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Francisco Pérez Abellán

Muerto de dos tuits

En las redes sociales los criminales cuentan con el anonimato para la injuria y la calumnia.

¡Socorro! ¡Que me tuitean! Hablamos de ciberdelincuencia. En las redes sociales los criminales cuentan con el anonimato para la injuria y la calumnia. Fijan un perfil falso presentándose como gente honorable o influyente, que otros se creen, y lo ilustran con la foto de un gatito. O una margarita. Detrás hay un criminal que busca impunidad. El delito está fuera de control y los delincuentes no necesitan salir de casa para provocar el pánico. Lo digo yo, que he dedicado toda mi vida a la lucha contra el crimen.

Los delitos son muy variados: político desventrado de un tuit, presentadora arrojada a los leones con dos tuits al cuello, la reina gravemente criticada por un rosario de tuits, el empresario deshonrado por lluvia de tuits, la familia de banqueros tuitlinchada; o el programa de TV muerto de dos tuits. A la gente se la mata a tuits como se la mata a besos: quitándole la vida.

El honor y la hacienda en almoneda, las relaciones personales machacadas, las ideas aplastadas por los geniecillos del mal llamados trolls. Los lobbies buscavotos no han despreciado esta dinamita. Oficinas siniestras con miles de trolls establecen campañas continuas para moldear la opinión pública. Es la dictadura de las redes sociales. Hay estadísticas fabuladas que se basan en esta manipulación colectiva. Lo sufrimos como si fuera una maldición, pero solo es el resultado de abandonarse a la estulticia. Y todo a culo pajarero.

Hasta a un Nobel, ayer apreciado, se le critica por su vida mundana, como si los escritores tuvieran que dar ejemplo: véanse las tribulaciones de Oscar Wilde, la dependencia del tarro de Scott Fiztgerald o la ludopatía de Fiodor Dostoievski. Basta con leerles, no es necesario aprender de sus vidas. Vivieron como todos: con sus frustraciones a cuestas.

Además del trallazo del tuit, cuando observo algunos comentarios en un artículo de la prensa digital rara vez me sorprendo con algo respetuoso y acertado. La mayoría suele ser una colección de cagadas de mosca pegadas como estrambote al esfuerzo de un analista, un profesional de la comunicación o un profesor en las que con frecuencia se les critica con ribetes nazis y faltas de ortografía.

Habría que ver lo que estos fabricantes de detritus habrían puesto después del punto final de artículos fundamentales como "Yo acuso", de Zola, o "Delenda est Monarchia! (El error Berenguer)", de Ortega y Gasset. Supongo que bramidos mojigatos, de izquierda y derecha, vuelco de papilla mal digerida, que nadie se atreve a exponer dando la cara. Todo son anónimos. Porque la característica principal de esta implacable lapidación es la cobardía. Escondidos en Facebook tras la foto del gatito, los muy perros, o con la margarita que se han sacado del trasero.

El asunto es muy serio porque tratan de que la democracia quede perpetuada como una cáscara vacía, donde las ideas no puedan ser difundidas y los medios de comunicación sean suplantados por la nave de los locos. El dominio es ya del croar orquestado en la oscuridad. Se trata de que todo se resuelva en los subterráneos apestosos de las redes. Una cruel oportunidad para la homofobia, el machismo y el racismo. Se pasan la Constitución por debajo del clic. De lo que precisamente se trata es de desacreditar a todo el mundo con la misma medicina que allí se practica. Una fábrica infame de delitos de odio. Los muy ladinos, escondidos tras sus fotos de paisajes idílicos y sueños de Dalai Lama.

La gravedad del asunto nos obliga a gritar ante el personal bloqueado por el smartphone, a ver si sale de la catalepsia: un tuit deja sorda a la justicia, que ya era ciega; otro tuit estropea las entendederas de los políticos y deja malheridos a los blogueros. Los youtubers quedan retuiteados al parachoques. Una serie de tuits impregnados en veneno acallan para siempre voces de la inteligencia, como la bala que mató por la espalda a John Lennon.

Dicen de las armas de fuego, pero la verbosidad de estas bandadas de forajidos anónimos baten todos los récords. Socavan la convivencia provocando una grave fractura de la conciencia. Todo es para ellos material de derribo. En un tuit cabe la mayor mezquindad. Mucho peor ahora que doblan el espacio. Permite descalificar a cualquiera y echarle encima la jauría rabiosa. Luego entra en acción la guillotina de lo políticamente correcto.

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