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Fundación DENAES

Emergencia nacional

España es una nación. La libertad de los españoles y la solidaridad entre ellos descansa sobre esa idea. Tenemos una historia y una cultura comunes que conforman nuestra realidad colectiva. Amar eso es el patriotismo, que no es un vicio, sino una virtud.

Los españoles habíamos comenzado el siglo XXI con un interesante debate sobre nuestra nación, no exento de rasgos reivindicativos; basta recordar los títulos publicados en torno al año 2000. Lamentablemente, muy poco tiempo después la situación ha girado hacia la mayor incertidumbre: hoy nadie sería capaz de decir si España, efectivamente, sigue siendo una nación. No estamos en un debate teórico; estamos ante una cuestión que afecta muy de cerca a todos los ciudadanos. Afecta a nuestra libertad y a nuestra igualdad, tanto en el plano individual como en el plano colectivo. La nación garantiza todo eso. Si la nación desaparece como marco de la vida política, los derechos de los españoles sufrirán menoscabo. Eso es lo que tenemos ahora mismo en el horizonte: un paisaje de emergencia nacional.

No hace falta entrar en profundas disquisiciones sobre el concepto de nación para defender lo esencial. La nación, nuestra nación, tiene puntos de referencia muy concretos que están por encima de ese debate, también por encima de cualquier "dimensión teorética". Hay una ley que nos une a todos y que garantiza la solidaridad entre todos. Hay una historia que nos singulariza, colectivamente hablando, y que nos dice quiénes somos. Hay una cultura que nos describe cómo somos y que nos abre a los otros hombres, a las otras naciones. Hay un territorio, estable durante siglos, que nos dice dónde estamos. Estas realidades construyen un marco conceptual y político que sirven de lugar de encuentro para todos, de izquierda y de derecha. Al menos, así sucede en casi todas las naciones.

Por supuesto, la ley es mejorable, pero sólo si contribuye a aumentar la solidaridad, no si se propone romperla. También la historia se puede y se debe revisar y examinar, pero sólo bajo elementales criterios científicos de verdad, no alimentando historias-ficción con finalidad partidista. Asimismo, la cultura se puede entender de manera más o menos elástica, pero no para desgajarla en culturas locales construidas por la arbitrariedad política. Por su parte, el territorio se puede ordenar y reordenar, pero no para debilitar los lazos que unen al conjunto.

Lo grave es que hoy, en España, estamos viviendo el proceso contrario. Se está reformando la ley de tal manera que la unión se debilita y la solidaridad mengua. Se está rescribiendo la historia en términos ajenos a la realidad de los hechos, con el propósito de condenar sumariamente la trayectoria nacional española. Se está fraccionando la cultura hasta el punto de borrar o atenuar los elementos de identidad común –por ejemplo, el idioma– y subrayar los rasgos que alimentan el particularismo. Se está alentando una reorganización del territorio que aspira, demasiado obviamente, a crear barreras dentro de la nación.

Más allá del debate político cotidiano –aunque siempre presente en él–, esta es la situación creada hoy en España. Sin duda por causas múltiples, el hecho es que hoy estamos en un momento de emergencia nacional. La nación se está evaporando ante nuestros ojos. España se borra.

¿Y esto es malo? Evidentemente, sí. Una nación que levanta barreras en su interior perjudica a todos, tanto individual como colectivamente. Una nación que fracciona su cultura, subraya los particularismos y difumina los elementos comunes, está sembrando el suelo para la división y el conflicto. Una nación que condena su historia camina directamente hacia el suicidio colectivo. Una nación que pone su ley al servicio de los intereses particulares y locales, contra la solidaridad de todos, es un contrasentido monstruoso y, además, un retroceso histórico.

Frente a este estado de cosas es preciso defender una serie de convicciones fundamentales. A muchos podrán parecerles obvias, pero ya no lo son. Para empezar: España es una nación. La libertad de los españoles y la solidaridad entre ellos descansa sobre esa idea. Tenemos una historia y una cultura comunes que conforman nuestra realidad colectiva. Amar eso es el patriotismo, que no es un vicio, sino una virtud. En una nación política no caben otras naciones. El Estado tiene la función de garantizar la libertad y la solidaridad dentro de la nación. En cualquier nación europea, éstas son cosas casi naturales, aceptadas por todos. En España, no. Es razón más que suficiente para instar a la defensa de la nación española.

En España

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