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Francisco Pérez Abellán

Matarse para ser recordado

Bryce no quería ser olvidado. Su propósito era concitar la admiración.

El asesinato en directo de dos periodistas cuando estaban haciendo una entrevista en Moneta, en el estado de Virginia, al sureste de Washington, EEUU, pone el dedo en la llaga de uno de los motivos más frecuentes y poco estudiados del crimen: el anhelo de triunfo, el deseo de fama, la aspiración de ser recordado. Todos estos estímulos, que suelen ser positivos, se convierten en fuego sobre gasolina.

Un hombre negro y homosexual de 41 años, que se hacía llamar Bryce Williams pero que en realidad se llamaba Vester Lee Flanagan, con una pistola de gran calibre dio muerte a tiros, mientras estaban en pantalla, a la periodista Alison Parker, de 24 años, y al cámara, de 27, que además tenían previsto casarse pronto, no entre ellos, sino con otros compañeros de la emisora local de TV para la que trabajaban.

El asesino utilizó todos los medios a su alcance para comunicar su crimen. Explicó en Twitter que sufrió discriminación por motivo sexual y también por el color de su piel, cosa que no está en absoluto acreditada. Pero dice que por ello disparó contra sus antiguos compañeros. Sin embargo, los hechos le desmienten. Si el rencor hubiera sido su impulso criminal, no se habría preocupado de encontrar el mejor encuadre para grabar su delito y procurar que la cinta le recogiera en el acto de matar.

Bryce o Vester, como prefieran, era un hombretón fuerte, relamido, atildado, ampuloso, que llenaba la pantalla y que pretendía reinar en las ondas entre Oprah Wifrey y Sammy Davis Jr. Su trayectoria en la emisora local sufrió varios enfrentamientos con sus compañeros por rencillas laborales y no por homofobia o racismo. Bryce o Veser quería ser famoso y, como Eric Harris y Dylan Klebold en el Instituto Columbine, que discutían qué director filmaría la película de su hazañas asesinando a sus compañeros, si Steven Spielberg o Tarantino, se dispuso a realizar un hecho extraordinario que asombrara al mundo. Por eso llevaba una cámara con la que grabó la pistola buscando el blanco, los disparos seguidos y certeros, prueba de que se sometió a un intenso entrenamiento para no fallar y procuró firmar y filmar su crimen para ser reconocido. Aprovechó su experiencia de comunicador para sus propósitos. Por eso subió el video a Facebook, de donde saltó a las pantallas de todo el mundo. Bryce no quería ser olvidado. Su propósito era concitar la admiración, aunque fuera mediante el horror y ser famoso algo más de quince minutos, que diría Andy Warhol.

Bryce mató para ser famoso, mecanismo poco reconocido, pues hasta la fecha lo más extendido por los investigadores cansinos es que solo se mata "por sexo o por dinero, o por las dos cosas", muestra de ingenio de guardia de la circulación. Pero qué va, hay mogollón de motivos. Y este es uno de los principales. Para ser famoso mataba Jack el Destripador, que no solo encontró un método criminal rebuscado y espantoso sino que escribía cartas a sus perseguidores para alentarlos y ofrecerles un reto a muerte. El plato fuerte lo puso en juego cuando envió por carta la mitad del riñón de una de sus víctimas diciendo en la nota adjunta que la otra parte la había cocinado al jerez.

Para causar miedo al mundo con su fama matan los yihadistas asesinos que inventan esos videos de superproducción que la falta de criterio profesional difunde sin tener en cuenta que se está cumpliendo el deseo de los asesinos. Cada vez que se pincha desde el ordenador, la tableta o el móvil inteligente, el video del doble crimen que grabó Bryce de su machada para internet el criminal se da un vuelco de gloria en el ataúd.

Cuando fue descubierto por la policía en el interior de un coche de alquiler, salió a escape y se disparó a sí mismo para huir de la justicia de los hombres, cosa que también ha logrado. Lo malo para él y la prueba de que el crimen no renta es que debido a la estupidez de un mundo ahogado en la banalidad no ha de pasar mucho tiempo antes de que otro asesino loco por ser recordado le quite el primer puesto en el pináculo de la fama.

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