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Francisco Pérez Abellán

Máscara de ángel

Un crimen bien contado es un retrato perfecto de la sociedad en la que sucede.

Coinciden en el tiempo varias presuntas asesinas de altos vuelos. Por citar solo a algunas de ellas, ahí están los casos de Angie, la homicida de la peluca negra; Rosa Peral, la agente de la Guardia Urbana de Barcelona investigada –junto a otro compañero, también policía– por la muerte de su novio; y la más reciente y explosiva, la valenciana María Jesús, Maje, de 27 años, presunta coautora del asesinato de su marido, junto con un compañero de trabajo del hospital privado en el que prestaba servicios como enfermera. Las tres se encuentran en prisión. Las mujeres asesinas dan siempre un toque original a sus crímenes.

Lo de Maje es excepcional porque el día de los funerales se subió al altar de la iglesia y leyó una carta conmovedora llena de amor y agradecimiento al hombre asesinado, que había recibido ocho brutales puñaladas en el garaje de su casa, donde según la familia nunca dejaba el coche, excepto ese día, por consejo de su esposa. Dada la planta noble y hermosa de la presunta, su cuñada dice que hizo lo que hizo "con la máscara de ángel". Qué gran capacidad de fingimiento.

Cinco meses después, y con pruebas contundentes, Maje fue capturada por haber participado en el crimen, ante el estupor de todos aquellos que lloraron de emoción ante su magistral discurso, leído con teatralidad impactante y del que nadie dudó ni por un momento.

Llevaba casada con su marido, el ingeniero Antonio Navarro, menos de un año. A él se le veía cordial, alegre y enamorado. Pero al parecer en el interior de la casa los enfrentamientos eran constantes. La foto de boda muestra a la pareja feliz con los dos muy bien plantados en la flor de la vida. Y, sin embargo, por parte de ella podría ser todo simple representación. Maje se desahogaba con su compañero de hospital, Salvador, veinte años mayor, aunque los dos niegan que fueran amantes. Los investigadores creen por el contrario que mantenían una relación sentimental y que en el transcurso de esta, que podría haber empezado antes del matrimonio, decidieron eliminar al estorbo del marido.

Desde el primer momento, la Policía, sin dejarse engañar, descubrió por la brutalidad del crimen, los ribetes de odio, y se fijó en el entorno de la mujer. Había sucedido en el garaje de su casa, no se forzó la cerradura y las puñaladas fueron dadas para matar. Descubierto Salvador como autor de los hechos, pese a estar casado y tener una hija, asumió la entera culpabilidad del crimen y trató de exonerar a Maje. ¡Hay que querer mucho a una mujer para declararla asesina de tu vida después de matar por ella! Pero los investigadores lograron descubrir lo que podría estar en el fondo y ella acabó confesando que había sabido que Salvador mató a su marido porque estaba "obsesionado por ella". La cosa va más allá porque las excusas de su comportamiento son débiles: dice que no estaba convencida de la boda pero que no quiso romper por no disgustar a sus padres, profundamente religiosos. Sin duda, los ha violentado mucho más con tan feroz asesinato.

Un crimen bien contado es un retrato perfecto de la sociedad en la que sucede. En España siempre se ha escrito poco y mal de crímenes, y como despreciándolos por ser cosa de gente baja y canalla bariobajera. Acabo de leer al rebelde Luis Bonafoux, el mejor corresponsal del Heraldo de Madrid, en sus crónicas sobre presuntas asesinas, y habla entre otras de Gabrielle Bompart, Juana Weber, Cecilia Aznar, Higinia Balaguer y la condesa Bonmartini, quien fue capaz de implicar a su hermano, a la querida de este y al aventurero Pío Noldi, logrando que fueran todos desnudos y juntos, ella la primera, a matar a su marido, el conde. Lo del desnudo fue para que no les salpicara la sangre.

La conjura para matar a la pareja o al marido es un clásico, siempre contado sin buscar el fondo ni estudiar los personajes. Bonafoux, llamado por su veneno la Víbora de Asnières, no es una excepción en el tratamiento superficial de la criminalidad. Prueba de su ligereza es cuando afirma que al asesino Pardina le indultó el rey Alfonso XIII. Ya podría haber llevado cuidado el ofidio de escribir, porque a Pardina, asesino de Canalejas, le dieron dos tiros en el cráneo en la Puerta del Sol; y ningún indulto. Uno más de los escritores que cuando hablan de crímenes no saben de lo que hablan.

En España

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