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Francisco Pérez Abellán

¡Muérete tú, ministro!

Taro Aso ha verbalizado lo que más de una cabecita loca viene pensando por aquí: el país se llena de viejos improductivos, que harían bien en morirse.

Tiene que ser un criminólogo quien les ponga sobre aviso: la parte indeseable de la casta política internacional hace tiempo que lleva pensando alguna forma de evitar que los viejos vivan del presupuesto. De hecho, la eterna broma es decir a los jubilados que resistan para poder cobrar las pensiones que de ningún modo quieren pagarles. La situación actual, en la que gran cantidad de políticos han perdido el respeto a los votantes, en la que se dedican a hacer promesas electorales que luego no cumplen, o a robar directamente, o a enchufar a maridos y esposas, sobrinos y apadrinados, ha agravado el desprecio a los que, habiéndose merecido su pensión, no la podrán tener por falta de fondos.

Ministros que indultan a los que han sido bien juzgados y en contra de los fiscales o los tribunales, que escuchan solo a su capricho, o que hacen lo contrario de lo que predican: si dicen que no van a bajar las pensiones, las bajan; si dicen que no van a subir los impuestos, los suben. En el clímax de todo esto, con una relación fría y cada vez más despiadada con los más necesitados, el ministro japonés Taro Aso, uno de los políticos más odiosos de la casta que denunciamos, ha pedido directamente a los ancianos que se mueran pronto para que el Gobierno no pierda dinero con sus pensiones.

Taro Aso ha verbalizado lo que más de una cabecita loca viene pensando por aquí: el país se llena de viejos improductivos que, aunque cuando eran jóvenes lo dieron todo, harían bien en morirse.

Taro Aso es un tipo de 72 años, multimillonario, ambicioso, enloquecido, que no ha tenido problemas en decir lo que otros piensan y dirían si no temieran ser lapidados. Taro Aso, vejestorio airado, anciano improductivo que ocupa una cartera que no sabe cómo gestionar, ambicioso, egoísta, orgulloso como un ángel caído, ha logrado que el flojo de su primer ministro le haya nombrado viceprimer ministro y ministro de Finanzas. Colofón de esta barbaridad ha sido su discurso a la nación: ha dicho a millones de compatriotas ancianos como él que se hagan el harakiri. En realidad, hace ya tiempo que, leyendo la biografía de Mishima, me enteré de que harakiri es una palabra española que en japonés nada significa: lo que Taro Aso debe hacerse a sí mismo –e invitar a su primer ministro a secundarle– es un seppuku. O dicho en román paladino: tras pedir perdón a su pueblo, al que tan mal ha servido no logrando encontrar una salida, debe hundirse el puñal en el estómago, hacer un ángulo recto y ordenar que su cómplice le decapite por mitad del cuello de un solo tajo.

Taro Aso debe ahorrar, para empezar, no revisándose la próstata, ni las cataratas, si las tiene. En caso de sobrevenirle una complicación digestiva, debe conformarse con un trago de limonada y un buche de arroz blanco. Debería morirse lo antes posible, para dejar su importante puesto a alguien con menos años, menos arteriosclerosis, menos demencia senil y menos desvergüenza. Lo ideal sería que este mismo fin de semana afilara la espada para el tajo. Taro Aso ha dado una idea al mundo de lo brutos que pueden llegar a ser los políticos, especialmente los viejos millonarios japoneses que copan la política. Si Mishima era el ideal romántico del guerrero que muere por los errores del emperador, Taro Aso es el chupatintas que quiere tapar sus propios errores empujando a matar a los súbditos más leales de su majestad. A este tipo Hiro-Hito lo habría desterrado o colgado por los pulgares. Taro Aso no es un guerrero japonés, sino un miembro perdido del partido nazi. No es un samurái, sino un viejo clandestino del Ku Klux Klan.

Taro Aso ha ocupado diversas carteras ministeriales y fue primer ministro con anterioridad. Para que vean que un tipo sin escrúpulos siempre tiene asiento. Ya debió pedir perdón cuando dijo que muchas de las 200.000 prisioneras coreanas, chinas y filipinas utilizadas como esclavas sexuales por el ejército japonés en la II Guerra Mundial lo habían hecho de forma voluntaria. De ahí viene la leyenda, sin base, de que su propia madre era una de esas voluntarias.

El caso es que se trata de un ministro vetusto, tronado, demente, que ha dicho la verdad que muchos políticos piensan, como un loco o un niño. Quiere que mueran los viejos terminales para cuadrar las cuentas de la Seguridad Social, y cuanto antes; y nosotros, los amantes de Japón, los respetuosos adoradores de la vida, que disfrutamos con la población veterana, como la japonesa, donde el 25% tiene ya más de 60 años, decimos: "Muérete tú, ministro". Agobia gastarse un euro en la supervivencia de alguien como tú, chocho y borracho de poder.

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