranquilo.

La imprevisión nos ahoga, favorece el crimen y la titulitis impide que de verdad se aprenda Criminología y no un sucedáneo, que imparte a veces el menos indicado. Los criminólogos son los científicos que estudian el crimen, pero en este país no están reconocidos. Y todavía más: últimamente ha habido actos políticos que han devaluado los títulos universitarios con triquiñuelas que prácticamente los regalaban y que han tenido que ser corregidas por el Ministerio de Educación. Algunos creen que un criminólogo es un abogado criminalista. En el reino de internet, detrás del espejo de Alicia, lejos de mostrar el ejemplo de otros países civilizados en la lucha contra la delincuencia se despelleja a cualquiera que muestra un poco de sentido común defendiendo que la prevención es el grado óptimo de la Criminología, como lo es de la medicina.

La política está llena de malos ministros del Interior que han dejado la herencia de un desenfoque sobre la delincuencia, con un pesado balance de al menos el veinticinco por ciento de los casos misteriosos sin resolver, el imposible hallazgo de los desaparecidos inquietantes y la persistente violencia de género. A todo ello se le añade la inconsistencia de las estadísticas de la delincuencia, en las que, no se sabe cómo, siempre hay un tufillo de triunfalismo.

La ventana de Vitoria por la que un soplador de saxo arrojó a una niña de pocos meses es el agujero de la historia por el que se va el conocimiento y nos sitúa ante el barbarismo político de la imprevisión. Los criminólogos, el día que las cosas cambien, deberían informar sobre los métodos preventivos, la divulgación de las ideas que hacen más difícil el crimen y la racionalidad de prever los comportamientos dañinos.

En España

    0
    comentarios