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Francisco Pérez Abellán

Secretos

En el Congreso de los Diputados se ha planteado reformar la ley franquista de secretos oficiales, gracias a la cual en España todo secreto sigue siendo eterno.

En el Congreso de los Diputados se ha planteado reformar la ley franquista de secretos oficiales, gracias a la cual en España todo secreto sigue siendo eterno. Aunque la propuesta es del minoritario PNV, si los demás partidos de la oposición quieren, la ley puede ser cambiada. Se propone que los documentos clasificados sean públicos a los 25 años, lo cual es razonable y muy conveniente, y que los solo reservados sean visibles a los diez. No caerá esa breva. Pero ya el hecho de que alguien se acuerde de la desolación en la que se halla la capacidad investigadora es de agradecer.

La investigación de los enigmas históricos es prácticamente imposible en este país. Primero porque la ley no ayuda y después porque la conservación, custodia y exposición dejan mucho que desear. De modo que en la tan cacareada investigación España no ha entrado nunca en la modernidad. Los documentos antes se destruyen por el abandono y la humedad o se llenan de polvo en lugares ignotos que servir para esclarecer el pasado. Los historiadores, investigadores de todas clases y novelistas no pueden bucear en los archivos para encontrar aquellos papeles que desvelarían lo ocurrido en lo más peliagudo. Y el caso es que salvo los del PNV no parece que nadie lo eche de menos.

A ver, al Gobierno le va bien con el secreto, y aunque se entiende menos la postura de los partidos más fuertes de la oposición, ¿quién no tiene un secreto que guardar?

Y no importa que en el resto de Europa sea la norma que los investigadores puedan acceder y se tenga la obligación de explicar lo ocurrido con documentos ocultos del pretendido interés de la nación que ya está caducado.

Mientras los misterios se guardan con siete llaves en el sepulcro del Cid, las causas judiciales menudean en la actualidad en el proclamado secreto del sumario y sin embargo casi cada día hay filtraciones de los procesos más mediáticos, que, según lo oficial, deberían ser secretos. ¿Qué ocurre aquí? ¿A quién le interesa que lo eterno siga secreto y lo contingente sea desvelado, pese a que es secreto? Incongruencias de gran cascarón. ¿Qué hace conocido lo secreto y también hace secreto lo importante?

No recuerdo ni una sola concentración o manifestación de investigadores angustiados reuniendo firmas o haciendo declaraciones colectivas para que se rompa el muro de silencio y se muestren los papeles. Los novelistas escriben sus argumentos sin necesidad de encontrar ratificaciones, los historiadores redactan manuales dejando el vacío donde debería estar la explicación. Pero a cambio se predica que las novelas son históricas y que la historia no es una novela.

Cuando se habla del secreto del sumario junto a constantes revelaciones del periodismo ramplón la sospecha aumenta como una gota de aceite que invade un vaso. El secreto nos impide dar fe de la realidad pero a cambio podemos especular con lo que se filtra. La calidad de la democracia hace aguas y las versiones se aproximan a la verdad sin rozarla. El hecho de que no se haga hincapié en la conquista de este objetivo revela la falta de ganas. Nadie está esperando con furor de novicia a que se abran los archivos ni se exigen bibliotecarios ni archiveros. Como si no importara repetir lo peor de lo que se desconoce. ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Quiénes son estos?

De pronto se da una exclusiva del pasado folclórico como si fuera de vital importancia. Y fuese y no hubo nada. Hay quien saca cosas de contexto como el fragmento de Adolfo Suárez hablando de monarquía y transición, que no se puede comparar con nada, pues todo lo demás es secreto. Ha sido un soplo de aire en la asfixia de la cueva. Confuso. Con apariencia de sorbo de agua en el desierto. Sería necesario indagar, comparar, pero lo digo en secreto: no creo que el PNV lo consiga.

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